La Corona de Aragón: Desde sus Orígenes hasta su Consolidación Territorial

El conjunto de territorios y posesiones bajo la jurisdicción, temporal o permanente, de los reyes de Aragón es referida como la Corona de Aragón, o Corona Regnum Aragonum. La corona fue un proyecto geopolítico común que aglutinó a distintos territorios del este de la península Ibérica; quienes aún conservando sus particularidades (leyes, tradiciones, costumbres, delimitación geográfica, lengua e identidad) fueron unificados por el cetro de los reyes de Aragón.

Los soberanos hacían de estas tierras un patrimonio personal, y utilizaban a la corona como figura de unidad. Aún así, las distintas naciones que componían la corona mantuvieron su respectiva independencia jurídica, administrativa, cultural y económica. Esta entidad política confederada, muy típica de la España bajomedieval, existió entre los Siglos XII y XV (aunque si somos más precisos, la corona aragonesa no terminó de desaparecer hasta la famosa Guerra de Sucesión Española, ocurrida en el Siglo XVIII).

Mapa de la Corona de Aragón

Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV de Barcelona: Nace la Corona

Nos situamos a finales del primer tercio del Siglo XII. El Reino de Aragón, el Estado predecesor de la corona, se encontraba en una crisis de sucesión producto de la muerte del rey Alfonso I el Batallador en 1134. Alfonso I logró expandir notablemente el reino: conquistó de los moros Tudela, Tortosa, Calatayud y la rica Zaragoza, convirtiéndose así en amo de todo el valle del Ebro. Como vivió una demandante vida de conquistas, Alfonso I nunca logró asegurar su sucesión; y cuando falleció durante un asedio, el trono de Aragón súbitamente se encontró necesitado de un ocupante.

A falta de rey, el hermano del fallecido, el obispo Ramiro II, se vio obligado a dejar el hábito y la vida monacal para honrar sus deberes dinásticos. Ramiro contrajo matrimonio con la princesa Inés de Poitou, de cuya unión solo se engendró una niña, Petronila, nacida en 1136. Con tan solo dos escasos años, se acordó un matrimonio para la infanta con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV. Este insólito vínculo da origen a la Corona de Aragón, como la unión entre el Condado de Barcelona y el Reino de Aragón. Esta unión logró abastecer a los reyes aragoneses de mayores recursos para así ir a la conquista de más tierras.

Matrimonio de la reina Petronila I de Aragón con el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona

Del mismo modo, el casamiento permitió a Aragón tener acceso a la imponente flota barcelonesa, y a los territorios ultrapirenaicos que habían acabado bajo la posesión de la casa condal de Barcelona mediante relaciones de vasallaje. La recientemente fundada corona limita en tres frentes con poderosas naciones: al sur con los reinos musulmanes de Al Ándalus, al oeste con los reinos de Castilla y Navarra, y al norte con el hegemónico Reino de Francia.

Ante la formación de la corona, Ramiro II y Ramón Berenguer IV negociaron un detallado acuerdo para preservar a la dinastía y mantener la línea de sucesión intacta. En él se establecía que Ramón Berenguer actuaría a suerte de administrador de la casa real, con los títulos de ”príncipe y dominador de Aragón”, mientras que Ramiro seguía ostentando el título de rey (aunque paulatinamente se fue distanciando de la política). Además, se acordó que si la reina Petronila moría sin descendencia, la corona pasaría a manos del conde. Esta unión personal también recibió el apoyo de las órdenes militares de Europa, como templarios, hospitalarios o la Orden del Santo Sepulcro, quienes reconocieron a Ramón Berenguer como princeps de la Corona de Aragón por sus esponsales con Petronila.

Cada territorio de la corona creó su propio órgano autónomo de representación política: las cortes. En la Corona de Aragón destacaron las cortes aragonesas y las cortes catalanas, las cuales permanecieron independientes la una de la otra, y mantenían una importante capacidad de decisión dentro de su territorio. Del mismo modo, también hubieron diferencias en el plano social y económico; por ejemplo, los aragoneses destacaron más por las actividades agropecuarias y por la tradición caballeresca feudal, mientras que los catalanes destacaron por el comercio mediterráneo y el espíritu mercantil.

Alfonso II el Casto

En 1162 falleció Ramón Berenguer IV, y en su testamento delegó a su hijo primogénito con Petronila la herencia de Aragón y Barcelona, así como el patronato sobre todos los vasallos de la corona. Este heredero era Alfonso II el Casto, quien apenas contaba con cinco años al momento de la muerte de su padre. Tras una breve regencia por parte de Petronila, esta abdicó en favor de su hijo Alfonso II, quien obtuvo un dominio jurídico total en la corona. Debido a la herencia que recibió por parte de padre y de madre, Alfonso se convirtió en el primer rey de la Corona de Aragón propiamente dicha. No obstante, la figura del nuevo monarca no supuso una fusión entre todos los territorios de la corona, puesto que se mantuvieron las fronteras y se preservó la autonomía en la administración.

