La Corona Regnum Castellae, forjada en la belicosa arena de la Reconquista, fue la entidad histórica utilizada para referir aquella última y definitiva unión entre los reinos – y respectivas cortes – de Castilla y León después de varios siglos de uniones y divisiones. Bautizada a raíz del gran número de castillos que salpicaron en sus tierras, Castilla encuentra sus orígenes no como un reino, sino como un condado dentro del Reino de León. A partir del Siglo XI, Castilla consiguió el rango de reino, equiparándose con León, en un contexto de imperialismo e intento de centralización hispánica ante el declive del poder árabe en la península.
Regida por la Casa de Borgoña, el Reino de Castilla y León lideró la expansión cristiana hacia el sur durante el Siglo XII, enfrentándose en reiteradas ocasiones al contraataque musulmán liderado por los moros almorávides y almohades, quienes buscaban reclamar la fragmentada Al Ándalus. León y Castilla permanecieron indivisas (con la excepción de la independencia de Portugal en 1143), hasta que en 1157 el emperador Alfonso VII optó por dividir sus dos reinos entre dos de sus hijos: Fernando II en León y Sancho III en Castilla.

Castilla fue la que terminó tomando preponderancia frente a León, debido al crecimiento demográfico, económico y territorial, así como a la creación – y llegada – de distintas órdenes militares con el atractivo objetivo de guerrear contra el Islam. Particularmente, fue durante el reinado de Alfonso VIII de Castilla, hijo y sucesor de Sancho III, cuando se hizo notable la influencia de estas órdenes, como la Orden de Calatrava o la de Santiago, las cuales recibieron grandes porciones de tierra donde erigieron sus castillos y monasterios. El incomparable poderío económico y militar de Castilla en la península – y la popularización de la idea de cruzada – animó a sus nobles y caballeros a entrar en guerra contra los sarracenos. Fue así como ocurrió la Batalla de las Navas de Tolosa en 1212, en la cual Alfonso VIII unió fuerzas con los respectivos monarcas de Aragón y Navarra en una guerra santa.
La victoria en las Navas de Tolosa permitió a Castilla imponerse frente a todos sus rivales en la península, y dejó abiertas las puertas del valle del Guadalquivir para futuras conquistas. Sin embargo, tras la muerte de Alfonso VIII, una serie de eventos dinásticos llevaron a León a someterse a Castilla. El primo del castellano, Alfonso IX de León, contrajo nupcias con Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII, de cuya unión se engendró a Fernando el Santo. En la otra mano, la inesperada muerte de Enrique I en 1217, hijo y sucesor de Alfonso VIII de Castilla, llevó a Fernando el Santo a ser el heredero de tanto León (por sucesión paterna) como de Castilla (por sucesión materna).

Fernando III el Santo y sus Conquistas
En 1230, Fernando III el Santo, hijo de Alfonso IX de León y Berenguela I de Castilla, logró unificar los reinos de León y Castilla, y con ello dio origen a la Corona de Castilla. Originalmente, Alfonso IX – tras enemistarse con su vástago, negarle la herencia, y entrar en guerra con él – dictaminó en su testamento que la sucesión del Reino de León recaería sobre sus hijas, las infantas Sancha y Dulce. A pesar del desesperado intento de su padre por desheredarlo, Fernando logró consolidar sus derechos dinásticos en León a cambio de una renta vitalicia a sus medias hermanas. De este modo, el rey santo logró reunir definitivamente los 150 000 km² castellanos con los 100 000 km² leoneses, formando un reino con abundantes reservas económicas y recursos militares.
Si por algo destaca Fernando III, es por haber encabezado una espectacular ofensiva militar contra el debilitado territorio musulmán. Ocurrió que tras la Batalla de las Navas de Tolosa, Al Ándalus se volvió a fragmentar en los reinos de taifas ante la anarquía generalizada en las provincias andalusíes del Imperio Almohade. Durante aquellas décadas, varios caudillos sarracenos reclamaron ciudades y extensas porciones de tierras; se proclamaron reyes, y expandieron sus dominios por el caótico territorio almohade, como fue el caso de las taifas de Murcia, Arjona, Valencia, Niebla y Granada. Ante semejante fragmentación e inestabilidad interna del enemigo, la labor conquistadora de Fernando el Santo fue mucho más sencilla.

La ofensiva del rey castellano fue tan espectacular, que la corona logró incorporar otros 100 000 km² a costa del Islam. En este episodio de la Reconquista jugó un papel crucial el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, quien sirvió no solo como líder espiritual, sino también como comandante militar en la conquista de ciudades islámicas, como fue el caso de Cazorla. Para 1233, las huestes castellanas ya se habían apoderado de Úbeda, y para 1236 Fernando III ya había entrado en Córdoba, la vieja capital califal.
Mientras todo el valle del Guadalquivir caía ante el avance castellano, surgió un conquistador dentro de la terminalmente decadente Al Ándalus: Alhamar. Originalmente rey taifa de Arjona, Alhamar logró aprovechar los conflictos internos entre los musulmanes e invadió el sur, haciéndose con el control de Málaga, Lorca, Granada y Almería antes de que puedan caer en manos cristianas. De este modo, Alhamar (también llamado Muhammad I Ibn Nasrid) constituyó el último Estado musulmán en la península en 1238: el Reino Nazarí de Granada, el cual pudo sobrevivir por el resto de Edad Media.

