Antecedentes a la Crisis
La política que definió el periodo de la Dinastía Severa se puede sintetizar en el siguiente axioma: para mantenerse en el poder, uno debe enriquecer, por sobre todo, a los soldados. Tras la guerra civil que supuso el Año de los Cinco Emperadores, Septimio Severo comprendió que la lealtad de las tropas no era algo que suponer, sino algo que comprar; ya que como estos lo habían aupado al poder, también tenían la capacidad de amotinarse en su contra, asesinarlo, y reemplazarlo con otro emperador.
El extenso Imperio Romano demandaba que sus legiones protegiesen sus fronteras, mientras que las tropas demandaban al emperador el precio por su lealtad. Los Severo devaluaron la moneda, al añadir menos metal precioso en la acuñación monetaria, para así poder cubrir los costes que suponían mantener la lealtad del ejército. Como consecuencia, la sociedad romana fue testigo de una crisis económica, seguida de una paulatina inflación (la cual pronto se descontrolará por completo en las décadas siguientes).

El rol tradicional del emperador comenzaba a ser cosa del pasado, su posición pasaba a sostenerse de la falible lealtad del ejército, quienes no dudaban en deponer aquel emperador cuyas políticas les perjudicase, y a su vez dejaban de ser fieles a sus responsabilidades, perdiendo interés por la guerra.
La crisis escaló durante el reinado de Alejandro Severo, último exponente de la Dinastía Severa. Durante su reinado, Alejandro estuvo dominado por su impopular madre, Julia Mamea. Julia Mamea había introducido recortes salariales a las tropas, para llevar a cabo las políticas ahorrativas que demandaba la precaria situación económica. Sin embargo, al aplicar medidas que desfavorecían al ejército, Alejandro careció del control de las tropas, las cuales, lógicamente, se mostraban reacias a apoyar a su emperador. Este descontento se vio agraviado tras las derrotas de Alejandro contra la Persia Sasánida de Ardashir I en el 232, lo que condujo a una creciente insubordinación del ejército.
La gota que colmo el vaso fue en el 235, año que Alejandro se enfrentó a las tribus germanas del Rin. Su madre le había aconsejado comprar la paz en lugar de enfrentarse a los invasores bárbaros. El ejército vio el acto totalmente deshonroso, quienes terminaron asesinándolos ese mismo año. En su lugar aclamaron al general Maximino el Tracio como nuevo emperador romano. De este forma estalló, lo que hoy se conoce como, la Crisis del Siglo III.
La Inestabilidad Política
La muerte de Alejandro Severo fue seguida por un colapso general del propio estado romano. Durante los siguientes cincuenta años (235-285) llegaron un total de veintiséis emperadores, la mayoría aupada – y destituida – por sus tropas. Como consecuencia, el estado se convirtió en un instrumento del ejército: Roma se había sumergido en una auténtica anarquía militar.
Las tropas seleccionaban al emperador, basándose en ciertas características: su popularidad, su eficacia como gobernante, su generosidad hacia el soldado, y su capacidad de producir resultados inmediatos y palpables. Cuando el gobernante fracasaba en alguno de estos requisitos era asesinado y reemplazado. A estos emperadores se les llamó ”emperadores de cuartel”.

La mayoría de estos emperadores eran hombres bien intencionados con deseos de servir al Imperio Romano, pero solían interferir con los intereses del ejército, pasando gran parte de su reinado defendiendo su posición, así como las frágiles fronteras del imperio.
Mientras la situación interna era sumamente anárquica, más impetuosa era la presión de lo bárbaros en las fronteras. Vándalos, Alamanes y Marcomanos, penetraban los ríos Rin y Danubio e incursionaban en las provincias romanas, donde saqueaban y destruían ciudades. Fue en el 250, cuando ocurrió la primera invasión documentada de los Godos. Cniva, rey de los godos, incursionó dentro de los Balcanes y asaltó la provincia de Moesia; el emperador Trajano Decio salió a su encuentro en la Batalla de Abrito, batalla donde los Godos obtuvieron una victoria pírrica al asesinar a Decio y su hijo.

