La Querella de las Investiduras

Naturaleza del Conflicto

La Querella de las Investiduras, o Controversia de las Investiduras, fue un conflicto político que agitó las relaciones entre el Sacro Imperio Romano Germánico (el Primer Reich) y el Papado. Esta controversia se dio en pleno apogeo del sistema del feudalismo, concretamente a mediados del Siglo XI, cuando el poder estaba descentralizado y basado en la tierra y en la posesión de feudos, tanto por parte de laicos como de religiosos. El conflicto surgió ante la disputa del derecho de poderes seculares sobre la designación de clérigos (los obispos y abades). Por lo tanto, la búsqueda de la Iglesia de reafirmar su soberanía, llevó al poder laico y al religioso a una pugna sobre la ostentación de la prerrogativa de elección a estos obispos y abades.

Cabe resaltar el hecho de que el Sacro Imperio no era un Estado unificado, sino que estaba fragmentada en diversos ducados, principados, condados, y marquesados, los cuales rendían vasallaje a los emperadores. Pero en la práctica, solían actuar como naciones independientes y era costumbre que se rebelaran contra la autoridad imperial. La idea de que el emperador – en aquellos años Enrique III – ejerciera la posibilidad de designar obispos y abades, era para reafirmar su autoridad en una nación que de por sí estaba políticamente fragmentada. Dado que el Sacro Imperio era una nación fuertemente descentralizada – y por ende la capacidad de los nobles locales de rebelarse contra el emperador era mayor – el soberano buscaba constituir un Estado lo más nepotista posible, y a veces podría darse el caso que el emperador nombre a parientes suyos a puestos eclesiásticos. Además, se hizo popular la simonía; es decir, la venta de puestos religiosos jerárquicos al mejor postor. Por otro lado, la Iglesia, sufriente por la corrupción de sus instituciones, la llamada pornocracia papal, y el abandono de las costumbres, veía mal que poderes laicos designasen autoridades religiosas, y buscaba tomar aquella responsabilidad para sí.

Mapa de Europa en el Siglo XI, Sacro Imperio Romano Germánico en Amarillo

Desde los inicios de la Iglesia Católica, se sostuvo la idea de que el poder pontificial, aquel que actuaba como el puente entre lo divino y lo humano, debía sucederle un poder temporal que custodie la tradición regia, el cual era considerado una herencia divina al igual que el propio papado. Desde la época del Papa Gelasio I (492-496), se introdujo el utrumque gladium – o doctrina de las dos espadas – donde se sostenía que el poder universal de la Iglesia se debía ejercer a través de dos brazos: uno espiritual y otro terrenal. Así surgió una visión de bicefalía dentro del seno de la cristiandad, que luego fue ratificada en la coronación de Carlomagno en el año 800 – el primer sacro emperador – por el Papa León III; en aquella ceremonia el rey tuvo que arrodillarse ante el pontífice, y se forjó una extraña relación de subordinación mutua entre ambos poderes.

Esta primera coronación terminó transformándose en una tradición, ya que varios emperadores germánicos, en buscas de legitimar su poder, iban a Roma para ser coronados por el propio pontífice. Esta costumbre, sumada al hecho que los emperadores solían interferir con los asuntos de la Iglesia y apoyar rebeliones de antipapas contra el papa de turno, llevó a que la siguiente interrogante sea puesta a discusión ¿quién tenía supremacía sobre quien, aquel que nombrara emperadores o aquel que nombrara papas?

En el Sacro Imperio, el nombramiento de obispos y abades se realizaba en una ceremonia llamada investidura, generalmente por autoridades laicas. Este recién nombrado obispo o abad sería consagrado por su superior religioso, aunque generalmente esto último era una formalidad. Tras investir al obispo o abad, estos recibían un feudo eclesiástico, así como los derechos feudales y eclesiásticos que aquel nombramiento implicase. Durante el reinado del sacro emperador Enrique III (reinante desde 1036 hasta 1056) al clérigo en cuestión se le entregaba un cetro y un anillo en la investidura. Luego, el obispo o abad debía jurarle lealtad al soberano en una ceremonia llamada homenaje (que vendría a ser la otra cara de la investidura). De esta forma el clérigo se convertía en una señor feudal, vasallo del emperador, como cualquier otro.

El homenaje obligaba al obispo o abad a ayudar al gobernante tanto espiritual como materialmente mediante el cumplimiento de los requisitos de “servicio al rey” (servitium regis), incluido el pago de cuotas, la distribución de feudos eclesiásticos a los partidarios reales a petición del rey, hospitalidad, apoyo militar y asistencia a los tribunales como asesor y colaborador.