En 1174, a la edad de 16 años, Alfonso II se casó en Zaragoza con la princesa Sancha de Castilla, tras ello consiguió la mayoría de edad, fue armado caballero, y pudo liderar a su reino de forma autónoma respecto a los nobles que habían ejercido su tutoría. El joven rey también amplió el patrimonio real de la Corona de Aragón, incorporando los condados de Rosellón y Pallars, y heredando el Marquesado de Provenza. Este último poderoso marquesado occitano fue a parar a las manos de Alfonso el Casto tras la ausencia de descendencia masculina en el trono provenzal. Esta herencia permitió a Aragón acertar su dominio en la Occitania, logrando hacer vasallos suyos a muchos de los señores de la zona, como los condes de Foix, Bearn, Carcasona, Montsegur, Montpellier, o Narbona.

La Corona de Aragón y sus vasallos (Circa. 1170)

Alfonso II también expandió sus fronteras en territorio sarraceno, entrando en guerra con Ibn Mardanish, rey lobo de Murcia, a quien terminó convirtiendo en Estado tributario por un breve periodo. Buscando defender la frontera sur de su reino, el soberano fundó la villa de Teruel, lo que le permitía lanzar futuras expediciones hacia la zona de Valencia.

En 1177, Alfonso II apoyó al soberano de Castilla, Alfonso VIII, en la conquista de Cuenca, lo que terminó con la villa siendo incorporada a Castilla con la condición de que el castellano renunciara a su reclamación en Zaragoza. Por otra parte, Alfonso el Casto y su homónimo castellano se reunieron para discutir el teórico reparto peninsular en Al Ándalus, fijando así las zonas de conquista en territorio musulmán que cada monarca podría reclamar para sí; este fue el Tratado de Cazola, donde además el aragonés cedió la conquista de Murcia a Castilla. También acordaron repartirse el Reino de Navarra mediante una conquista, debido a que su rey, Sancho VI el Sabio, no era reconocido por la Santa Sede; sin embargo, dicha invasión nunca se efectuó.

Durante la década de 1180 a 1190, Alfonso el Casto se concentró en la política administrativa. Por ejemplo, consolidó la política jurídica y territorial de Catalunya al dividir el Condado de Barcelona en diez veguerías (jurisdicción administrativa feudal), con el objetivo de comenzar a centralizar el poder en el monarca, en detrimento de la nobleza. Esto se logró a través de la designación de los asuntos judiciales y tributarios de cada territorio a funcionarios reales.

Miniatura de Alfonso II el Casto, rey de Aragón y conde de Barcelona

Pedro II el Católico

El Siglo XIII significó un proceso de asimilación cultural para la Corona de Aragón, donde todos los territorios se unieron bajo el liderazgo de una dinastía común y un proyecto político expansionista: desde las tierras aragonesas centrales, hasta las tierras heredadas y las incorporadas. Este proceso arrancó con el reinado de Pedro II el Católico en 1196, hijo de Alfonso II el Casto (aunque el Marquesado de Provenza se desvinculó del resto de la corona, puesto que Alfonso II lo entregó a otro de sus hijos, también llamado Alfonso).

Pedro II ejecutó dos políticas importantes que sirvieron como antecedente para varios reyes aragoneses posteriores: la rendición de homenaje de Aragón a Roma, y su coronación y unción a manos del mismísimo Papa Inocencio III (de ahí que le llamaran el Católico). Esta coronación fue el origen de una larga tradición en la casa real aragonesa, revistiéndola de gran prestigio, legalidad, legitimidad y solemnidad. No olvidar que el papado de Inocencio III representó el máximo apogeo de la teocracia pontificia medieval y el vivo esplendor de la causa cruzada, por lo cual la amistad de un hombre tan influyente como Inocencio era sumamente importante para Pedro II, quien buscaba asegurar la prosperidad de su dinastía y dominios.

Pedro II el Católico, rey de Aragón y conde de Barcelona

Durante el reinado de Pedro se dieron varios avances sociales, como por ejemplo la aparición del primer gremio en España: el gremio de canteros y albañiles de Barcelona, creado en 1211. Al año siguiente apareció la Cofradía de San Simón y San Judas, también recordada como el gremio de ganaderos de Zaragoza. Los gremios eran instituciones creadas para que los trabajadores y pequeños propietarios pudieran defender sus privilegios, otorgados por la propia monarquía. Generalmente los gremios reunían corporativamente a agricultores, mayorales y pastores, quienes establecieron caminos o cañadas para el pastoreo trashumante que recorría desde Teruel hasta los Pirineos.

