Los Almorávides y la Conquista Magrebí de Al Ándalus

Los Reinos de Taifas y la Toma de Toledo

A inicios del Siglo XI, el Califato de Córdoba que construyeron los Omeya se fragmentó. Como resultado de dicha fragmentación, un mosaico de distintos reinos taifas apareció en Al Ándalus (territorio hispánico dominado por el Islam). El colapso del califato cordobés comenzó con la muerte de Almanzor en 1002 (famoso general andalusí recordado por ser el azote de los reinos cristianos del norte), ya que tras su muerte el poder de los califas se redujo y los señores provinciales se independizaron, y formaron los primeros Estados de taifas durante la Gran Fitna de Al Ándalus.

Cuando falleció el último Omeya, Hisham III, en 1031, Al-Ándalus ya se encontraba firmemente fragmentada en las llamadas taifas, cuyo número oscilaba entre 20 y 30. Estos reinos fueron bastante breves, ya que la mayoría no logró sobrevivir el medio siglo, y solo unos pocos lograron rozar el siglo de existencia. Los gobernantes de estas taifas eran de etnias bastante heterogéneas, si bien es cierto que la mayoría eran regidas por árabes andalusíes, habían algunos que eran gobernados por bereberes, muladíes, o amiríes – los descendientes de Almanzor.

Entre las taifas más emblemáticas y poderosas se encontraban la de Zaragoza, gobernada por los Banu Hud; la de Badajoz, donde reinaron los aftasíes; la de Toledo, en manos de la dinastía bereber de los Banu Di-l-Nun; las de Valencia y Denia, donde reinaban los amiríes; la de Sevilla, gobernada por los abadíes; o la de Granada, donde los ziríes eran los reinantes. Cabe resaltar que, si bien es cierto que el califato colapsó, este periodo no podría catalogarse como decadente; puesto que los reyezuelos de taifas buscaron imitar la grandeza de la época califal, además, fomentaron el desarrollo artístico y cultural andalusí, y varios de ellos llenaron su corte con académicos y científicos.

Primeros Reinos de Taifas (circa. 1009-1100)

Como es de suponer, estos reinos no tenían el poder bélico necesario para equiparar al que contaban los reinos cristianos, por lo cual fueron presa fácil. Esto se tradujo en el pago de parias o tributos por parte de los musulmanes hacia los cristianos, a cambio de protección militar y de la promesa de no atacar tierras moras. Sin embargo, las parias no fueron suficientes para impedir la expansión cristiana, en particular por parte del Reino de León, gobernado por Alfonso VI.

Desde su ascenso al trono leonés en 1072, y por los siguientes catorce años, León vivió un periodo de expansión territorial constante, el cual llegó a su punto más álgido el 6 de mayo de 1085. En dicha fecha, el rey Alfonso VI entró en Toledo. La conquista de Toledo fue vitoreada y celebrada por toda Europa, puesto que esa ciudad una vez fue la capital del Estado visigodo: el reino cristiano que gobernó la península Ibérica previo a la primera invasión de los musulmanes. El furor que causó la toma de Toledo pudo haber envalentonado a los reinos de Occidente para emprender la Primera Cruzada a Tierra Santa diez años después.

La toma de Toledo también reforzó el control de León sobre los reinos de taifas, ya que la ciudad que capturó Alfonso está ubicada justo en el centro de la península. Como era de esperar, varios emires taifas veían sus territorios amenazados con la expansión cristiana y pidieron auxilio al Magreb, donde recientemente se habían instalado los almorávides. La angustia que produjo la pérdida de poder musulmán en Hispania solo podía ser resuelta con el regreso de una potencia islámica, que volteara la situación en favor de los seguidores del credo de Allah.

Surgimiento de los Almorávides

Pero, ¿quienes eran los almorávides? para ello debemos remontarnos medio siglo antes de la toma de Toledo; situándonos en el sur de la actual Marruecos, lo que vendría a ser el Sahara occidental. En aquel entonces, las tribus bereberes seminómadas que habitaban en la mencionada región, se habían distanciado del resto del mundo islámico, y habían descuidado las leyes coránicas – ya que estaban ubicadas en zonas de difícil acceso y lejos de las centros políticos del Islam, como El Cairo o Bagdad.

Esta situación tomó un giro inesperado debido al asenso de Abdallah ibn Yasín, un teólogo islámico – educado en Córdoba – experto en la doctrina Malikí, una teoría radical y tradicionalista del Islam, muy afín a las antiguas costumbres. En Al Ándalus, ibn Yasín fue tachado de zelote y fundamentalista; pero eso no lo detuvo para intentar unificar a las tribus bereberes saharauis bajo la doctrina Malikí – la cual, según él, era la forma verdadera de interpretar el Islam.

