La Iglesia en la Edad Media

Orígenes

”Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16: 18), de esta forma la Biblia da a entender como surgió el pontificado romano, la autoridad política-eclesiástica de la religión más extendida del mundo. Desde finales del Siglo I, e inicios del Siglo II, los obispos de Roma comenzaron a ser los de mayor jerarquía y primacía entre todas las sedes episcopales. El término ”Papa” se utilizaba para referirse a los obispos de las diócesis mayores, por ejemplo, el obispo africano del Siglo II, Cipriano de Cartago, era referido con dicha expresión.

Las persecuciones y la intolerancia fueron abandonadas cuando el emperador Constantino decretó la legalización del Cristianismo mediante el Edicto de Milán del año 313, el cual marcó un hito de alta trascendencia para la historia. Tras el I Concilio de Nicea, se consolidó la autoridad del obispo de Roma sobre la Iglesia Universal, la cual era reconocida por los líderes cristianos desde la muerte de San Pedro. A pesar de que la capital del imperio se trasladó de Roma a la Nueva Roma (Constantinopla), el patriarca romano conservó mayor jerarquía y autoridad eclesiástica sobre los otros patriarcas. Décadas después, en el año 380, el emperador Teodosio convirtió al Cristianismo en la religión oficial del Estado romano, y sepultó al paganismo helénico.

Coetáneo a Teodosio, en África vivió San Agustín de Hipona. Condecorado como doctor de la iglesia, sus obras son consideradas de mayúscula autoridad e influyeron sustancialmente durante la Edad Media. Destaca su obra La Ciudad de Dios, en la cual ofrece una perspectiva teológica de la historia, donde reflexiona sobre el saqueo de la ciudad de Roma por parte de los visigodos. San Agustín afirmó, que la ciudad que convenía afiliarse no era la ciudad física de los hombres, sino la de Dios.

Mediante el II Concilio Ecuménico en Constantinopla del 381, luego ratificado en el Concilio de Calcedonia del 451, se estableció una configuración pentárquica de la Iglesia, donde se establecían cinco sedes autocéfalas: Roma, Constantinopla, Jerusalén, Antioquía y Alejandría. Sin embargo, siempre estuvo presente la primacía de los obispos de Roma, debido a que su dignidad episcopal era herencia del apóstol San Pedro. Papas como San Dámaso, León I o Gelasio I, establecieron un relación dual con los emperadores romanos occidentales, donde la fe era emanada del poder pontifical, y era defendida desde el poder imperial (utrumque gladium).

El colapso del Imperio Romano de Occidente, evento ocurrido en el año 476, afectó al pontificado, ya que la Iglesia se había expandido y fortalecido bajo el amparo del ya muerto imperio. La fragmentación política en Occidente, el cual se dividió de acuerdo a la influencia de distintos pueblos germánicos, bárbaros para los romanos, debilitó considerablemente al poder fáctico y autonómico de los papas. Concretamente, los papas se encontraron dominados por los reyes ostrogodos en este nuevo contexto. Fue en el año 536, cuando Roma volvió a caer bajo manos romanas, en esta ocasión bajo el Imperio Romano de Oriente, también llamado Imperio Bizantino, cuyos emperadores pasarían a influir sobre el Papado por los siguientes dos siglos.

Aún así, el pontificado siguió ejerciendo una fuerte influencia sobre los otros reinos germánicos de Occidente: los visigodos y los francos. La conversión al Catolicismo de Clodoveo y Recaredo, reyes de los francos y visigodos respectivamente, conllevó a una mayor consolidación del pontificado en el panorama político, diplomático y religioso altomedieval. Además, aunque con mayor esfuerzo, el Catolicismo también logró llegar a las playas de la actual Inglaterra y convertir a los anglosajones a la religión de Cristo.

Bautismo de Clodoveo, rey de los francos

En aquellas épocas, se dio inicio a la expansión del Islam, religión monoteísta que rivalizaba con el Cristianismo y el Judaísmo. En poco menos de un siglo, motivados por la guerra santa contra el infiel, los musulmanes se expandieron rápidamente por el Medio Oriente. Los árabes se enfrentaron a los bizantinos, a quienes arrebataron las importantes sedes patriarcales de Antioquía, Jerusalén y Alejandría, lo cual dejaba únicamente a las sedes de Roma y Constantinopla bajo poder cristiano. La rivalidad de estas dos iglesias terminaría fraccionando al mundo cristiano en el cisma de 1054: en Oriente el Ortodoxismo griego, con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla como máxima autoridad; y en Occidente con el Catolicismo latino, con el Papa de Roma como máxima autoridad.