La Reforma Gregoriana

En este contexto surgió un influyente papa que protagonizó el devenir de los acontecimientos y marcó el inicio de una nueva era para la Iglesia: Gregorio VII. Él fue nombrado pontífice de la Iglesia Católica en 1073, y fue recordado como un papa reformista, al igual que sus predecesores León IX y Nicolás II. El Papa Gregorio VII fue promotor de la conocida Reforma Gregoriana, la cual reafirmó la autoridad del pontificado.

Hasta ese momento, la Iglesia había tolerado y aceptado la designación de obispos y abades por autoridades laicas, y respetaban la jurisdicción del Sacro Imperio Romano Germánico en este asunto. Sin embargo, a mediados del Siglo XI, la denominación de autoridades eclesiásticas en las ciudades del norte de Italia comenzó a tomar un tinte más controversial. En gran medida, esto se dio por el resurgimiento del poder pontificial y la revaloración de derechos antiguos, así como el cuestionamiento de la aplicabilidad de las normas germánicas en el norte de Italia (territorio que de iure era parte del Sacro Imperio) y como esto conflictuaba con la autoridad de Roma. Un clérigo que en particular fue crítico de estas cuestiones fue el cardenal Humberto da Silva (quien además jugó un papel protagónico en el Cisma de Oriente de 1054) ya que consideraba que estas designaciones iban en contra del orden jerárquico eclesial que había sido configurado en tiempos del Imperio Romano. El cardenal da Silva tenía una posición escéptica sobre el hecho que la investidura de obispos y abades del norte de Italia sea notificada al sacro emperador de turno, y aprobada por este.

San Gregorio VII, sumo pontífice de la Iglesia Católica

El espíritu de la Reforma Gregoriana está ejemplificada en la bula Dictatus Papae de 1075, en dicho decreto se atacó férreamente a las investiduras de obispos en las diócesis por poderes seculares, así como la simonía, o venta de cargos eclesiásticos, y además se impuso el celibato entre los miembros del clero. Esta bula consistía de veintisiete axiomas, los cuales reafirmaban la autoridad pontificial y debilitaban la imperial, incluso se llegaba a amenazar con excomunión tanto a aquellos laicos que deliberadamente designasen obispos y abades sin autorización papal, como a aquellos que recibieran el puesto – sin necesariamente haber sido mediado a través de un pago. Además, este decreto ponía al emperador en una posición subordinada al Papa, lo que significaba mermar los poderes imperiales, y entrar en conflicto con la ”doctrina de las dos espadas”.

Bula Papal: Dictatus Papae (1075)

Enrique IV de la Dinastía Salia

En el año 1056 falleció el sacro emperador Enrique III, lo que significaba que su hijo de seis años, Enrique IV, iba a ser coronado como rey de romanos (o monarca del Sacro Imperio). La llegada al trono de un menor de edad, con nula experiencia en el arte de gobernar, fue aprovechada por los aristócratas, tanto laicos como religiosos, para así obtener una mayor independencia y autonomía política, y así emanciparse de la autoridad imperial. De igual modo, el papado luchó por mayor independencia y recuperar el terreno que había sido cedido ante las pretensiones del fallecido emperador.

Cuando Enrique IV alcanzó la mayoría de edad, buscó recuperar el terreno que en la última década había sido perdido debido a su minoría de edad. Su primer objetivo fue reafirmar su poder frente la rebelde nobleza. En aquellos años se decretó la Dictatus Papae del Papa Gregorio VII, lo que fue interpretado como una ofensa por el emperador Enrique IV. El rey hizo oídos sordos, y continuó invistiendo obispos y abades en Alemania, y además nombró a un nuevo arzobispo de Milán, lo que fue recriminado por el papa.

Gregorio VII hizo un llamado a la obediencia e incluso amenazó al monarca con la excomunión y la deposición. El soberano germánico actuó rápido, y en el Sínodo de Worms de 1076, Enrique IV se alió con varios nobles y obispos italianos y alemanes, los cuales renunciaron a la autoridad pontificial y se declararon en abierta oposición a la Reforma Gregoriana. Se dejó en constancia la desobediencia abierta contra el papa y se le pidió que abdicara y haga penitencia por sus pecados. En Roma, el documento fue recibido con tamaña indignación. El Papa Gregorio respondió excomulgando a Enrique y a todos los participantes del acto desafiante en el Sínodo de Worms, y además llamó a la deposición del monarca, declarando nulos todos los vínculos de fidelidad con la nobleza germana e italiana.