Entre 1240 y 1243, Fernando se expandió sin encontrar resistencia: capturó la fortaleza de Almodóvar del Río, así como las ciudades de Albacete, Baena y Lucena. En ese contexto, el monarca se debatió entre continuar la conquista de Andalucía o redirigir sus esfuerzos contra la taifa de Murcia para asegurar algún acceso al Mar Mediterráneo. Al final se decantó por enviar a su hijo, el infante Alfonso, contra la Murcia musulmana, mientras él continuaría el asedio al Guadalquivir.
El emir de Murcia estaba dispuesto a convertirse en vasallo castellano con tal de protegerse del expansionismo de Jaime I de Aragón, quien había tomado Valencia y Játiva pocos años atrás. El resultado de aquella conjura devino en el Tratado de Almizra (1244), en el cual el infante Alfonso, actuando en nombre de su padre Fernando III, sujetaba a protectorado a Murcia y delimitaba la frontera entre Castilla y Aragón.
Cuando Fernando III conquistó Jaén en 1246, el Reino Nazarí de Granada se vio forzado a convertirse en estado tributario de Castilla para así lograr que el rey renuncie a su conquista. Al año siguiente, el Papa Inocencio IV promulgó una bula de cruzada para alentar a los castellanos en la reconquista de Sevilla, la cual llegaría a concretarse en 1248. En Sevilla se establecería la corte real hasta la muerte del rey Fernando.

Para mediados del Siglo XIII, todo el valle del Guadalquivir estaba sometido a la Corona de Castilla. Varios musulmanes de las ciudades conquistadas se vieron obligados a emigrar al Reino Nazarí de Granada o al Magreb; sin embargo, los campos de cultivo todavía albergaron varios musulmanes, llamados mudéjares por los cristianos. Tanto la minoría judía como la minoría musulmana lograron mantenerse a salvo de las persecuciones, debido a que se especializaron en sus labores, y por ende presentaron determinados servicios a los repobladores.
Incentivados por una serie de privilegios a través de los fueros (que pasaron a ser de orales a escritos), campesinos y ganaderos castellanos llevaron a cabo la repoblación. Estos repobladores fueron enviados a las grandes ciudades reconquistadas, como Córdoba, Jaén o Sevilla. Como la monarquía buscaba asegurar los impuestos reales y evitar el acaparamiento de latifundios por parte de la nobleza, la Iglesia y las órdenes militares, Fernando el Santo llevó a cabo un reparto de tierras. Por estos años, Sevilla se convirtió en un emporio comercial de gran importancia en la península gracias a la inmigración de franceses y genoveses. Ahí, Castilla construiría un flota, la cual se dedicaría a proteger las rutas mercantiles del estrecho de Gibraltar.
Fernando III falleció de una hidropesía en 1252 mientras se encontraba en el Real Alcázar de Sevilla, y luego fue enterrado en la Catedral de Sevilla. Su sucesor fue su hijo Alfonso X el Sabio.
Alfonso X el Sabio y su Labor Cultural
El célebre reinado de Alfonso X fue un periodo trascendental en la historia de Castilla, especialmente en los ámbitos políticos y culturales. Particularmente, fue gracias a su decidido y dedicado apoyo al florecimiento cultural de Castilla que este monarca logró inmortalizarse en la historia. Alfonso X hereda el trono en un periodo de indudable optimismo para Castilla, puesto que se estaba concretando el popularizado destino histórico de restaurar la supremacía cristiana en la península. Dicha percepción debió favorecer al gran programa cultural del rey Alfonso, cuyo objetivo era difundir los textos y los saberes entre sus súbditos, con vistas a forjar no una recepción inmediata sino un legado cultural para su reino. Debido al carácter benéfico del programa cultural, tomó bastante importancia la lengua romance castellana, lo cual dotó de cierta identidad textual a los destinatarios de las obras. Gracias a esta labor, Alfonso X se ganó el apelativo de El Sabio.
Al acceder al trono, Alfonso X se enfrentó a un desafiante contexto: la enorme expansión que llevó a cabo su difunto padre, acarreó distintos problemas sociales, estructurales y administrativos. Por lo tanto, el rey se propuso unificar jurídicamente a sus nuevos dominios para así homogenizar los territorios de la corona. Ello se tradujo en la redacción del Fuero Real en 1255, el cual sirvió como un compendio legal que pretendía unificar y renovar los distintos fueros (desde el Fuero Juzgo visigótico de León, hasta los fueros de las ciudades castellanas). En la siguiente década, el rey ampliaría su código legal, al redactar sus textos de El Espéculo y las Siete Partidas, con el objetivo de crear una suerte de derecho universal, que esté inspirado fuertemente en el derecho canónico-romano, y que abordara todos los aspectos de la vida política y social. Cabe resaltar que Alfonso tuvo un rol central en la redacción de estos cuerpos legales, y no se limitó a delegarlas a su equipo de juristas.
Además de redactar leyes nuevas, Alfonso también creó nuevo cargos, como el de adelantado (dignatario real, que reemplazó al cargo de merino) y almirante, el cual reflejaba la importancia de la incipiente flota castellana. Particularmente, el cargo de ‘adelantado mayor’ cobró cierta importancia en los esfuerzos repobladores de Andalucía y Murcia. Los adelantados mayores actuaban como una suerte de virreyes en los territorios conquistados. Mientras tanto, para Castilla y León se creó la Cancillería Real, con dos respectivos cancilleres: el arzobispo de Santiago de Compostela para León, y el arzobispo de Toledo para Castilla.