El Cristianismo se encontraba en una situación precaria tras la primera expansión del Islam, Hispania ya había caído ante los musulmanes, y aunque sin éxito, Constantinopla ya había sido asediada dos veces por las fuerzas del califa. Afortunadamente, en Occidente, los papas encontrarían como un aliado poderoso a la emergente Dinastía Carolingia, cuyo fundador Carlos Martel, estrechó las relaciones del Reino Franco con el Papa Gregorio III. Carlos Martel es reconocido por la victoria que asestó sobre los árabes del Califato Omeya en la Batalla de Poitiers del año 732, la cual marcó el fin de la expansión del Islam en la Europa Occidental. Pipino, vástago de Martel, se coronó rey de los francos en el año 751 en presencia del pontífice Zacarías I, quien le legitimó su ascenso al trono franco.

El rey le devolvió el favor al Papa Esteban II, sucesor de Zacarías, al prestarle apoyo militar contra el Reino Lombardo, el cual asolaba el norte de Italia y amenazaba con avanzar hacia Roma (ciudad que formalmente le seguía perteneciendo al Imperio Bizantino). Por esas mismas fechas, Constantinopla caía en una crisis religiosa, puesto que su emperador, Constantino V, convocó un sínodo donde declaró la adoración de imágenes como idolatría. Como Bizancio ya no era un aliado fiable, los francos de Pipino se postraron como los nuevos defensores de la Iglesia.

Pipino le obsequió al pontífice una franja de territorios en el Lacio, Umbría y la Romaña, que pasarán a ser conocidos como los Estados Pontificios; es decir, el reino del papa. El hijo de Pipino, el rey Carlomagno, padre de Europa, extendió el Reino Franco por gran parte de Europa Central y Occidental, conquistó a los britanos, sajones, bávaros y frisones, y se postró como solemne defensor de la Cristiandad (condecorado con el título de Romanorum Ecclesia Protector). Carlomagno sería coronado emperador por el pontífice León III el día de navidad del año 800, en la Basílica de San Pedro en Roma. Con este acto, Carlomagno afirmó el origen divino de su poder, y sentenciaba el carácter sagrado de su proyecto imperial.

Coronación de Carlomagno como Emperador de los Romanos

Influencias y Poder Político

Siglos después de la muerte de Carlomagno y la desintegración del Imperio Carolingio, la astuta alianza de los francos con el papado seguía estando presente en la política europea. La Iglesia tomó como modelo la organización administrativa romana, donde se dividió a la Iglesia en provincias y diócesis. Como los papas eran considerados los sucesores del apóstol San Pedro, eran las cabezas de la Iglesia Católica. Estos fijaron su residencia en Roma, centro cultural y religioso de la Cristiandad.

Para asegurar su autoridad y hegemonía, la iglesia contaba con dos instrumentos: la excomunión, por la cual se podía excluir a aquellos que no obedecieran, y la inquisición, en cuyos famosos tribunales se realizaban juicios a los sospechosos de herejías, quienes eran condenados a torturas y penas crueles como la muerte en la hoguera. La herejía era uno de los mayores crímenes en la Edad Media, y profesar una doctrina herética, podía llevar a uno a la muerte.

La iglesia mantenía gran fuerza y jerarquía, y para consolidarla, se crearon órdenes religiosas (tanto monacales como militares) dedicadas a establecer el Cristianismo en toda Europa, destacando la orden Benedictina, la Franciscana y la Dominicana. La mayoría de los reinos europeos le dieron su lealtad perpetua al Papa de Roma, y por lo tanto vivirían bajo el apogeo de la Iglesia Católica.