El movimiento almorávide (cuyo nombre viene de la fortaleza de Al-Murabit) de ibn Yasín obtuvo bastante popularidad en el Sahara occidental, donde se dedicaron al adoctrinamiento de las tribus bereberes para sumarlas a su causa. Para 1055, se habían hecho con Sijilmasa y se abrieron paso en la actual Marruecos: traspasaron la cordillera del Atlas y fundaron la famosa ciudad de Marrakech, la cual se convertirá en la capital del emergente Imperio Almorávide. Figura que en el año 1080, el dominio almorávide ya era presente en ciudades como Tánger, Ceuta, Tremecén o Fez. Además, para aquellos años la expansión almorávide ya no era llevada por medio de camellos sino por medio de caballos.

Conquista Almorávide de Marruecos

Tras la muerte de ibn Yasín, se alzó un personaje que llevó a la Dinastía Almorávide a su mayor gloria: Yusuf ibn Tasufín. Fue Yusuf, quien en el año 1086, tras consolidar su control sobre los bereberes, recibió la llamada de auxilio de los reyes taifas de Al Ándalus, quienes se encontraban vulnerables tras la toma de Toledo. La petición, encabezada por Al-Mutámid de Sevilla, llevaba consigo un pacto que buscaba proteger la independencia de las taifas, a la vez que se precisaba en que la intervención almorávide tenía como fin la reconquista de Toledo.

Campaña en Al Ándalus

En julio de 1086, un contingente almorávide zarpó de Ceuta, cruzó el estrecho de Gibraltar, y desembarcó en Algeciras. El ejército de Yusuf estaba compuesto por 12 000 almorávides sumado a 8 000 andalusíes – según apuntan los datos. Llegaron a los territorios circunvecinos a Badajoz, donde el ejército cristiano de Alfonso VI de León estaba reuniéndose dispuesto a responder a los invasores magrebíes. En ese contexto se produjo la Batalla de Sagrajas o Zalaca – ocurrida a finales de octubre de 1086 – la cual acabó con la victoria de Yusuf, dejando atrás numerables bajas en el bando leonés.

Tras la victoria almorávide, varias taifas comenzaron a dejar de pagar las parias, y más bien, varias se unieron al bloque almorávide peninsular, como Granada, Sevilla o Badajoz. Por su parte, Alfonso VI se atrincheró en Toledo, a la espera de una posible ofensiva musulmana en la meseta hispánica. Sin embargo, Yusuf viajó a Sevilla y desde ahí partió a Marrakech, ya que recibió la noticia de la muerte de un hijo suyo.

Representación de la Batalla de Sagrajas (1086)

Un año después, Yusuf volvió a Al Ándalus (tras haber consolidado su soberanía en el Magreb); nuevamente bajo la llamada de Al Mutámid de Sevilla, quien se veía amenazado por las tropas del rey Alfonso, las cuales operaban desde la fortaleza de Aledo, en Murcia. Del mismo modo, el rey taifa de Sevilla se sentía intimidado con las pretensiones del Cid Campeador sobre la ciudad de Valencia, donde acaudillaba una gran hueste y forzaba a los emires locales a pagarle tributos.

La fortaleza murciana de Aledo constituía una amenaza para los emires del sur, ya que abría el paso para futuras campañas cristianas sobre Granada, Almería o Sevilla. El asedio de la fortaleza por parte de los almorávides se realizó en 1088, el cual duró cerca de cuatro meses, y terminó siendo infructuosa. El fracaso de Yusuf en el asedio de Aledo se puede explicar desde dos factores: la asistencia de Alfonso VI en el socorro de la fortaleza, y la traición del emir de Murcia, Ibn Rashiq – quien fue encarcelado en Sevilla por cooperar con los sitiados. No obstante, los cristianos se vieron obligados a abandonar la plaza e incendiarla, puesto que había sido dañada durante la confrontación. Por su parte, Yusuf ibn Tasufín, envió dos destacamentos a Valencia y regresó al Magreb.

Conquista de las Taifas

A medida que los cristianos amenazaban con contraatacar tras los acontecimientos en Aledo, mayores se volvían las insistencias de los almorávides de sojuzgar a las taifas para así protegerlas contra la amenaza del norte. Varios reyes de taifas estaban más preocupados en vivir cómodamente en la opulencia, los lujos y el bienestar personal, que llevar a cabo la guerra santa contra los cristianos. Es más, varios habían reanudado el pago de las parias, algo que disgustó a Yusuf, quien encontró una alianza peculiar con los juristas islámicos andalusíes (los ulemas), ya que veían con recelo el escaso compromiso de los emires de taifas con los valores tradicionales del Islam.

