Quinta Cruzada
Durante la primera década del Siglo XIII los Estados latinos de Tierra Santa veían como la causa cruzada en el Levante cada vez tomaba menos fuerza, puesto que los intereses de Occidente se había desviado hacia Grecia después de los acontecimientos de 1204, donde la cuarta cruzada se torció al Imperio Bizantino. Esto no impidió que el pontífice Inocencio III publicara la bula Quia Maior en 1213, en donde convocaba a toda la cristiandad no solo a recuperar Jerusalén, sino también a dar fin al Sultanato Ayyubí (imperio fundado por Saladino). Dos años más tarde publicó otra bula, la Ad Liberandam.

En 1215 Inocencio III convocó el IV Concilio de Letrán, donde asistió el patriarca latino de Jerusalén, y se expuso la preocupación sobre el estado de los reinos cristianos en Tierra Santa. En esta ocasión, Inocencio no se quería arriesgar a que se cometan los mismos errores de la cuarta cruzada, y prefirió que la expedición esté dirigida en nombre del papado y no en nombre de alguna república como Génova o Venecia.
El papa intentó obtener el apoyo de los caballeros franceses en la cruzada, pero estos se encontraban indispuestos, ya que estaban ocupados luchando en la cruzada albigense contra los cátaros. Sin haber logrado encontrar mucho apoyo, en 1216 falleció Inocencio III, siendo sucedido por Honorio III. El nuevo papa también intentó reclutar a los príncipes europeos, y debido a la negativa de varios se tuvo que conformar con el liderazgo del rey Andrés II de Hungría y del duque Leopoldo VI de Austria.

Húngaros y austríacos se agruparon en la ciudad croata de Split, y desde ahí partieron rumbo a Tierra Santa. La expedición desembarcó en Acre en 1217, donde Andrés II fue recibido por el rey titular de Jerusalén, Juan I de Brienne. En Acre se realizó un consejo de guerra, donde Leopoldo VI, Andrés II y Juan I se reunieron con el patriarca latino de Jerusalén, con el príncipe Bohemundo IV de Antioquía, con el rey de Chipre Hugo I y con los maestres de la Orden Teutónica. El objetivo era atacar a los ayyubíes en Siria.
Los ejércitos cruzados se dirigieron al norte: cruzaron el Mar de Galilea, y se enfrentaron a los sarracenos en el río Jordán. Después de estas victorias iniciales los cruzados regresaron a Acre; Andrés optó por recolectar las reliquias que obtuvo en Cafarnaúm y volver a Hungría a principios de 1218. Pero esto solo fue el inicio de la cruzada, puesto que llegaron una serie de refuerzos alemanes encabezados por los condes Guillermo I de Holanda y Oliver de Colonia.
El monumental ejército (el más grande en la historia de las cruzadas) se dirigió a Egipto, centro de poder del Imperio Ayyubí. Los cruzados, encabezados por Leopoldo VI de Austria, Oliver de Colonia y Juan de Brienne, desembarcaron en la ciudad portuaria de Damieta. Fue un asedio largo y costoso, donde perdieron la vida cristianos y musulmanes; entre ellos el sultán ayyubí Al-Adil I, el anciano hermano de Saladino. Tras la retirada de los sarracenos de Damieta en 1219, los cruzados se organizaron para partir rumbo a El Cairo. Pero las continuas disputas entre los cristianos por el control de los territorios conquistados hicieron retrasar la expedición al corazón egipcio hasta 1221.