Pontífice Juán XII

 En todo el proceso, la Iglesia terminó siendo el máximo poder en la época feudal. La gran capacidad intelectual y formación del clero les daba una situación privilegiada frente a una población rural y analfabeta. Cabe hacer énfasis en la lengua sagrada, el latín, ya que era la lengua culta de Europa por excelencia. Al ser capaces de leer y escribir, los monjes, obispos y cardenales ocuparon la élite más letrada de la época, y estos solo enseñaban o escribían en latín, puesto que se pensaba que ninguna otra lengua merecía ser enseñada (la mediación del clero entre el latín con las lenguas vernáculas, funcionaba como la mediación entre la tierra y el cielo). Todo lo que la iglesia afirmaba, se convertía en una verdad eterna. Sucedía que la Iglesia lograba proporcionar una explicación metafísica a las inquietudes mundanas de los europeos, el por qué de las cosas, y por ello sus enseñanzas fueron bastante populares entre el común de los mortales.

El clero estaba conformado por todos los miembros de la Iglesia, este se dividía en dos categorías: el clero secular y el clero regular. En el clero secular, encontramos a los eclesiásticos que convivían con los laicos, y en muchas ocasiones llegaban a ejercer el poder político; aquí hallamos al Papa, a los arzobispos, a los obispos y a los párrocos. El clero regular, por su lado, era conformado por aquellos eclesiásticos que optaban por aislarse del mundo y recluirse en monasterios o abadías riñéndose bajo reglas específicas. La vida monacal se basaba en el lema ora et labora – ora y trabaja.

La Iglesia acumuló, no solo inmensas fortunas y grandes propiedades de tierra, sino que sus sacerdotes ocuparon altos puestos en los gobiernos y Estados europeos. Fue en el feudalismo, cuando los altos jerarcas de la Iglesia gozaron de las riquezas producidas por las masas campesinas. El clero conformaba el primer estamento social medieval; es decir, la orden de los oratores, quienes son los que rezan y ruegan por la salvación de la población. Los clérigos debían establecer un vínculo con la nobleza, puesto que los nobles debían proteger los privilegios del clero, a la vez que estos les rendían homenaje. Del mismo modo, el clero también establecía relaciones de dependencia con el estado llano, la servidumbre, quienes debían pagarle a la Iglesia el 10% de sus ingresos: el diezmo.

Las Reformas Eclesiásticas

Si bien es cierto que durante el milenio medieval la Iglesia no vio disminuirse (al menos no en gran medida) su importancia social, jurídica y política, sus preceptos y dogmas atravesaron distintas evoluciones. Este aspecto se evidencia en el hecho que significaron las distintas reformas internas que se llevaron a cabo en el corazón de la Iglesia, para así adaptarse a los cambios sociopolíticos, a las distintas coyunturas, y para sobrellevar las crisis que surgían en el marco eclesial.

Entre estas reformas podemos encontrar las reformas pontificales del Siglo XI, elaboradas por León IX, Gregorio VII y Urbano II – cada uno en su respectivo papado. Las reformas pontificias fueron una respuesta a la corrupción que surgió en el papado tras la desintegración del imperio de Carlomagno, donde varios papas impíos se sentaron en el trono de San Pedro. Inclusive, varios autores se refirieron al periodo entre el Siglo IX y X como la era de la pornocracia papal. La corrupción que surgió en la Iglesia durante aquellos siglos también perjudicó al monacato, y por lo tanto era indispensable que se llevaran a cabo las reformas pertinentes. Las más destacadas fueron las reformas cluniacenses y cistercienses, pertenecientes a la Regla de San Benito.

La reforma cluniacense, surgida en Francia alrededor del año 910, apareció por la mano de la Orden de Cluny, fundada por el duque Guillermo I de Aquitania. En la abadía benedictina de Cluny se forjó un espíritu reformista que pretendía volver a la esencia original del monacato y luchar contra el abandono de las costumbres. En la Orden de Cluny se revaloró la autoridad política y eclesiástica del Papa y se prefirió su protección frente a la del obispo local o la del señor feudal. Los cluniacenses también forjaron su propia jerarquía: debido a la pronta expansión de la Orden de Cluny – quienes llegaron a poseer cerca de 1500 monasterios – se reconoció al abad de Cluny como máxima autoridad dentro de la orden.

Abadía de Cluny, Actualidad

”Debían hacer voto de pobreza, castidad y obediencia, al mismo tiempo que también prometían ser imagen de humildad y penitencia. En la mayoría de las ocasiones, incluso, se hacía voto de silencio. La oración y la liturgia llenaban la mayoría de sus vidas”.