En planos geopolíticos, el nuevo rey dio bastante énfasis a la política transpirenaica (es decir; los territorios de la corona más allá de la cordillera de los Pirineos), ya que su objetivo era forjar un reino que se extendiera – idealmente – desde el río Ebro hasta el río Garona. Sin embargo, este proyecto expansionista por la región de Occitania, aunque con algunos progresos iniciales, terminó en un fracaso rotundo.

No obstante, Pedro también mantuvo un política hispánica bastante activa, pero menos atendida que su predecesor. Incluso logró unirse a los reyes Alfonso VIII de Castilla y Sancho VII Navarra (por primera y casi única vez) en una campaña común contra los moros almohades, asestando una decisiva, vitoreada y célebre victoria en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212). Esta victoria llevó a una reconfiguración geopolítica en la península Ibérica, puesto que la derrota del Imperio Almohade se tradujo en la aparición de nuevos débiles emiratos de taifas en Al Ándalus, los cuales irían cediendo paulatinamente a la expansión cristiana. Esta sucesión de acontecimientos obligó a los reinos peninsulares a definir adecuadamente las esferas de influencia y las zonas de expansión.

Como mencioné, el rey aragonés destacó por su política occitana, lo cual se puede evidenciar en la mujer que escogió como esposa: María de Montpellier. El matrimonio con la soberana de Montpellier permitió a Pedro reforzar su esfera de influencia sobre esta región. Sin embargo, el escaso interés del rey en la vida marital casi llevó al reino a una crisis sucesoria por falta de heredero. No obstante, María dio a luz a un hijo, el futuro Jaime I, quien garantizó la continuidad dinástica. Pedro extendió su poderío haciendo vasallos al vizconde Raimundo Roger Trencavel de Carcasona y Beziers, al conde Bernardo IV de Commingues, y al poderoso Raimundo VI de Toulouse

Durante los Siglos XII y XIII, la región de Occitania (especialmente la zona del Languedoc), se distanció notoriamente del resto de Francia. A pesar de ser una región de cultura francesa, los condes y obispos de la zona se habían alejado del alcance del papa y del rey de Francia – para situarse en el bloque geopolítico de Aragón -, lo que permitió el surgimiento de ciertas particularidades. El clero de la zona había relajado sus prácticas, permitiendo que las costumbres cristianas se descuidaran, y por lo tanto se dio el caldo de cultivo necesario para la aparición de herejías.

Durante este periodo cobró fuerza la herejía cátara, originaria de los territorios bizantinos, cuya influencia se extendió por gran parte del Languedoc y otras zonas de Occidente. Este movimiento herético de tipo gnóstico mantenía una visión distinta del Cristianismo: sostenían que se podía llegar a Dios por medio del conocimiento espiritual sin necesidad de dogmatismo, ortodoxia, ceremonias o cuerpos intermedios en general (por lo tanto entraban en conflicto directo con la Iglesia Católica). El catarismo consolidó su núcleo en la ciudad de Albi, por lo cual también se le llamó movimiento albigense.

La tolerancia e inacción de los poderes de la zona posibilitó una peculiar coexistencia con esta herejía (situación posibilitada por la notoria autonomía política y la falta de un poder político central, como resultado del aislamiento progresivo de la Occitania del resto de Francia). Del mismo modo, debido a las crecientes aspiraciones centralizadoras de los Capeto (la dinastía reinante en Francia), los franceses estaban dispuestos a servirse de cualquier argumento con tal de reclamar para sí los ricos feudos occitanos. Esta serie de circunstancias resultaron en una ventajosa alianza entre el Papa Inocencio III y el rey Felipe II Augusto de Francia, con el objetivo mixto de extinguir el movimiento herético y de expandir la influencia de la corona francesa.

Expulsión cátara de Carcasona . Miniatura

En 1209, tras utilizar el asesinato de un legado papal como chivo expiatorio, Inocencio III proclamó la cruzada contra los cátaros en tierras occitanas, las cuales estaban gobernadas por los vasallos de Pedro II de Aragón. Sin embargo, al estar el rey francés en guerra contra Inglaterra, este no tuvo más remedio que enviar al barón Simón IV de Montfort a liderar la cruzada. Montfort era un hombre cruel y despiadado, lo cual se puede evidenciar en sus primeras campañas, caracterizadas por lo violentas y sanguinarias que fueron; un ejemplo de ello fue la realización de una masacre sin distinción de credo en ciudades como Beziérs. Montfort también destacó como estratega militar, ya que logró tomar la ciudad de Carcasona y asediar Toulouse, aunque sin éxito, en 1211 (todos territorios de vasallos aragoneses).