1881. Óleo sobre lienzo. Museo Nacional del Prado
Alfonso fue el primer monarca en utilizar a las cortes, en las cuales se convocaba a nobleza, clero y al tercer estado (representados por los procuradores de las ciudades), a diferencia de lo que ocurría en la curia regia de años pasados, donde se excluía a estos últimos. En estas cortes se discutían materias económicas, como la obtención de nuevos fondos y subsidios extraordinarios. Las cortes se reunían cuando el rey las convocaba, aunque también era posible que se les concediera el privilegio de reuniones periódicas.
Otro gran aporte del reinado de Alfonso el Sabio fue el apoyo que concedió a la Escuela de Traductores de Toledo. Esta escuela agrupaba a eruditos de religión cristiana, judía y musulmana que se dedicaban a salvaguardar importantes obras literarias, científicas y jurídicas de la Antigüedad, ya que tradujeron varios de textos del arábigo al latín y al castellano. Alfonso patrocinó, supervisó, e incluso participó de esta destacable labor cultural. Como dato no menor, todo este proyecto permitió que la lengua castellana se consolidara como lengua culta en perjuicio del latín, el cual caía en mayor desuso a medida que avanzaban los siglos. Gracias a ello, el conocimiento dejó de concentrarse en los monasterios, y se expandió a las universidades de aquel entonces, como Palencia o Salamanca.
Cabe resaltar a las Cantigas de Santa María, las cuales son un manuscrito de canciones líricas de corte trovadoresco escritas en gallegoportugués, y acompañadas de su respectiva notación musical y de coloridas ilustraciones. Las cantigas fueron elaboradas en honor a la Virgen María, y la mayoría cuentan algunos de los milagros realizados a través de su intercesión.

En el Siglo XIII, la ganadería se convirtió en la principal actividad económica en Castilla, ello dio origen a la trashumancia, la cual se expandió e impulsó gracias a la conquista del valle del Guadalquivir. En Castilla se definieron cuatro cañadas trashumantes que atravesaban la meseta: la leonesa, la soriana, la segoviana, y la conquense. Buscando aprovechar la tributación del tráfico de ganado, Alfonso el Sabio decidió crear el Honrado Concejo de la Mesta; en esta asociación se reunía a los principales gremios de pastores de Castilla y de León. Sin embargo, la expansión de los pastos fue en detrimento de los campos de cultivo.
Alfonso X también promovió el crecimiento de las ciudades y la expansión del comercio. Ello se logró al reducir los impuestos gravados a las transacciones internas; además, el rey estableció aranceles para las importaciones y exportaciones, implantó un sistema común de pesos y medidas, y creó veinticinco nuevas ferias. Este nuevo espíritu comercial permitió el crecimiento de ciudades como Valladolid o Medina del Campo.
Por otro lado, la Ruta de Santiago abrió el paso para la creación de nuevas rutas transversales, cuyos principales ejes fueron Cantabria, Burgos, Toledo y Sevilla. Particularmente, Burgos se convirtió en una ciudad de alto valor comercial interno, ya que suponía un punto de comunicación de los puertos cantábricos con la meseta castellana. Los ciudades cantábricas servían como los principales puertos para las embarcaciones que partían hacia Flandes, Inglaterra y la Hansa. El producto que más se exportaba era la lana de oveja merina, puesto que era sumamente apreciada en toda Europa.