De igual manera, en el Siglo XII, surgió la reforma cisterciense como reacción ante la riqueza que habían acumulado los monasterios de la Orden de Cluny. En tal sentido, los cistercienses buscaban ”retornar a la simplicidad” y a las costumbres esenciales de la vida monacal, costumbres abandonadas parcialmente por los cluniacenses. La Orden del Císter buscaba una vida más recluida y estricta para el monacato, teniendo una fuerte expansión por Francia y Europa Occidental.

San Bernardo de Claraval

El principal promotor de esta reforma fue San Bernardo de Claraval, abad del Monasterio de Citeaux. Él promulgaba que los monjes debían tener una vida más recluida y laboriosas, para así alejarse de las frivolidades y acercarse más a Dios. San Bernardo recibió el apoyo del Papa Eugenio III para la pugna contra las herejías (como el infame culto valdense), las cuales se popularizaron principalmente en el sur de Francia. Al morir el mencionado monje en 1153, la abadía de Claraval contaba con la dependencia de otros 63 monasterios de la Orden del Císter.

La Escolástica

La escolástica fue ”el resultado de la unión del pensamiento filosófico y del pensamiento teológico para comprender y explicar las revelaciones sobrenaturales del Cristianismo”. En la Edad Media la filosofía predominante era la de Aristóteles, el cual fue adaptado al saber cristiano, buscando integrar los pensamientos filosóficos y naturales aristotélicos con la fe. Se buscaba una simbiosis entre la razón y la fe, aunque se mantenía una relación de subordinación de la primera hacia la segunda. Estos pensamientos vivieron su apogeo entre los Siglos XI y XV, los cuales se aplicaron esencialmente en las universidades, destacando las de París, Bolonia, Salamanca, Oxford y Cambridge.

Los escolásticos buscaban poder conceder una respuesta comprensible a las dudas que se generaban entre la razón y la fe. Esta corriente se apoyaba en diversas materias, como la ética, la lógica, la dialéctica, la metafísica y la teología. Sostenían que gran parte del conocimiento que tiene la gente proviene de la experiencia y el uso de la razón, pero hay otro porcentaje que se toma de las revelaciones de fe, y que no se pueden explicar en términos de realidad. El mayor representante de esta corriente fue el doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, reconocido por su frase ”toda verdad, dígala quien la diga, es del Espíritu Santo”.

Santo Tomás de Aquino, Siglo XIII

Cultura Monástica

Durante la Edad Media, la Iglesia encontró en los monasterios y en las órdenes monásticas, un importante motor de cultura, arte, espiritualidad y literatura. Estos monasterios lograron mantener la pureza de la fe cristiana, y mantener a flote el cultivo de las letras en una sociedad esencialmente analfabeta. Los monasterios se convirtieron en los principales centros culturales. En estos oasis de civilización y cultura lograron preservarse, recopilarse, y transcribirse, los importantes registros históricos de las civilizaciones griega y romana. En sus grandes bibliotecas recopilaron textos de Aristóteles, Suetonio, Plinio el Viejo, Estrabón o Cornelio Tácito.

En sí los monasterios eran centros religiosos donde residían los miembros del clero regular; es decir los monjes o monjas. La vida monacal era caracterizada por la modestia, la sencillez, el trabajo, la oración constante, la espiritualidad y el hecho de llevar a cabo actos penitenciales, como el voto de pobreza o el voto de silencio. Estos clérigos se agruparon en distintas órdenes monásticas, viviendo bajo estrictas reglas aprobadas por el Papa. Entre estas órdenes podemos encontrar las órdenes de Cluny y Císter – tratadas en párrafos anteriores – así como la orden Franciscana, la orden de los Cartujos, o la orden Dominicana.

En el Siglo IX se consolidó la unificación monacal bajo el apogeo del Imperio Carolingio, ya que se consiguió la unidad del monacato a través de la Regla de San Benito de Nursia (monje italiano del Siglo VI). La difusión de esta regla no se logró a través de Europa hasta los esfuerzos del monje Benito de Aniano en compañía del emperador carolingio Ludovico Pío. De esta regla surgieron las reformas cluniacenses y cistercienses.