Es por ello que Yusuf, en el año 1090, volvió a desembarcar en Algeciras, aunque con un nuevo objetivo: apoderarse de las taifas. Primero amenazó las taifas de Granada y Málaga, las cuales se rindieron al soberano almorávide. Para 1091 ya habían caído Murcia, Denia, Sevilla, Córdoba y Almería. Varios reyes de taifas fueron ejecutados, y los que tuvieron más suerte fueron deportados al Magreb, como Al Mutámid de Sevilla, quien murió en Marrakech en 1095.

En 1094 cayó la Taifa de Badajoz, lo que significaba que todo el sur de Al Ándalus, con la excepción de Valencia y la zona levantina – dominadas por el Cid – , se encontraba bajo control almorávide. Provisionalmente, se mantuvieron las fronteras de las sojuzgadas taifas, las cuales pasaron a estar gobernadas por familiares de Yusuf. Aún así la presencia del Cid en Valencia imposibilitaba las conquistas almorávides en Levante; por lo cual Yusuf envió a traer refuerzos desde el otro extremo del estrecho de Gibraltar, lideradas por su sobrino Abu Abdallah Muhammad ibn Tasufín.

A finales de 1094, el Cid enfrentó a las fuerzas almorávides en la fortaleza de Cuart de Poblet, en la llamada Batalla de Cuarte, donde logró defender sus dominios levantinos con éxito. Los almorávides contraatacaron tres años después, en 1097, en un nuevo intento para apoderarse de Valencia, pero fueron nuevamente derrotados por el Campeador – quien había sido asistido por el rey Pedro I de Aragón – en la Batalla de Bairén.

Batalla de Cuarte,1094

Con la imposibilidad de penetrar rumbo a las taifas orientales, gracias a la implacable defensa del Cid en Valencia, Yusuf cambió de estrategia y optó por presionar al rey Alfonso. Los leoneses se habían retirado al centro de la península, atrincherándose bajo la línea Consuegra-Belmonte-Cuenca para defender la frontera meridional del reino (frontera que de vulnerarse dejaba libre el paso directo hacia Toledo, la preciada ciudad que conquistaron los cristianos hace poco más de una década). Inclusive, el Cid envió a su hijo Diego como refuerzo a la defensa del rey Alfonso.

El choque entre ambos ejércitos se produjo en Consuegra, y resultó en una estruendosa victoria en el bando bereber y una aplastante derrota en el bando cristiano, la cual además terminó con la vida de Diego Rodríguez, el vástago del Cid. No obstante, Toledo permaneció en las manos del rey, así como las demás fortalezas que protegían la vieja capital goda, con la excepción de Consuegra. Esta victoria almorávide no sirvió para doblegar Valencia, ciudad protegida por el Cid, quien incluso se negaba a asistir a Alfonso en Toledo, por temor de que los invasores tomen su ciudad si se ausentaba.

Tras la muerte del Cid en 1099, los almorávides presionaron en la frontera del Reino de León, obligando a los leoneses a replegarse hasta el río Tajo – lo que significaba dejar expuesta a Toledo a futuras incursiones enemigas. Por otro lado, en el 1101, los almorávides comenzaron la conquista del Levante y asediaron Valencia, defendida por Jimena Díaz, viuda del Cid. Los esfuerzos cristianos por defender Valencia fueron en vano, ya que se vieron obligados a evacuar la ciudad en 1102, consientes de la magnitud de las fuerzas del rey Yusuf (quien ahora tenía ochenta años).

Los almorávides se hicieron con Valencia en verano de ese mismo año, y a continuación invadieron los reductos del señorío levantino del difunto Cid: Castellón en 1103, Albarracín en 1104, y también Alpuente, Lérida y Tortosa en fechas inciertas.

Máxima Extensión del Imperio Almorávide

Conquista de Zaragoza y las Baleares

La toma de Valencia significaba que la conquista almorávide de Al Ándalus estaba cerca de concluirse. Solo restaban la Taifa de Zaragoza, gobernada por el emir Al Mustaín II, y las islas Baleares. Por suerte para la Cristiandad, la defensa que prestaron de forma conjunta Alfonso VI de León y Alfonso I de Aragón, la cual en sus victorias y derrotas, logró ralentizar los esfuerzos almorávides en los ríos Tajo y Ebro. Destaca el encuentro entre leoneses y almorávides en Uclés, en 1108, la cual acabó con una desgarradora derrota leonesa, al punto que su expansión en la península se frenó en seco.