Otro aspecto por el cual resalta el reinado de Alfonso el Sabio fue en la actividad repobladora. Como la tierra fronteriza con el Reino de Granada era sumamente inestable, puesto que constantemente era acosada por bandoleros y saqueadores, el rey entregó su jurisdicción a las órdenes militares de Santiago, de Calatrava y de Alcántara para que mantengan la paz y el orden. Pero como la Orden de Calatrava era particularmente poderosa en la zona de Castilla-La Mancha, el rey decidió levantar varias ciudades y villas de administración real para contrarrestar el poder de esta orden. El caso más representativo es de una pequeña comarca llamada Pozuelo de Don Gil, la cual fue refundada como Ciudad Real.
En 1256 ocurrió un hecho histórico conocido como el Fecho del Imperio, que es el nombre que otorgan los textos castellanos de la época al intento de Alfonso de ser elegido rey de romanos. Resulta que Alfonso recibió en Soria una embajada de la República de Pisa, la cual le ofrecía su apoyo para su candidatura como próximo rey de romanos y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, cargo que permanecía vacante desde la muerte de Guillermo II de Holanda. Como la madre de Alfonso X era Beatriz de Suabia, quien a su vez era hija de Felipe de Suabia (ex rey de romanos) y nieta de Federico Barbarroja (difunto emperador del Sacro Imperio), Alfonso podía optar a ser elegido rey, y convertirse en el nuevo sacro emperador. El rey castellano aceptó la oferta de Pisa, y envió diplomáticos, dinero y tropas a varios de los nobles más influyentes en Europa para recabar apoyo.
A pesar de sus esfuerzos, Alfonso encontró oposición por parte de varios príncipes electores, quienes en su lugar apoyaron a Ricardo de Cornualles (hermano del rey Enrique III de Inglaterra), así como del propio Papa Gregorio X, quien en su interés de debilitar al imperio estaba determinado a que ningún miembro de la estirpe de Hohenstaufen herede la corona imperial. En los años siguientes, Alfonso invirtió mucho dinero en sus esfuerzos de ser coronado emperador por el papa, así como para apoyar tanto económicamente como militarmente a sus seguidores en Italia y Alemania. Desgraciadamente, la Iglesia prolongó el pleito al punto que Alfonso renunció a su candidatura, pero como ya había fallecido Ricardo de Cornualles para aquel entonces, en su lugar el papa coronó emperador a Rodolfo I de Habsburgo en 1272.

Al igual que su padre Fernando III, Alfonso continuó con la incompleta Reconquista. En 1262, el rey castellano conquistó con facilidad Huelva y la Taifa de Niebla. Poco después tomó Cádiz de los sarracenos, la cual estaba escasamente poblada y descuidada. Entendiendo el valor estratégico de Cádiz, Alfonso decidió reconstruirla y repoblarla con gentes traídas de Cantabria.
En 1264, la población mudéjar de Murcia y Andalucía se sublevó contra Alfonso X. Esta revuelta ocurrió como respuesta al incumplimiento de las capitulaciones que se acordaron cuando los musulmanes rindieron sus ciudades durante la campaña del difunto Fernando III, puesto que el ahora rey Alfonso pretendió reubicar a las poblaciones musulmanas a Granada y al Magreb, lo cual fue considerado abusivo. La rebelión estalló en Jerez y Lorca, y gracias a que los rebeldes contaban con el apoyo del Reino Nazarí de Granada, la revuelta rápidamente se extendió por varias zonas de Murcia y Andalucía. En seis meses, los castellanos lograron aplastar la rebelión en Andalucía, mientras que en Murcia fue necesaria la intervención de las tropas de Jaime I de Aragón. El rey aragonés logró pacificar Murcia recién en 1266. Esta no fue la única vez que Granada apoyó una rebelión en Castilla, puesto que lo mismo sucedería con la revuelta nobiliaria de 1272.
Las tensiones entre la Corona de Castilla y el Reino Nazarí de Granada eran tales que la guerra no tardó en estallar. En aquella época, una nueva dinastía bereber emergió de entre las montañas del Magreb, desplazó a los almohades del poder, y se hizo con el control de toda la actual Marruecos: los benimerines (Banu Marin). Los granadinos se aliaron con los benimerines, y les alentaron a realizar una campaña militar en la península Ibérica. Estos bereberes zarparon desde Ceuta en 1275 y desembarcaron en Tarifa. El sultán benimerín Abu Yusuf se entrevistó con Muhammad II de Granada, quien le obsequió Tarifa y Algeciras con tal de conseguir su apoyo contra los cristianos.
Los benimerines realizaron devastadoras incursiones en el territorio de Castilla, e incluso lograron vencer a las huestes de Nuño Gonzáles de Lara en la Batalla de Écija. Alfonso intentaría contraatacar asediando Algeciras, pero sin éxito. Sin embargo, tras diversos enfrentamientos los benimerines retornaron al Magreb, y por lo tanto esta guerra acabó con una tregua entre las tres naciones.