Consecuencias de la Excomunión

La excomunión de Enrique IV tuvo grandes consecuencias a corto plazo, ya que los nobles alemanes, opositores al rey, convocaron la dieta imperial de Tribur a finales de 1076. En ella, se manifestaba la intención de deponer a Enrique si el pontífice no le levantaba la excomunión en el plazo de un año. Enrique vio la situación comprometida, y veía que su corona peligraba, tanto por la amenaza de la nobleza rebelde como por la posibilidad de que el Papa Gregorio VII utilizara la dieta de Tribur para imponer sus exigencias.

Por lo cual, Enrique decidió acudir al encuentro del pontífice para pedirle personalmente que le levantase la excomunión. En 1077, el monarca cruzó los Alpes en penitencia y llegó al Castillo de Canossa en la Toscana, cerca de Parma, donde el papa se había refugiado ante el temor de que Enrique esté encabezando un ejército. Buscando el perdón del santo padre, Enrique estuvo tres días descalzo y en ropas harapientas frente a las puertas del castillo; la humillación del penitente monarca logró ennoblecer al Papa Gregorio, quien le levantó la excomunión.

Humillación de Enrique IV ante el papa para pedirle su perdón. Pintura de Eduard Schwoiser 1852.

Sin embargo, los nobles alemanes encabezados por Rodolfo de Suabia, no estaban dispuestos a desperdiciar semejante oportunidad para deponer al monarca, e igualmente se sublevaron en la llamada Gran Revuelta Sajona. Los nobles proclamaron como nuevo rey a Rodolfo, y por tres años combatieron contra Enrique IV. En este periodo los intentos de reconcilio entre papa y emperador se conflictuaron. Gregorio VII tampoco desperdició tal oportunidad, declaró su apoyo al rey rival, y en el Sínodo de Lenten de 1080 excomulgó nuevamente a Enrique. Como respuesta, el rey alemán convocó a sus leales en un concilio en Bresanona, donde proclamaron al papa como ilegítimo y lo desposeyeron formalmente de su dignidad pontificial. Ese mismo año murió Rodolfo de Suabia tras la Batalla del río Elster Blanco, lo que dejaba al Papa Gregorio en una posición vulnerable.

Enrique IV nombró papa al arzobispo de Rávena, investido como Clemente III. Luego reunió un ejército, marchó sobre Italia y tomó la ciudad de Roma en 1084. El objetivo era presionar a Gregorio para que este acate a las exigencias del rey alemán, y por ello fue convocado a un concilio, pero no acudió a sabiendas que iba a ser juzgado y sentenciado. En su lugar, Gregorio VII huyó de Roma y viajó al sur de Italia, donde buscó el apoyo de los normandos, dirigidos por el conquistador Roberto Guiscardo, duque de Sicilia, Calabria y Apulia. Por su parte, Enrique no perdió tiempo, instaló al antipapa Clemente, hizo excomulgar a Gregorio, y se coronó emperador el día de Pascua en la Basílica de San Pedro.

Acompañado por los normandos, y con el apoyo de los cardenales italianos, Gregorio buscó recuperar Roma y el trono pontificial. Roberto Guiscardo venció al emperador alemán, quien se vio obligado a retirarse, y los normandos entraron en Roma, la cual saquearon incontrolablemente. Los ciudadanos romanos culparon a Gregorio, y como resultado este tuvo que abandonar la ciudad, y terminar falleciendo en el exilio en Salerno en 1085.

Tras la muerte de Gregorio VII, el nuevo papa fue Víctor III, quien fue aupado por los normandos. No obstante quien seguía ocupando el pontificado de facto era el antipapa Clemente III. Tras la muerte de Víctor, el nuevo pontífice electo fue Urbano II en 1088. El nuevo papa se propuso expulsar a Clemente y recuperar la santa sede. El mismo año de su elección como papa, Urbano II, con apoyo de los normandos, marchó hacia Roma donde enfrentó las fuerzas del antipapa Clemente III. Además se alió con varias ciudades del norte de Italia para derribar la influencia de Enrique IV en dicha zona, estas ciudades constituyeron la famosa Liga Lombarda. Urbano, ya instalado como legítimo papa, proclamó la prohibición del nombramiento de nobles eclesiásticos por autoridades laicas. Sin embargo, Urbano II falleció en 1099 sin haber logrado doblegar a Enrique IV. Como dato curioso, fue Urbano quien proclamó la Primera Cruzada a Tierra Santa en 1095.

Enrique V de la Dinastía Salia

El nuevo pontífice era Pascual II, quien continuó con el enfrentamiento contra el sacro emperador. No obstante, Enrique IV ya se había enemistado con la nobleza germana, y durante la dieta de Maguncia de 1105 el emperador fue obligado a abdicar en favor de su hijo Enrique V. Con en este nuevo panorama, el papa creyó erróneamente que las relaciones Sacro Imperio-Papado comenzarían a mejorar.