Cuando los cruzados finalmente se propusieron marchar hacia El Cairo ya era demasiado tarde. El nuevo sultán, Al-Kamil, había tenido el tiempo suficiente para reorganizar sus tropas, y cuando los cruzados marchaban a través de las orillas del río Nilo los sarracenos los fulminaron. Además, las inundaciones del Nilo entorpecieron el avance cristiano, ya que varios terminaron atascados en el fango o ahogados. Este desastre de cruzada acabó con la recuperación musulmana de Damieta y con un tratado de paz de ocho años entre los Estados latinos y el sultán Al-Kamil.
Sexta Cruzada
La sexta cruzada se llevó a cabo en 1228, tan solo siete años después del fracaso en la quinta cruzada, y significó otra oportunidad para recuperar Jerusalén. En esta expedición solo participó Federico II Hohenstaufen, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, quien encontró en la negociación el éxito que no tuvieron las armas.
Previamente, Federico II había brindado asistencia durante la quinta cruzada enviando tropas alemanas, pero no acudió personalmente ya que prefirió consolidar su poder en el imperio antes de embarcarse en la expedición. En 1220 fue coronado emperador por el Papa Honorio III con la promesa de llevar a cabo una cruzada, pero Federico optó por posponerla, lo que le valió críticas por parte de la Santa Sede. En 1225 Federico enviudó de su primera esposa, Constanza de Aragón – hija del rey aragonés Alfonso II el Casto – ; por lo que contrajo nupcias con Yolanda de Jerusalén, hija del rey titular de Jerusalén, Juan de Brienne, y de María de Montferrato. Gracias a este estratégico matrimonio, el emperador alemán pasó a tener pretensiones legítimas sobre el trono cruzado, y con mayor motivo, ir a recuperar Jerusalén.


Para 1227, la relación entre Federico II y el Papa Gregorio IX (sucesor de Honorio) era tensa, más aún cuando los ejércitos alemanes partieron de Brindisi hacia Siria, pero tuvieron que volver a Italia por culpa de una epidemia. Esta desventura le dio la excusa perfecta a Gregorio de excomulgar a Federico por romper sus votos de cruzado; esto se le suma al hecho de que el emperador y el pontífice llevaban protagonizando una pugna diplomática y militar por el control de Italia.
Tras negociaciones y presiones diplomáticas, Federico finalmente se embarcó en una sexta cruzada en 1228; cruzó el Mar Egeo, conquistó Chipre, y desembarcó en Acre a finales de ese año, donde se tuvo que ganar el apoyo de los caballeros templarios y hospitalarios, quienes en un inicio se negaron a ayudarle debido a la excomunión.

El sultán ayyubí Al-Kamil, quien gobernaba en Egipto y Siria, logró llegar a un acuerdo con el sacro emperador. En dicho tratado, los ayyubíes concedían Jerusalén (a excepción de la Cúpula de la Roca y la Mezquita de Al-Aqsa), Nazaret y Belén a los cruzados, a cambio que los peregrinos musulmanes pudieran entrar libremente a la sagrada ciudad, y además se estableció una tregua de diez años.
El motivo por el cual Al-Kamil cedió Jerusalén era que el ayyubí tenía dificultades para controlar tan extenso imperio, especialmente por la rebelde Damasco; y más allá del subjetivo valor religioso, no había mayor valor económico o militar en Jerusalén. En tal sentido, Jerusalén era una barata ficha de negociación que podría suponer una temporal paz con el mundo cristiano mientras Al-Kamil mediaba la compleja situación política que atravesaba su sultanato.
Era la primera vez que los cristianos pisaban pie en Jerusalén desde la conquista de Saladino de 1187; y por lo tanto – entre los puntos del tratado – Al-Kamil demandó que las murallas de la ciudad no fuesen reconstruidas, para que así la ciudad no vuelva a ser el centro del poder cristiano en el Levante. Por otro lado, el Papa Gregorio IX vio la cruzada como un intento de Federico II de expandir el poder imperial, y por ende se opuso al tratado y declaró que esa acción no podría interpretarse como guerra santa. Aún sin la aprobación papal, en 1229 Federico se coronó rey de Jerusalén en la Iglesia del Santo Sepulcro. Esta cruzada terminó agudizando los enfrentamientos entre el Papado y el Sacro Imperio.
Cruzada de los Barones
Tras la sexta cruzada, tanto cristianos como sarracenos respetaron el tratado y la tregua de diez años; aunque fue duramente criticada por las autoridades cristianas, ya que Federico II dejaba indefenso al Este Latino a futuros ataques de los ayyubíes. Además, debido al hecho de que Federico vinculó la corona del Reino de Jerusalén con la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, la cruzada fue vista como un interés personal del emperador de ampliar su patrimonio real y no como una genuina guerra santa.
Durante ese periodo (1229-1239) hubo paz entre los cruzados, quienes intentaron reconstruir su reino; por su parte, Al-Kamil luchó contra los selyúcidas y corasmios que amenazaban sus fronteras. Sin embargo, el tratado expiraba en 1239, lo que vulneraba la soberanía cristiana sobre Tierra Santa. A modo de prevención, el Papa Gregorio IX comenzó a organizar una nueva cruzada desde 1234, con la esperanza de que esta se lleve a cabo en 1239, y así garantizar que se mantenga el control cristiano en Jerusalén.
En 1234 se emitió la bula papal Rachel suum videns, exhortando a los cristianos de Inglaterra, Francia y Hungría a ir a Tierra Santa; la predicación de la cruzada también contó con varios frailes dominicanos y franciscanos, quienes persuadieron a la poblaciones en favor de alistarse en la próxima cruzada. En 1239 se puso en marcha la cruzada de los barones, encabezada por el rey Teobaldo I de Navarra, los duques Hugo IV de Borgoña y Pedro I de Bretaña, el conde Amalarico VI de Montfort, entre otros.