Otro conflicto en el que se vio inmerso Alfonso fue la Guerra de la Navarrería. Sucedió que el rey Enrique I de Navarra, de origen francés, falleció sin herederos varones en 1274. Por lo tanto, los reyes Felipe III de Francia, Jaime I de Aragón y Alfonso X de Castilla reclamaron tener derechos sobre el trono de Navarra. Sucedió que la Dinastía Capeta impuso una regencia en Navarra que, según se cuenta, no respetaba los usos y costumbres de la nobleza local. Este virulento escenario condujo a una insurrección en el burgo de la Navarrería en 1276 contra el gobernador pro francés. Los castellanos realizaron algunas incursiones en Navarra con tal de asegurar el territorio, pero fueron repelidos por los franceses de Felipe III, quien redujo a ruinas el burgo de la Navarrería. Victorioso, Felipe casó a su hijo con un princesa navarra, lo cual significó la incorporación de Navarra al Reino de Francia.
Los últimos años del reinado de Alfonso el Sabio fueron bastante sombríos. En 1275, el primogénito y heredero al trono, Fernando de la Cerda, falleció repentinamente en Ciudad Real. De acuerdo con el derecho consuetudinario castellano, la sucesión recaía sobre el segundogénito, Sancho; no obstante, según el derecho introducido por el propio Alfonso en las Siete Partidas, la sucesión debería recaer sobre los hijos de Fernando de la Cerda.
De este modo se formaron dos bandos en Castilla: por un lado a familia Haro apoyó al infante Sancho, mientras que la familia Lara apoyó a los Infantes de la Cerda. Alfonso decidió satisfacer las aspiraciones de su hijo Sancho, pero igualmente, decidió compensar a los Infantes de la Cerda concediéndoles un reino en Jaén. Como era esperable, el infante Sancho se mostró contrario a fraccionar su anhelada herencia, por lo cual se rebeló contra su padre en 1282.
Sancho hizo que las Cortes de Valladolid lo reconozcan como rey, y varios nobles castellanos lo apoyaron. Desgraciadamente, Alfonso enfermó y tuvo que refugiarse en Sevilla. La rebelión de Sancho obtuvo un gran apoyo, gracias al descontento surgido a raíz de las innovadoras políticas fiscales de Alfonso y a su admiración por las culturas árabe y judía; por lo tanto, varios nobles deseaban el regreso de las antiguas prácticas y legislaciones. Alfonso se recuperó, desheredó a su hijo en su testamento, se alió con el Papa Martín IV, y ayudado por sus viejos enemigos, los franceses y los benimerines, comenzó a recuperar terreno. Justo cuando Sancho perdía partidarios, y su rebelión comenzaba a menguar, Alfonso el Sabio fallecía en Sevilla en 1284.

Sancho IV el Bravo y sus Intrigas Políticas
Sancho IV se alzó como rey de Castilla en 1284, a pesar de que el testamento de su padre Alfonso X había establecido su desheredación. Si bien es cierto que el nuevo rey fue reconocido por la nobleza y por los distintos pueblos que componían la Corona de Castilla, aún había una facción relativamente poderosa que simpatizaba la causa de los Infantes de la Cerda. Esta facción incluso recibió apoyo del rey Alfonso III de Aragón, quien proclamó a Alfonso de la Cerda, el mayor de los infantes, como nuevo rey de Castilla en Jaca. No obstante, Sancho IV logró hacer frente a esta oposición al firmar el Tratado de Monteagudo de 1291 con los aragoneses.
La labor de composición y traducción de textos de Sancho IV estuvo tan activa como en tiempos de su padre. Destaca la traducción del Libro del Tesoro, del ex canciller de Florencia Brunetto Latini, y del Lucidario, del teólogo alemán Honorio de Autun. Lo curioso fue que la traducción de la primera enciclopedia fue una versión prácticamente literal, mientras que en el segundo texto Sancho se tomó varias libertades, inclusive se dio el gusto de redactar su prólogo. Sancho también promulgó el Studium Generale (Estudios Generales) de Alcalá, institución predecesora de la histórica Universidad de Alcalá, la cual con el tiempo llegaría a integrar la Universidad Complutense.

Durante el reinado de Sancho IV destaca la figura del infante Don Juan Manuel, príncipe de Villena, de quien el rey fue tutor y amigo. Don Juan Manuel era miembro de la familia real, puesto que era nieto de Fernando III, y destacó como escritor en lengua castellana. Su obra más célebre es El Conde Lucanor, prosa medieval que narra un conjunto de fábulas con contenido sapiencial y moral. Cada uno de estos cuentos son relatados al personaje del conde Lucanor por su leal consejero Patronio.
A pesar del desarrollo cultural que Sancho promovió y protegió, su reinado estuvo plagado por conflictos internos. Sucedió que Sancho IV contrajo matrimonio con María de Molina, quien era hermana de la mujer de Lope Díaz III de Haro, señor de Vizcaya. Este matrimonio hizo al señor de Vizcaya bastante poderoso, y como era cuñado del rey, se le otorgaron tierras que se extendían desde Burgos hasta Cantabria. Del mismo modo, fue nombrado canciller, alférez mayor y mayordomo real.
Lope Díaz era un personaje bastante ambicioso, y a su causa se alió el hermano en discordia del rey Sancho: el infante Don Juan (no confundir con Don Juan Manuel, el autor de El Conde Lucanor). Durante una asamblea en Alfaro en 1288, Lope intentó asesinar al rey tras una agriada discusión, sin embargo, los guardias de Sancho lo decapitaron antes de que pudiera lograr su cometido. El infante Don Juan también estuvo a punto de morir a manos de su hermano, pero María de Molina logró hacer entrar en razón a su marido, por lo cual, este perdonó la vida a su hermano e hizo que lo encerraran en el castillo de Burgos.
El nuevo señor de Vizcaya, Diego López IV de Haro, no iba a permanecer de brazos cruzados tras el asesinato de su padre. No obstante, este nuevo señor falleció un año después (1289) sin heredero varón. El nuevo pretendiente al Señorío de Vizcaya era Diego López V de Haro, quien fue reconocido por los vizcaínos, pero se vio obligado a huir a Aragón ante la llegada de las tropas de Sancho IV.