La Hiperinflación y el Impacto Social
Durante toda su historia, la economía romana había dependido de las extensas rutas comerciales, rutas que habían sido potenciadas con la construcción de puertos y carreteras. Los comerciantes podían recorrer de un extremo a otro el imperio en pocas semanas, en un estado de relativa seguridad. Estos mercaderes llevaban productos agrícolas, metales preciosos, y hasta esclavos; los cuales intercambiaban por monedas de oro y plata verdaderamente preciadas. Cada provincia no producía los mismos productos, y por ello dependía del comercio interprovincial; por ejemplo las mayores plantaciones de trigo se encontraban en Egipto, la principal producción de madera en la Galia, y la mayor adquisición de cobre y estaño se encontraba en las minas de Hispania.
Cada provincia estaba sujeta a distintas condiciones geográficas, culturales, demográficas, y meteorológicas; por lo que grandes haciendas producían productos agrícolas destinados primordialmente a la exportación. Con el beneficio obtenido importaban comida y productos manufacturados, como resultado, todos los habitantes del Imperio Romano dependían económicamente entre sí.

Sin embargo, con la Crisis del Siglo III toda esta vasta red comercial se desmoronó, pues dependían de una moneda transportable y con un valor constitutivo y real. El comercio dejó de ser fiable, cuando la moneda dejó de serlo, como consecuencia el mercado romano sufrió escasez e hiperinflación. El aumento desmesurado de los precios, la inseguridad de las rutas (debido a los asaltos de los bárbaros), y la fuerte imposición fiscal del estado, hizo que el comercio dejara de ser rentable.

La depresión comercial perjudicó a la industria romana, la cual carecía de mercados para realizar el intercambio, y consiguientemente comenzó a extinguirse. El declive de la exportación hizo que la agricultura y la ganadería sufrieran un gran retroceso, ya que su ratio legis era el comercio interprovincial.
La población, exhausta del descontrol, los impuestos, la pobreza y del continuo asalto de los bárbaros, comenzó a abandonar las ciudades progresivamente y emigrar al campo. Dado a la devaluación monetaria, los romanos volvieron a realizar los intercambios en base al trueque, y paulatinamente la economía exportadora fue convirtiéndose en una economía de autoconsumo. La importación de bienes también dejó de ser rentable, ya que estos productos manufacturados eran cotizados en un precio, cada vez, más inflado, precio que los terratenientes ya no podían permitirse. De esta forma se sentaron las bases de los que llegaría a ser el feudalismo.
Los Imperios Galo y de Palmira
En el año 254 llegó Valeriano al poder, quien hizo a su hijo Galieno coemperador; fue durante el reinado de ambos donde el Imperio Romano alcanzó su nivel más bajo, ya que estuvo en verdadero riesgo de ser borrado del mapa. Esto se debió a una serie de factores que desestabilizaron, al ya inestable, estado romano.
En el este, el Imperio Sasánida se mostró dispuesto a explotar la debilidad de los romanos, y procedieron a adueñarse del Levante. En el 252, el rey persa, Sapor I, avanzó con sus ejércitos rumbo a Siria, tomando Alepo y Antioquía. Valeriano dejó a su vástago en la Galia rechazando las incursiones de Francos, Vándalos y Alamanes, y marchó rumbo a Oriente para recuperar los territorios perdidos. Sin embargo fue capturado por Sapor I durante el Asedio de Edesa, en el 259, para luego ser ejecutado.

Tras la muerte de Valeriano sucedió una invasión masiva de Francos a la Galia, y de Alamanes al norte de Italia. Galieno, tras reclamar el trono, viajó a Mediolanum (actual Milán) donde derrotó a los invasores Alamanes.
En respuesta a la precaria situación socioeconómica y política, y al deficiente liderazgo de Galieno, surgieron líderes provinciales que sintieron que podrían ser mucho más eficientes protegiendo sus territorios siendo ajenos al estado romano, y con ello descartando las luchas de poder dentro del propio imperio.
En el 260, tras rechazar a los invasores Francos, el gobernador de la Galia, Póstumo, declaró su independencia del Imperio Romano, fundando el Imperio Galo, el cual comprendía la Galia, Hispania, Britania, y la Germania romana. Mientras tanto, en Oriente, el gobernador romano de Siria y príncipe de Palmira, Odenato, logró recuperar Antioquía y los territorios orientales de los persas, e incluso llegó a asaltar Ctesifonte (capital sasánida). Sin embargo, en el 267, Odenato fue asesinado en Asia Menor, siendo su viuda, la princesa Zenobia, quien le sucedió en el gobierno de Siria. Un año después, aprovechando la muerte de Galieno, Zenobia declaró la independencia de Palmira, haciéndose con Egipto, Siria y el sur de Anatolia.