Esta cruzada vio una extraña combinación de acciones militares y diplomáticas, ya que los cristianos aprovecharon la guerra civil que se desató en el Imperio Ayyubí entre los hijos de Al-Kamil: Al-Salih y Al-Adil II. Pese a ser derrotados en Gaza, los cristianos negociaron el regreso de Ascalon, Sidón, Tiberíades, y la mayor parte de Galilea, Belén y Nazaret. Además, reconstruyeron algunas fortalezas templarias, teutónicas y hospitalarias. En 1240, Teobaldo regresó a Navarra, por lo que los esfuerzos cruzados recayeron en Ricardo de Cornualles, hijo del difunto rey Juan I de Inglaterra.
Ricardo no vio ningún combate en Tierra Santa, y más bien se dedicó a continuar con la negociación de las concesiones con los sarracenos, y además fortificó la ciudad de Ascalon. Sin embargo, los cruzados estaban de manos atadas en cuanto a cualquier tipo de fortificación en Jerusalén. Esta breve cruzada, logró expandir las concesiones efectuadas en la sexta cruzada; no obstante, al ser ausente la figura de un rey cruzado presente en Jerusalén, el arbitraje entre los barones regentes se complicó, y las tensiones entre los cruzados se agudizaron.

Séptima Cruzada
En 1244, mercenarios corasmios aliados con el sultán ayyubí Al-Salih invadieron el territorio cruzado y saquearon Jerusalén. Como consecuencia del saqueo – y de la posterior derrota de templarios, lazaristas, y hospitalarios en la Batalla de la Forbie – los sarracenos volvieron a tomar Jerusalén. Sin embargo, la noticia de la caída de Jerusalén fue recibida en Occidente con estupor, y no causó la alarma que hubiese producido en otra época. Por lo tanto, esta séptima cruzada no fue inmediata ni tampoco se generalizó en buena parte de Europa.

Sucedió que durante la primera mitad del Siglo XIII, los mongoles hicieron su aparición en el mundo cristiano, e invadieron de forma devastadora todo el este de Europa; absorbieron a los principados rusos, y arrasaron en Polonia y Hungría. Por ende, la cruzada a Tierra Santa no suponía la mayor de las urgencias. Únicamente el devoto rey Luis IX de Francia declaró su intención de participar en esta nueva cruzada. El Papa Inocencio IV oficializó la convocatoria de la séptima cruzada en el Concilio Ecuménico de Lyon de 1245, cuyo mando delegó a San Luis IX.
Junto al rey de Francia marchaban sus hermanos Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, así como varios parientes de la familia Capeto, y otros barones franceses. ”En aquella época, Francia era posiblemente el estado más fuerte de Europa, y tras tres años recolectando fondos, reunió un poderoso ejército, de unos 1500 hombres, 2800 caballeros fuertemente armados, y unos 5000 ballesteros, y partió de los puertos de Marsella y Aigues-Mortes (Aguas Muertas) en verano de 1248”. Su objetivo era llegar a Egipto, centro del poder musulmán, y conquistar todo el delta del Nilo; para así utilizar el territorio como moneda de cambio o bien para asentarse ahí.