En el 1106, un anciano Yusuf ibn Tasufín falleció en Marrakech, delegando el extenso Imperio Almorávide a su hijo y heredero Alí ibn Yusuf. Si bien es cierto que Alí tan solo contaba con veintidós años, logró continuar con el legado de su padre por las siguientes décadas. En aquellos años, Zaragoza se había convertido en un Estado tapón entre el territorio cristiano y el almorávide. Esta taifa había dejado de pagar las parias a Alfonso VI, pero lograron conservar su independencia gracias a las buenas relaciones que mantuvo el emir Al Mustaín con el difunto Yusuf. Pero a partir de 1106, la que una vez fue la poderosa Taifa Hudí de Zaragoza, era de facto vasalla del rey almorávide. Zaragoza finalmente cayó ante los almorávides en 1109, tras la muerte de Al Mustaín II, y la expulsión de su hijo y heredero – solo para ser conquistada por el rey de Aragón, Alfonso I, diez años después.

La única taifa que permanecía independiente era la Taifa de Mallorca, la cual comprendía las tres islas Baleares (Menorca, Mallorca e Ibiza). Dichas islas fueron fácil de tomar debido a los constantes saqueos que realizaba el conde Ramón Berenguer III de Barcelona en conjunto con las repúblicas de Pisa y Génova. Y así fue: la flota almorávide llegó a las debilitadas islas en 1115 y tomó posesión de ellas.

Los Almorávides Gobernando en Al Ándalus

Para el año 1117, las taifas habían desaparecido y Al Ándalus había caído bajo el poder almorávide en su totalidad. Durante las próximas tres décadas (es decir; desde el 1117 al 1147 aproximadamente), los almorávides rigieron un papel central en la escena política de la península Ibérica. El periodo almorávide supuso una decadencia en la cultura andalusí, ya que su fanatismo y fundamentalismo religioso los llevó a perseguir a judíos y mozárabes, quienes emigraron a suelo cristiano. En esta época hubo recurrentes quemas de libros, y debido a la interpretación rígida del Corán que defendían los recién llegados, se condenaron varias corrientes, lo que llevó a la expulsión de filósofos, artistas y poetas. Asimismo, varias piezas de arte fueron destruidas por no adherirse a la iconoclasia almorávide.

Los conflictos entre almorávides y andalusíes eran bastante frecuentes, no solo por las discrepancias religiosas y filosóficas, sino también a raíz del estilo de vida. En muchos sentidos, los andalusíes vieron a los almorávides, no como salvadores espirituales, sino como vulgares y salvajes soldados venidos del otro lado del estrecho, quienes abusaban de los ciudadanos de Al Ándalus con mayores impuestos para mantener la eterna guerra con los cristianos. Cabe subrayar que varios de los mencionados impuestos no estaban incluidos en el Corán.

Castillo de Monteagudo, Murcia – Exponente de la arquitectura almorávide

Un ejemplo del resentimiento efervescente entre almorávides y andalusíes, fueron las revueltas que estallaron en la ciudad de Córdoba entre 1120 y 1121, que incluso obligó al gobernador almorávide de aquella ciudad a huir. El rey Alí reaccionó ante aquella sublevación, y partió de Marrakech al mando de un ejército. El almorávide atacó Córdoba, pero luego la perdonó convencido por los alfaquíes cordobeses.

También sucedía que en las ciudades de Al Ándalus, los gobernadores almorávides fueron paulatinamente desplazados por estos alfaquíes – teólogos fundamentalistas del Islam – ; ya que los torpes gobernadores comenzaron a acomodarse y vivir en medio de la extravagancia, contradiciendo dichos y hechos. En este proceso, el poder en el Imperio Almorávide se fue descentralizando, a medida que Alí pasaba más tiempo en su palacio en Marrakech, y descuidaba la economía de las ciudades andalusíes. Todas estas causas, más la pérdida de territorio en la zona del Ebro a manos de los aragoneses de Alfonso I el Batallador, inevitablemente llevó al declive del poder almorávide.

Colapso de la Dinastía Almorávide

El colapso del Imperio Almorávide se dio a finales de la primera mitad del Siglo XII. Paradójicamente, las mismas causas que llevaron al surgimiento de los almorávides, los llevaron a la desaparición: la falta de rigurosidad en la interpretación del Islam, la corrupción en el Estado, o el abuso fiscal. En este contexto, un bereber, oriundo de las montañas del Atlas, llamado Ibn Túmart, organizó una rebelión en el Magreb contra el decadente Imperio Almorávide.

A esta fuerza acaudillada se les llamó almohades, y se sumergieron en una serie de operaciones militares contra los almorávides. Cuando falleció el rey Alí ibn Yusuf en 1139, fue su hijo y heredero, Tasufín ibn Alí, el encargado en dirigir la lucha contra los subversivos. Debido a las constantes revueltas en Al Ándalus contra el dominio almorávide, los andalusíes se emanciparon y crearon los segundos reinos de taifas en 1145. En el Magreb, las luchas entre almorávides y almohades perduraron hasta 1147, cuando los almohades entraron en Marrakech y acabaron con el centenario Estado almorávide.

Referencias Bibliográficas

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