Normalmente los monasterios eran dirigidos por un abad, quien también ejercía poderes políticos a suerte de señor feudal sobre las tierras y poblaciones que rodeaban al monasterio. El principal salón de un monasterio genérico era el scriptorium, aquí los monjes dedicados a las letras copiaron, tradujeron y recopilaron los textos de la antigüedad. Algunos de los monasterios más conocidos son: el Monasterio del Escorial (Madrid, España), el Monasterio de Yuste (Cáceres, España), el Monasterio de la Cartuja (Sevilla, España), Monasterio de Batalha (Leiria, Portugal), el Monasterio de San Giulio (Piamonte, Italia), el Monasterio de Mont-Saint-Michael (Normandía, Francia), o el Monasterio de Fontenay (Borgoña, Francia).

Monasterio del Escorial, Madrid

Aportes

Desde la legalización del Cristianismo a manos del emperador Constantino I el Grande, la Iglesia se posicionó en la cúspide de la pirámide sociopolítica medieval, y desde ahí defendieron la fe cristiana a capa y espada, incluso tras el desmantelamiento del Imperio Romano. La fe era la base por la cual se regía la religión católica, ya que lograba moralizar e insertar una fuerte esperanza en los habitantes europeos, especialmente entre las clases más bajas. A través del esparcimiento de los valores cristianos, estas clases bajas obraron de acuerdo a los dogmas cristianos en cualquier campo de su vida diaria, obteniendo una motivación y un ratio legis. En tal sentido, varias personas orientaron su vida a los mandatos del clero, volviendo propenso que este último utilizara dicha relación por distintos intereses y propósitos malintencionados.

La Iglesia fue una gran promotora de la cultura; es más, el clero fomentó y favoreció la creación de las primeras universidades durante la Baja Edad Media, como la de París, Salamanca, Bolonia, Oxford, Palencia o Praga, y se logró que la educación no fuera una exclusividad de los monasterios cristianos. Además, durante la Baja Edad Media, la Iglesia favoreció el comercio transcontinental y el intercambio con países de Oriente. De esta forma fueron introducidos a Europa productos como el arroz, la pimienta, el azúcar, el algodón, la confección de seda, el vidrio, etc. Este desarrollo mercantil fue resaltante en Estados portuarios de cara al Mediterráneo, como el Reino de Aragón, el Reino de Sicilia o las ciudades-estado italianas, tales como Venecia, Lucca, Noli, Pisa o Génova.

Tampoco hay que descartar el gran aporte que representó la unificación espiritual de Europa, lo que inmediatamente repercutió en la política, en la fortaleza militar europea, y en la perduración de la Cultura Occidental (cultura tripartita, compuesta por la herencia cultural griega y romana, sumada a los valores cristianos). Si no hubiera sido por la ardua labor cultural de la Iglesia, la civilización occidental se habría hundido en la oscuridad tras la caída del Imperio Romano de Occidente.

Si restamos a la historia medieval la importancia que tuvo el clero, posiblemente nos encontremos a una Europa sumamente debilitada y conflictuada tras la caída de Roma. Tal vez, los árabes habrían derrotado a los francos en la Batalla de Poitiers, e incluso Constantinopla y Roma podrían haber caído en manos musulmanas durante la primera expansión del Islam, lo que habría cambiado la historia por completo.

Es posible que la Iglesia haya tenido sus días oscuridad durante la Edad Media, donde se mataron inocentes en nombre de Dios y de la fe, y donde el pontificado estuvo plagado de abusos y corrupción, pero no podemos ignorar los grandes aportes del Cristianismo a la historia, ya que esta hubiera sido distinta sin la participación de la Iglesia Católica.

Referencias Bibliográficas

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4 Comments

  1. Yago De Monzarz 07/11/2021 at 6:51 am

    Hola!

    Arrancamos una vez más con el blog después de un mes de inactividad!

    1. Marcus 07/11/2021 at 10:16 am

      Y con pie derecho!!

  2. Beatriz 07/11/2021 at 10:17 am

    Fantástico!! Me encanta leer tu trabajo Yago!! ❤️

  3. María Villa 07/11/2021 at 5:26 pm

    Muy interesante buena descripción del poder de la IGLESIA en la Edad Media y sus aportes a la humanidad