La flota francesa llegó a Chipre, donde gobernaba el rey cruzado Enrique I de Lusignan. El chipriota se unió a la expedición, al igual que dos huestes templarias y hospitalarias, y un contingente inglés. Los cruzados pasaron el invierno de 1248-1249 en la isla, y la larga estancia termino debilitando la disciplina de los soldados. Disputas, conflictos, negociaciones infructuosas y mal tiempo terminaron postergando la partida del ejército cristiano hasta inicios de junio de 1249.
Al igual que en la quinta cruzada, el ataque se centraría en la ciudad portuaria de Damieta, la cual fue capturada con relativa facilidad el 6 de junio. Los ayyubíes entraron en pánico y evacuaron la ciudad ante la llegada del rey San Luis, obligando al sultán ayyubí, Al-Salih, a instalarse con su ejército en Mansura (ciudad egipcia de camino a El Cairo). Para 1249, el sultán Al-Salih estaba gravemente enfermo de tuberculosis y agonizaba, pero ello no impidió que organizara las defensas del Nilo.

San Luis optó por instalarse en Damieta y sus alrededores en lugar de continuar con el avance hacia El Cairo. Esto se debió a tres motivos: la espera de la llegada de Alfonso de Poitiers (hermano del rey) con refuerzos, las inundaciones del Nilo (ya que de intentar marchar a través del Nilo, mientras el río estaba en medio de una inundación anual, hubiera supuesto importantes problemas logísticos), y el desacuerdo entre los mandos cristianos sobre como se procederá a partir de la toma de Damieta.
Los franceses permanecieron cinco meses en Damieta. Entretanto, San Luis remodeló la ciudad, cambió la mezquita por catedral, nombró a un obispo, asignó mercados a las repúblicas mercantiles italianas, y además tuvo que lidiar con el desánimo de las tropas, las enfermedades que aquejaban, el caluroso verano, y las frecuentes escaramuzas en los campamentos (las cuales terminaron con muchos cruzados capturados y enviados a El Cairo, ya que el sultán prometía pagar jugosas recompensas por la cabeza de los infieles). En ese periodo, el rey también rechazó un intento de negociación para intercambiar Jerusalén con Damieta.
Finalmente, el 20 de noviembre de 1249 inició la marcha cristiana rumbo a El Cairo, capital del Sultanato Ayyubí. Mientras las fuerzas de San Luis avanzaban lentamente a lo largo del Valle del Nilo, en Mansura fallecía el sultán Al Salih, debido al gran número de enfermedades que portaba. La muerte del sultán se mantuvo en secreto, y se formó una junta encabezada por la viuda y los mamelucos – esclavos guerreros que conformaban la guardia de Al-Salih -, a la espera de la llegada del heredero Turan Shah.

Los cruzados consiguieron importantes victorias en Fariskur y Baramun, y llegaron a Mansura el 21 de diciembre. Mansura era una ubicación estratégica, ya que era una localidad entre Damieta y El Cairo, y por ello el sultán posicionó a su ejército ahí antes de fallecer. El campamento sarraceno estaba separado por un río del ejército de San Luis, por lo cual los franceses comenzaron a construir diques, a la vez que los egipcios lanzaban un ”un aluvión constante de piedras, jabalinas, flechas, virotes de ballesta, e incluso fuego griego”.
Sin embargo, el 8 de febrero de 1250, Roberto de Artois se infiltró temerariamente en el interior de Mansura a través de un vado, y atacó sin la autorización de su rey. Los templarios le aconsejaron prudencia, pero igualmente se abalanzó sobre el enemigo. Los egipcios organizaron una defensa improvisada, y, como era de esperar, la hueste de Roberto (incluyéndole) fue aniquilada en las callejuelas. La desgracia cayó sobre la Cristiandad: de los 290 caballeros que se internaron en la ciudad solo cinco escaparon con vida.

Por otro lado, el grueso del ejército cruzado, comandado por San Luis, logró construir un puente y atravesar las defensas enemigas, pero se vio incapaz de tomar la ciudad ante constantes ataques por su retaguardia; lo que se produjo fue un estancamiento al ninguna fuerza ser capaz de superar a la otra.
El 28 de febrero, Turan Shah, el heredero del fallecido Al-Salih, llegó a Egipto y se hizo con el poder. El nuevo sultán ordenó la construcción de una flotilla en el Nilo, para así lograr apretar el cerco que rodeaba a los franceses, además implementó un bloqueo para cortar las líneas de abastecimiento que llegaban a San Luis desde Damieta. Estas nuevas medidas llevaron a las huestes francesas a ser acechadas por el hambre y las enfermedades, al punto que la única opción táctica restante era emprender la retirada.