Eventualmente en 1292, el rey Sancho liberaría a su hermano Don Juan de su cautiverio. Sin embargo, el infante se sublevó nuevamente contra su hermano, y firmó alianzas con los benimerines y con el Reino Nazarí de Granada. En 1294, el infante Juan y sus nuevos aliados sitiaron la plaza de Tarifa, ciudad que había sido capturada por Sancho IV en 1292 y que había delegado su defensa al leonés Guzmán el Bueno.
Sucedió que el infante Don Juan (quien sería apodado el de Tarifa) capturó al menor hijo de Guzmán, y amenazó con matarlo si el defensor no entregaba la plaza. Cuenta la leyenda que Guzmán lanzó una daga para que ejecutaran con ella a su hijo, puesto que él no estaba dispuesto a rendirse ante el chantaje y manchar su honor. Juan no tuvo mayor reparo en degollar al niño, quien se sacrificó heroicamente con tal de proteger Tarifa. Afortunadamente para Castilla, Guzmán el Bueno pudo repeler el asedio y forzar a los benimerines a regresar al Magreb, mientras el infame infante Don Juan buscó refugio en Granada. Sancho IV recompensó a Guzmán el Bueno con tierras y honores por su éxito en Tarifa.

En 1295, tras una década en el trono lidiando con conjuras, rebeliones y pretendientes, Sancho IV de Castilla falleció de tuberculosis en Toledo. Su sucesor fue su hijo de nueve años, Fernando IV el Emplazado, quien además era considerado ilegítimo por el papado debido a la consanguinidad de sus padres (aunque siendo parientes lejanos, el grado de parentesco no era considerado válido por el Derecho Canónico).
Fernando IV el Emplazado y la Lucha por la Corona
En 1295, el joven Fernando IV de nueve escasos años fue coronado rey en Toledo. Fernando era el segundo hijo del rey Sancho IV, quien antes de morir designó a María de Molina, su mujer y madre de su heredero, como la regente de Castilla y en los distintos reinos de la corona. No obstante, la minoridad del nuevo rey suponía una ventajosa situación para varios ambiciosos nobles, ya que estaban dispuestos a aprovecharse de la precaria posición en la que se encontraba la monarquía para acrecentar su influencia y poder.

Tan solo meses después de la proclamación de Fernando IV como rey de Castilla, llegaron a los oídos de la regente alarmantes noticias sobre distintas sublevaciones. En primer lugar, el infame infante Don Juan el de Tarifa, hermano del difunto Sancho IV, reclamó el trono de Castilla con apoyo de Granada y de Portugal. Del mismo modo, el infante Alfonso de la Cerda se mostró decidido en hacer valer sus pretensiones sobre el trono, y con dicho objetivo selló una alianza con el rey Jaime II de Aragón. En la otra mano, un ambicioso infante llamado Enrique el Senador, hermano de Alfonso X, reclamó la tutoría del joven rey Fernando. Finalmente, los nobles y magnates del reino, encabezados por Juan Núñez II de Lara, se negaron a reconocer la autoridad de Fernando, y en su lugar se afiliaron a la causa del Infante de la Cerda. Para empeorar las cosas, Portugal y Aragón rompieron los pactos y las alianzas, y le declararon la guerra a Castilla en apoyo a los usurpadores.
Durante los años de minoría del rey Fernando la guerra civil fue particularmente intensa: las operaciones militares eran bastante frecuentes y la anarquía se generalizó en la corona. En 1296, Alfonso de la Cerda -encabezando una hueste aragonesa- invadió Castilla con la intención de dirigirse hasta León, donde el sublevado infante Don Juan se había proclamado rey de León. Acto seguido, Don Juan acompañó a Alfonso de la Cerda hasta Sahagún, donde este último se hizo proclamar rey de Castilla. Al mismo tiempo, Jaime II de Aragón llevó a cabo victoriosas campañas en Alicante y Murcia; Dionisio I de Portugal atacó el Duero; y Diego López V de Haro regresó para sembrar el desorden en Vizcaya.
Entendiendo la alta gravedad de la situación, María de Molina amenazó al rey Dionisio de Portugal con romper los pactos acordados si no cesaba su ofensiva. El rey portugués accedió, y como resultado, Castilla y Portugal firmaron el Tratado de Alcañices de 1297, donde se estableció la frontera entre ambos reinos, así como un compromiso matrimonial entre Fernando y la infanta portuguesa Doña Constanza. Al verse desprovisto de su principal aliado, el infante Don Juan no tuvo más remedio que renunciar a su pretensión al trono.
Por otro lado, el Papa Bonifacio VIII reconoció la legitimidad de Fernando como rey de Castilla en 1301. Cabe resaltar, que la legitimación de Fernando IV por parte de la Iglesia era de extrema importancia, ya que su supuesta ilegitimidad era el principal fundamento que esgrimían los usurpadores para validar sus reclamos. Por lo tanto, este éxito diplomático de María de Molina supuso el inicio del fin de esta guerra civil que tanto menoscababa a la institución monárquica castellana.