Estos nuevos imperios no fueron una rebelión abierta en sí, sino una reacción natural al caos generado dentro de Roma. Aunque de facto actuaban como un organismo independiente, de iure aún aclamaban actuar bajo nombre de Roma. Estos caudillos tomaron las riendas en la defensa de sus territorios, venciendo donde la frágil autoridad imperial había fallado.
Debido a que Galieno pasó gran parte de su reinado lidiando con usurpadores en los Balcanes, nunca llegando a considerar a los imperios separatistas como una amenaza a la soberanía romana, y no llegó a atender la disidencia de Póstumo y Zenobia.
Claudio II y Aureliano
Tras el asesinato de Galieno, ocurrido en el 268, ascendieron una serie de emperadores de origen ilírico y danubiano, cuya máxima prioridad fue reunificar y traerle estabilidad al imperio. El primero fue Claudio II el Gótico, llamado a sí por obtener una contundente victoria contra los Godos en la Batalla de Naissus en el 269, avatar donde perecieron 50 000 godos. Tras su derrota, los Godos no volvieron a intentar penetrar en territorio romano hasta una centuria después.
Ese mismo año, Claudio II logró derrotar una incursión de Alamanes en el norte de Italia, concretamente en la Batalla del Lago Benaco. Además, aprovechando la crisis política en el Imperio Galo tras la muerte de Póstumo y de su hijo Mario, Claudio recuperó Hispania y el valle del Ródano. Sin embargo falleció en el 270 de peste, su general Aureliano fue quien le sucedió. Fue con este Aureliano, donde el Imperio Romano comenzó a recuperarse de la inestabilidad.

Aureliano derrotó a los invasores Marcomanos, Alamanes y Vándalos, los cuales habían atravesado el Rin y volvieron a poner en jaque al norte de Italia. El emperador se vio obligado a renunciar a la provincia de Dacia, para así mantener una defensa territorial mucho más sólida en el río Danubio.
Cuando Zenobia tomó Egipto, el mercado romano enfrentó una severa escasez de trigo, obligando a Aureliano a priorizar la recuperación de los territorios palmirenos. Durante la campaña de recuperación de Oriente, Aureliano fue obligado a llevar a cabo una estrategia de tierra quemada; hasta se cree que durante la reconquista de Egipto, la Biblioteca de Alejandría fue prendida en llamas.
Zenobia reunió sus ejércitos al mando del general Zabdas, y enfrentó al emperador en la Batalla de Immae, en Siria, sucedida en el 272. Ahí, Aureliano derrotó a la defensa de Palmira, obligando a la reina y a su general a replegarse en Emesa, donde terminaron de ser derrotados por el emperador romano. Tras la victoria de Emesa, el Imperio de Palmira volvió a formar parte del Imperio Romano, y Zenobia fue hecha prisionera de Aureliano.

Tras restaurar el dominio romano en Oriente, Aureliano marchó rumbo a la Galia a someter al Imperio Galo de Tétrico I (heredero de Póstumo). Fue en el año 274, en la Batalla de Chalons, donde el ejército galo fue masacrado por las legiones de Aureliano. Tras la victoria en Chalons, la Galia y Britania volvieron a estar bajo dominio romano.
Aún tras reunificar al Imperio Romano, Aureliano se ganó el descontento popular. Ya que, para apaciguar las incursiones bárbaras, accedió darles tierras dentro de las fronteras, subió los impuestos, y además, en un intento de unificar el culto helénico y oriental en uno solo, elevó al Deus Sol Invictus como divinidad solar neutro. Todas estas medidas acabaron derivando en su asesinato, sucedido en el 275.
El Ascenso de Diocleciano
Tras el asesinato de Aureliano llegaron al poder un total de seis emperadores en los siguientes nueve años: Tácito, Floriano, Probo, Caro, Numediano y Carino.
La estabilidad que se había conseguido con Claudio II y Aureliano, pareció desaparecer con el regreso de la anarquía militar. Pero en el 284, un comandante de caballería de los Balcanes se alzó en la palestra política, fue nombrado emperador en Nicomedia, y neutralizó toda oposición, su nombre: Diocleciano.
Diocleciano impulsó un cambio fundamental en los aspectos más importantes de gobierno. Continuó con los proyectos de Aureliano, emitió una moneda más estable, le dio mayor estabilidad a la institución imperial, e instauró una nueva forma de gobierno: la tetrarquía o gobierno de cuatro.

Referencias Bibliográficas
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