Las fuerzas francesas, golpeadas por la derrota, el hambre, la disentería, la fiebre de tifoidea y el tifus, partieron de regreso a Damieta. En su camino de regreso las huestes francesas fueron emboscadas por los sarracenos, lo que terminó con la captura de San Luis; además, varios de los barcos que llevaban heridos y suministros también fueron interceptados. San Luis, sus hermanos Alfonso de Poitiers y Carlos de Anjou, y sus respectivos ejércitos, fueron llevados cautivos a Mansura. El objetivo del sultán ayyubí era utilizar al rey como moneda de cambio para recuperar Damieta, regentada por Margarita de Provenza, mujer de San Luis.
Como los egipcios carecían los hombres suficientes para resguardar a tan numeroso ejército de prisioneros, no tuvieron mayor inconveniente en decapitar a los prisioneros más pobres (se calcula que se decapitó a un total de 300 prisioneros), de este modo el número de cautivos se redujo a un tamaño manejable. Del mismo modo, los cristianos de Tierra Santa ya habían iniciado las negociaciones para recuperar al rey de Francia, a los condes de Poitiers y Anjou, y a todos los barones y caballeros templarios, hospitalarios y franceses que permanecían bajo cautiverio egipcio.

Finalmente, el 30 de abril se logró acordar la liberación de algunos prisioneros (incluyendo a San Luis), a cambio de la devolución de Damieta y del pago de un cuantioso rescate. No obstante, el 2 de mayo, los mamelucos realizaron un golpe de Estado, destronando y ejecutando al sultán ayyubí Turan Shah. Este golpe acabó con el Sultanato Ayyubí y dio inicio al Sultanato Mameluco de Egipto, el cual reinaría por los siguientes trescientos años.
La llegada al poder de los mamelucos casi termina de comprometer el intercambio, ya que el nuevo sultán, Aybak, amenazó con ejecutar a los prisioneros cristianos. No obstante, se logró efectuar el rescate del rey San Luis y de los demás prisioneros a cambio del pago de un millón de dinares y de la devolución de Damieta. El 7 de mayo, un día después de haber sido liberado, el rey dejó Egipto y puso rumbo a Acre, capital del Reino de Jerusalén (o mejor dicho de lo que quedaba de este). Los franceses tuvieron que dejar Damieta con prontitud, abandonando a varios heridos, los cuales fueron masacrados pese a la promesa de los mamelucos de que iban a respetarlos.
Desde Acre, San Luis continuó negociando la liberación de los prisioneros cristianos restantes, concretando la libertad de 3000 prisioneros. Tras reforzar las defensas, fortificar algunas ciudades y servir como mediador entre los señores cristianos de Tierra Santa por los siguientes tres años; San Luis optó por volver a Francia dando por finalizada esta cruzada infructuosa en 1254.
Octava y Novena Cruzada
Si bien es cierto que la campaña de San Luis terminó en un fracaso total, su prestigio en Europa aumentó, y pronto decidió poner en marcha los preparativos para llevar a cabo una nueva guerra santa. En 1260 Baibars asumió como nuevo sultán mameluco. Él era un musulmán fanático que rechazaba todo lo cristiano, por ello llevó a cabo grandes campañas contra los Estados cruzados de Tierra Santa, los cuales dominaban una estrecha franja costera en el Levante que se extendía desde Cilicia hasta Gaza.
Lo que mantenía con vida a los reinos cruzados eran las múltiples fortalezas de templarios y hospitalarios que se extendían por Siria y Palestina. Baibars atacó varios de estos castillos, como la fortaleza siria del Crac de los Caballeros, símbolo del poder y prestigio de los hospitalarios desde la primera cruzada. Con la defensa colapsada en varios puntos del Este Latino, Baibars logró tomar ciudades estratégicas. El sultán mameluco se hizo con Cesárea, Arsuf, Jaffa, e incluso con todo el Principado de Antioquía en 1268, gobernado por Bohemundo VI.

Las conquistas de Baibars resultaron fulminantes, los cruzados no habían presenciado semejante azote desde tiempos de Saladino. Para el último tercio del Siglo XIII, el Reino de Jerusalén apenas abarcaba una minúscula franja entre Acre y Sidón; mientras que el Condado de Trípoli solo conservaba su capital homónima, Tortosa y Biblos. Esta precaria situación en Tierra Santa motivó al rey de Francia, San Luis, a emprender una nueva expedición en Egipto.
Aún pese a la terminal situación del Este Latino, Carlos de Anjou, convenció a su hermano – el rey San Luis – de redirigir la cruzada hacia Túnez, donde gobernaba el Emirato Háfsida. Carlos de Anjou, quien además era rey de Sicilia, argumentaba que el emir tunecino, Al-Mustansir, estaba dispuesto a dejar el Islam y convertirse al Catolicismo, pero los enemigos en la corte se lo impedían. San Luis aceptó la propuesta, puesto que sonaba prometedora la creación de un reino cristiano en el norte de África y partió rumbo a Ifriqiya en 1270.