Del mismo modo, en 1301 Fernando IV cumplió dieciséis años, lo cual dio un inicio formal a su mayoría de edad, y gracias a ello pudo asumir el poder regio. La guerra se fue debilitando, y todas las partes se abrieron a un proceso de negociación que concluyó con la Sentencia Arbitral de Torrellas de 1304. Este acuerdo puso un término a la guerra civil, definió la frontera murciana entre Castilla y Aragón en torno al río Segura (Castilla cedió Alicante a Aragón), y se estableció el destino de Alfonso de la Cerda.
A pesar del fin de la guerra y consolidación de Fernando como rey, la monarquía aún permanecía en una situación precaria y distintos bandos de nobles e infantes pretendieron aprovecharse de la coyuntura para obtener más tierras, prestigio, rentas e influencia dentro de la corona. Cabe precisar, que estos nobles e infantes no tenían entre sus objetivos acabar con la monarquía misma, sino asaltarla, y afianzar cierta hegemonía personal en la política del reino, con los objetivos previamente detallados. Ello se puede evidenciar en las intrigas surgidas a raíz de la sucesión del Señorío de Vizcaya entre Don Diego Lopez V de Haro y el infante Don Juan el de Tarifa, quien estaba casado con una noble de la familia Haro.
Durante el reinado de Fernando proliferaron todo tipo de hermandades, concejos, gremios y sociedades mercantiles, las cuales estaban decididas a proteger sus intereses comunes y jugar un rol central en el sistema económico de la corona. En 1296, por ejemplo, se fundó la Hermandad de las Marismas como una congregación corporativa de las distintas sociedades gremiales que operaban en los puertos del Mar Cantábrico: Laredo, Santander, Castro Urdiales, San Sebastián, etc. Esta hermandad articuló un gran poder naval y comercial en la Corona de Castilla durante el Siglo XIV.

Por otro lado, Fernando IV también se propuso continuar con la expansión al sur, y apoderarse de las escasas posesiones musulmanas restantes. En 1309 Fernando reunió a los nobles y magnates más poderosos, consiguió que el Papa Clemente V emita una bula, y emprendió una campaña con el objetivo de reconquistar Algeciras y Gibraltar. Las fuerzas castellanas lograron tomar Gibraltar, mas no Algeciras.
La campaña se reanudó en 1312, pero repentinamente, el rey abandonó la expedición mientras sus huestes sitiaban Alcaudete, puesto que se encontraba gravemente enfermo. Fernando decidió retirarse a Jaén, y ahí falleció al cabo de unos días. Cuenta la leyenda, que antes de partir hacia el asedio de Alcaudete, Fernando ordenó la ejecución de los hermanos Carvajal -dos reconocidos caballeros de la Orden de Calatrava- por presuntamente haber asesinado en Palencia a un miembro de una familia rival. Según se cuenta, los hermanos profetizaron que el rey compadecería ante Dios en treinta días, y así ocurrió (de ahí que Fernando IV sea llamado el Emplazado).

Alfonso XI el Justiciero y la Pacificación de la Nobleza
Tras la inesperada y repentina muerte de Fernando IV a los veintiséis años en 1312, múltiples disputas y reclamos se alzaron para cubrir la regencia del reino y el tutelaje del heredero, Alfonso XI, quien apenas tenía un año. Como ya venía siendo costumbre, María de Molina, abuela del soberano, asumió como regente de Castilla y de León mientras Alfonso era protegido en Valladolid.
Sin embargo, el infante Don Juan el de Tarifa y el infante Don Pedro, tío y hermano de Fernando IV respectivamente, pretendieron hacerse con el tutelaje del joven rey, y recibieron el apoyo de los concejos de varias ciudades. Las distintas facciones intentaron llegar a una resolución en las Cortes de Palencia de 1313, aunque sin éxito, puesto que no se llegó a ningún acuerdo.
No obstante, cuando llegó a oídos de la corona que el emir de Granada, Nasr, había sido depuesto por su primo Ismaíl I, los castellanos decidieron concederle su apoyo para restituirlo en el emirato. Los infantes Don Juan y Don Pedro se dirigieron al sur y efectuaron distintas campañas contra el Reino Nazarí de Granada. Sin embargo, en 1319 el ejército de Ismaíl derrotó a los castellanos de forma devastadora en la Batalla de la Vega de Granada, la cual acabó incluso con las vidas de los infantes Pedro y Juan. La derrota fue tan aplastante, que autores de ambos bandos se refirieron a este hecho como un ”juicio de Dios”.