Sin embargo, Enrique V envió una carta a Roma donde estipulaba su deseo de seguir nombrando obispos y abades, sin tomar a consideración la aprobación del pontífice. En el año 1111, Enrique cruzó los Alpes con su ejército para hacerse coronar emperador por Pascual II. Buscando conciliar las diferencias y evitar que la situación vuelva a escalar, el papa le ofreció un trato al rey alemán: los miembros del clero debían ceder sus tierras al emperador a cambio de que este no interfiriera con los asuntos de la Iglesia. Evidentemente el trato favorecía a Enrique V, pero no fue del agrado de la ciudadanía romana, especialmente cuando los obispos y abades se enteraron que la paz con el Sacro Imperio se iba a comprar con sus bienes. La cólera se hizo notar en las calles de Roma.

Ante la violencia surgida, Enrique V hizo que sus tropas desalojasen la Basílica de San Pedro e hizo apresar a Pascual II. Ahora hecho prisionero del rey, el papa fue obligado a acatar a un tratado totalmente perjudicial para la Iglesia, donde el nombramiento de obispos y abades recaía una vez más sobre el emperador, siempre y cuando no se efectuara mediante simonía. El Papa Pascual no tenía mayor opción que doblegarse ante los imperativos de Enrique, y fue obligado a coronarlo como emperador. Cuando el emperador dejó Italia y dejó al pontífice en libertad, Pascual II hizo nulo el tratado (ya que fue suscrito bajo coacción) y con el apoyo de los cardenales excomulgó a Enrique V.

Arresto del Papa Pascual II a manos del sacro emperador Enrique V

Concordato de Worms y Desenlace

Hubo que esperar a la muerte de Pascual II en 1118, para que Sacro Imperio y Papado construyeran un camino rumbo al entendimiento y la armonía. Le sucedió Calixto II, a quien se le atribuye el éxito del desenlace de la Querella de las Investiduras. En Septiembre de 1122, Enrique V y el Papa Calixto II llegaron a un acuerdo en el Concordato de Worms, el cual sería ratificado en el Concilio de Letrán del año siguiente.

Se acordó que el sacro emperador debía renunciar al nombramiento de obispos y abades, lo que incluía descartar los procesos feudales de la investidura ”con el anillo y el cetro”. Como contraprestación, Calixto II permitió que estas ceremonias sean llevadas a cabo en presencia del emperador, y se le permitía utilizar un voto de calidad cuando hayan disputas entre electores. También se acordó que el emperador podía llevar a cabo procesos de investidura aunque solamente en un marco civil. De esta forma se establecía que los investidos respondían al emperador en ámbitos civiles, y al papa en ámbitos religiosos. Tras el concordato, se le levantó la excomunión a Enrique V y se le reconoció como legítimo sacro emperador.

En 1125 falleció Enrique V sin herederos; quien había sido designado como sucesor era el duque Federico II de Suabia, miembro de la Casa de Hohenstaufen. Federico era hijo de Inés de Alemania, hermana de Enrique V. No obstante, los nobles y clérigos apoyaron el nombramiento de Lotario de Suplinburgo, duque de Sajonia. De esta forma estalló una guerra civil que arrasó todo el Sacro Imperio Romano Germánico. No fue hasta 1138, que la Casa de Hohenstaufen llegó al poder de la mano de Conrado III, hermano de Federico. Así inició un nuevo periodo para la historia de Alemania.

Referencias Bibliográficas

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Garrido, A [Pero eso es otra Historia]. (2019, Mayo 16). SACRO IMPERIO 3: La Dinastía Salia y la Querella de las Investiduras (Documental Historia). [Archivo de Video]. Recuperado el 8 de Agosto de 2021 en https://www.youtube.com/watch?v=Qo3zRAZLr74

Anónimo (2020, Marzo 17). La Querella de las Investiduras, La Historia Heredada. Recuperado el 8 de Agosto de 2021 en https://lahistoriaheredada.com/la-querella-de-las-investiduras/

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1 Comment

  1. Teresa Tyler 08/19/2021 at 10:34 pm

    Buscando información sobre la historia de la humanidad me topé con esta interesante página. Felicito al editor y al grupo de redacción. Muy buena composición y sólida información con debidas referencias.
    Su frase acerca de que en la guerra no hay buenos, ni malos, solos hombres con sed de poder; es muy cierta. Al fin de cuentas, cada persona tiene su manera de pensar y todo es relativo. Un claro de ejemplo de ello, es el arte, el amor y las relaciones interpersonales. Lo que algunos creen que es “bueno” para otros es “malo”.
    Felicitaciones y sigan compartiendo información que contribuye a un mundo mucho más civilizado, culto y con conocimientos relevantes.
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