Con él viajaban el rey Teobaldo II de Navarra, y sus tres hijos varones. Además, Carlos de Anjou y el príncipe Eduardo de Inglaterra, hijo de Enrique III de Inglaterra, prometieron unírsele con refuerzos.
La expedición llegó a Túnez en 1270, y arribaron a las ruinas de la mítica Cartago en pleno verano magrebí. El calor era inaguantable, y las epidemias pronto golpearon a los caballeros de esta octava cruzada. Para empeorar las cosas, el emir tunecino no recibió a los recién llegados con los brazos abiertos, ni tampoco tenía intenciones de convertirse al credo católico, y más bien se atrincheró en la ciudad de Túnez.
Los cruzados asediaron la capital hásfida, sin embargo fueron golpeados duramente por la epidemia de disentería que se esparcía por el Magreb. La letalidad de esta peste fue tal que varios altos mandos cristianos se vieron afectados, como el segundo hijo del rey, Juan Tristán; incluso el 3 de agosto de 1270 San Luis sucumbió ante la disentería a los 56 años. Cuando Carlos de Anjou llegó a Ifriqiya con refuerzos, se enteró que su hermano acababa de fallecer.
Carlos, viendo el fatal panorama, decidió pactar con el emir tunecino, y en otoño se realizó la evacuación de las tropas francesas de Túnez. La campaña fue tan desastrosa que varios cristianos fallecieron en su viaje a casa, como el rey Teobaldo II de Navarra, o la viuda de San Luis. Además, una tormenta hundió casi la totalidad de los barcos de Carlos de Anjou, muriendo un aproximado de 4000 personas.
No obstante, el príncipe Eduardo, quien posteriormente se convertiría en Eduardo I de Inglaterra, tenía la intención de unirse a San Luis en Túnez. Pero cuando llegó, el rey francés ya había fallecido, y las tropas francesas estaban en plena evacuación. Eduardo decidió continuar con la cruzada, asistiendo al príncipe de Antioquía y conde de Trípoli, Bohemundo VI. Tras hacer escala en Chipre, el inglés desembarcó en Acre en 1271 con un pequeño ejército.

Tras una breve guerra de guerrillas contra los mamelucos, Eduardo volvió a Inglaterra en 1272, no sin antes firmar una tregua con Baibars, para así asegurar la continuidad del remanente cristiano en Tierra Santa. Para cuando regresó, su anciano padre Enrique III había fallecido, y fue coronado como rey de Inglaterra. Algunos historiadores consideran la campaña de Eduardo I como una novena cruzada, pero comúnmente se le considera una extensión de la octava.
Caída de Acre y Consecuencias de las Cruzadas
Tras la partida de Eduardo I, los conflictos en Tierra Santa se intensificaron. Aunque varios papas intentaron pregonar nuevas cruzadas, su espíritu se había perdido y ya no se organizaron más. Igualmente, los mamelucos siguieron hostigando a las escasas ciudades cristianas restantes en el Levante, en 1289 cayó Trípoli, y en 1291 cae la ciudad portuaria de San Juan de Acre. Tras la caída de Acre, se emprendió la evacuación de las últimas posesiones en Tierra Santa, las cuales no volverían a poder cristiano hasta la Primera Guerra Mundial.
Las cruzadas han sido eventos de alta trascendencia en la historia debido al gran impacto que generaron, no solo al nivel de la obvia muerte y destrucción que causaron, sino también a nivel político, religioso, económico, geopolítico, social y cultural. La repercusión más notoria de las cruzadas en Occidente fue la consolidación del poder papal en Europa.