En 1321 falleció María de Molina, la abuela y tutora del pequeño rey, y como su madre Constanza de Portugal ya había fallecido años atrás, la tutoría recayó sobre el infante Don Juan Manuel, el autor del Conde Lucanor. Durante la minoría de Alfonso XI hubo bastante abuso de poder por parte de la nobleza, pero gracias a la influencia de su abuela, Alfonso creció para convertirse en un rey ”comprometido con la justicia y el cumplimiento de las leyes”. Debido a ello, la historia lo conoció como Alfonso el Justiciero.
En 1325, tan solo teniendo trece años, Alfonso XI asumió la plenitud de los poderes reales. Apenas se concretó su asenso, Alfonso inició un arduo proyecto político en buscas de fortalecer el menguante poder de la monarquía y librarse de los enredos conspiratorios de los que fueron presos su padre y abuelo. Su reinado justamente se caracterizó por lo enérgico que fue en la pacificación de sus enemigos. Curiosamente, la llamada pacificación de la nobleza no solo se logró a través del sometimiento y el ajusticiamiento, sino mediante emboscadas y asesinatos.
Destaca el asesinato del señor de Vizcaya, Juan de Haro el Tuerto, quien fue asesinado por sicarios, enviados por Alfonso XI, después de una entrevista en Toro. Las acciones de Alfonso XI infundieron terror entre sus enemigos, al punto que el infante Alfonso de la Cerda, quien aún guardaba reclamos sobre los tronos de Castilla y de León, renunció formalmente a sus pretensiones.

Además, Alfonso reforzó su alianza con Portugal sellando un matrimonio real con su prima María de Portugal, hija del rey Alfonso IV de Portugal; fruto de ese matrimonio nacería el futuro Pedro el Cruel. No obstante, el rey mantuvo un amorío con una noble andaluza llamada Leonor de Guzmán, ambos fueron muy unidos y tuvieron varios hijos ilegítimos, entre los que destaca Enrique de Trastámara. Como ya es previsible, ambos hijos de Alfonso XI acabarían protagonizando una guerra civil por la corona.
La política exterior de Alfonso con los musulmanes de Granada y Marruecos no fue tan colaborativa como con Aragón o Portugal, puesto que mantuvo una actitud bastante hostil. Cuando asumió el poder regio, Alfonso XI llevó a cabo una campaña expansiva en Granada, la cual obligó al sultán granadino, Muhammad IV, a acudir a los benimerines. En 1330, los castellanos obtuvieron una gran victoria contra los sarracenos en la Batalla de Teba, en la zona de la serranía de Ronda; dicha victoria obligó al sultán Muhammad a someterse a Castilla como estado tributario.
Los benimerines regresaron a la península poco después, y aprovechando los conflictos internos de la Corona de Castilla, recuperaron Gibraltar. Siete años después, Alfonso XI cobró venganza por la invasión y asestó una victoria crucial en la Batalla del Salado (1340), la cual obligó a los benimerines a retroceder al norte de África. El botín obtenido fue tan grandioso, que el rey envió a construir un palacio real en Tordesillas. Alfonso XI no se detuvo ahí, y continuó con la conquista del litoral gaditano: en 1341 tomó Alcalá la Real, y en 1344 reconquistó Algeciras. En esta campaña también participaron portugueses, aragoneses, distintas órdenes militares castellanas, cruzados franceses, y caballeros navarros (el rey de Navarra Felipe III de Évreux falleció durante la expedición). No obstante, Castilla no logró recuperar Gibraltar.

Alfonso XI también destacó como jurista y legislador. Él tenía el objetivo de modernizar y unificar jurídicamente a la Corona de Castilla ante los distintos problemas que acarreaban la aplicación de los distintos fueros, varios de los cuales conservaban más de un siglo de vigencia, frente a la ley regia. Su mayor logró fue el Ordenamiento de Alcalá de 1348, la cual estableció distintas matizaciones entre los ordenamientos locales y la aplicación unitaria de la ley regia.
En aquellos años, la Peste Negra invadió la Corona de Castilla; tanto nobles como campesinos perecieron y nadie estaba a salvo. Esta enfermedad se extendió por toda Europa y acabó con la vida de millones de personas. Entre las víctimas de la peste estuvo el mismísimo rey Alfonso XI de Castilla, quien falleció en la semana santa del año 1350, en pleno asedio de Gibraltar. Alfonso fue el único monarca (con la excepción de Margarita I de Dinamarca), que falleció a manos de la peste. La muerte de Alfonso XI devino en una devastadora guerra civil que enfrentó a su heredero Pedro I el Cruel, contra Enrique de Trastámara, hijo ilegítimo del rey.
Bibliografía
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