Las cruzadas, de por sí, tenían el elemento impulsor de unificar a la Iglesia Católica con la Iglesia Ortodoxa: dos comunidades que ya llevaban tiempo distanciadas. Pero las cruzadas lograron un efecto adverso, ya que el disruptivo reencuentro entre católicos y ortodoxos en el Siglo XI solo fue amargando las relaciones, lo que eventualmente se tradujo con el saqueo de Constantinopla de 1204, provocando un agudo resentimiento entre los ortodoxos. Al punto que los bizantinos exclamaron dos siglos más tarde: ”es preferible el turbante turco que la tiara latina”.

Por otro lado, en Europa la idea de la guerra santa adquirió un prestigio importante, al punto que el término de cruzada fue acuñado a otro tipo de campañas que no tenían la estricta intención de tomar Tierra Santa: la cruzada albigense contra los cátaros, las cruzadas bálticas, la cruzada contra la Corona de Aragón, la cruzada contra Federico II Hohenstaufen, episodios de la Reconquista como la Batalla de las Navas de Tolosa o la Guerra de Granada, las cruzadas húngaras contra el Imperio Otomano, incluso la idea de cruzada fue utilizada para proporcionar una justificación religiosa durante la conquista de América.
Las cruzadas también representaron ser disruptivas entre las tres religiones monoteístas. Los cristianos presentaron al Islam como un enemigo a abatir, y a su vez los musulmanes dejaron de respetar al Cristianismo como uno de los ”pueblos del libro”, y más bien lo consideraron un enemigo natural. Los judíos, por su parte, sufrieron bastante persecución durante la predicación y la ejecución de las campañas.
Las cruzadas debilitaron a los señores feudales; muchos perdieron la vida o se instalaron en Levante; mientras que otros se empobrecieron con la venta de sus tierras; además, su prolongada ausencia les impidió hacer valer sus derechos. Los reyes confiscaron los feudos vacantes y redujeron tenazmente los privilegios de los señores. Por su parte, los sirvientes y vasallos adquirieron su libertad a cambio de las riquezas que obtuvieron en sus viajes. Las ciudades y la burguesía obtuvieron grandes ganancias de los beneficios obtenidos de los suministros, el transporte de ejércitos y el aumento del comercio con Oriente. A todo esto se le conoce como crisis del feudalismo.

Al mismo tiempo, el comercio marítimo obtuvo un mayor impulso en perjuicio del terrestre, ya que las rutas comerciales hacia Oriente comenzaron a ser bloqueadas gracias a las invasiones de turcos o mongoles. Por ende, ciudades como Constantinopla perdieron su hegemonía mercantil en favor de Venecia, Pisa, Génova, Barcelona o Marsella.
Referencias Bibliográficas
Academia Play [Academia Play]. (s.f.). Las Cruzadas en 14 minutos. [Archivo de Video]. Recuperado el 12 de Diciembre de 2021 en https://www.youtube.com/watch?v=Fqn9vsHMtHo
Cartwright, M (2018, Octubre 12). Cruzadas, World History Encyclopedia. Recuperado el 12 de Diciembre de 2021 en https://www.worldhistory.org/trans/es/1-15951/cruzadas/
Enciclopedia de Historia (2018). Las cruzadas, Editorial Grudemi. Recuperado el 12 de Diciembre de 2021 en (https://enciclopediadehistoria.com/las-cruzadas/
Poudereux, I (2021, Junio 18). Las Cruzadas Menores: de la Quinta a la Novena. Historia, características y consecuencias, RedHistoria. Recuperado el 12 de Diciembre de 2021 en https://redhistoria.com/las-cruzadas-menores-de-la-quinta-a-la-novena-historia-caracteristicas-y-consecuencias/
Arre Caballo! (2017, Julio 2). Las últimas Cruzadas. Recuperado el 12 de Diciembre de 2021 en https://arrecaballo.es/edad-media/las-cruzadas/las-ultimas-cruzadas/
Arre Caballo! (2015, Septiembre 5). Séptima Cruzada (1.248-49), mamelucos contra cruzados. Recuperado el 12 de Diciembre de 2021 en https://arrecaballo.es/edad-media/los-mamelucos/septima-cruzada-1-248-49-mamelucos-contra-cruzados/
Garrido, A [Pero eso es otra Historia]. (s.f.). LAS CRUZADAS – Tierra Santa, Cátaros y Cruzadas Bálticas (Documental Historia resumen). [Archivo de Video]. Recuperado el 12 de Diciembre de 2021 en https://www.youtube.com/watch?v=Oel9c3ZSiEU&t=2072s