Los cruzados también promovieron la persecución y quema de cátaros en la hoguera, con el fin de erradicar la herejía y persuadir a sus prosélitos de regresar a la obediencia. En este contexto toma importancia el tribunal de la Inquisición medieval (no confundir con la inquisición española), creada a todas luces por el papado con el objetivo de desaparecer la herejía cátara.

Cruzada contra los cátaros. Miniatura

Pedro II, como rey y vasallo del papa, intentó mediar entre sus vasallos de la zona (amenazados por la intervención francesa) y los cruzados, valiéndose de su prestigio por su victoria en las Navas de Tolosa. Pedro el Católico entregó la tutela de su heredero Jaime a Montfort como garantía, para así poder potenciar los esfuerzos de paz. Al no conseguir el efecto esperado, Pedro se declaró protector de los amenazados señores occitanos, recibiendo como respuesta la excomunión del papa.

Pedro II reunió a su ejército y cruzó los Pirineos, dispuesto a enfrentarse con Montfort y sus cruzados. El aragonés puso sitio a la ciudad fortificada de Muret, donde acudiría Montfort en su auxilio. Sin embargo, y a pesar de contar inicialmente con la ventaja, sus huestes actuaron de forma desorganizada y precipitada sin esperar la llegada de todos los contingentes. Como resultado: Pedro el Católico murió en combate a manos de los caballeros franceses. El desorden producido trajo la derrota de Aragón y de sus vasallos.

Jaime I el Conquistador

La muerte de Pedro II y la retirada del ejército aragonés de Occitania, significaron el fin de las aspiraciones ultrapirenaicas de la corona, puesto que tras la cruzada contra los cátaros, los territorios occitanos cayeron en manos del rey de Francia. El dominio francés en la zona hizo imposible un intento de reconquista aragonesa.

Como Simón de Montfort aún mantenía al heredero Jaime bajo su custodia, los nobles aragoneses enviaron una embajada a Roma para solicitarle al papa la restitución del joven heredero, de tan solo seis años. La entrega se efectuó en Narbon en 1214, donde los nobles aragoneses pusieron a Jaime bajo la tutela de Guillem de Montredón, maestre de los caballeros templarios en Aragón, quien lo formó y educó en el Castillo de Monzón.

Castillo templario de Monzón, lugar donde Jaime I de Aragón creció bajo la protección del Temple

Jaime I fue jurado rey en las Cortes de Lérida, y cuatro años después fue declarado mayor de edad, también en Lérida. Dada a la falta de experiencia del joven soberano para enfrentar los graves problemas económicos y encarar a la rebelde nobleza, Aragón necesitó de un regente, este fue Sancho I de Cerdaña y Rosellón (tío abuelo del rey). Esta precaria coyuntura llevó a que varios sectores de la nobleza se disputaran el poder sobre el joven e inexperto rey, y por ende, el de la corona.

Durante los primeros quince años de su reinado, Jaime se enfrentó constantemente a los nobles que intrigaban en su contra, todos anhelando el control de la regencia (en 1218, Sancho de Cerdaña y Rosellón abandonó la regencia justamente por presión de la nobleza). Incluso algunos nobles lograron hacer al rey su prisionero en 1225 por unos meses, durante los cuales se hicieron con todo el poder de facto en la corona.

Fue en 1227, cuando Jaime I finalmente logró pacificar el reino mediante la firma de la Concordia de Alcalá, en la cual intervino la mediación papal a través del arzobispo de Tortosa. Este acuerdo consolidó la supremacía de la monarquía sobre la rebelde nobleza, garantizando la estabilidad interna de la corona (al menos temporalmente). Con el apaciguamiento de los conflictos internos, Jaime decidió hacer los preparativos para la expansión en tierras musulmanas.

Jaime I el Conquistador, rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, y conde de Barcelona

Si por algo es recordado Jaime el Conquistador, es justamente por las grandes campañas que realizó, pues sentó las bases para el futuro esplendor mercantil de la Corona de Aragón. Su política expansionista pasaba por la conquista de Mallorca, la cual estaba controlada por piratas sarracenos que obstruían el comercio catalán, asaltando los barcos que intentaban acercarse a puertos como los de Barcelona, Tortosa o Tarragona. Jaime encontró apoyo en su vieja enemiga, la nobleza, utilizando sus aspiraciones de obtención de botines y ampliación de dominios para justificar la expedición.

La flota aragonesa zarpó en 1229, dispuesta a enfrentarse a los mallorquines, quienes eran liderados por un gobernador almohade, Abu Yahya. Las tropas de Jaime desembarcaron en Santa Ponsa y avanzaron hacia Palma de Mallorca (llamada Madina Mayurqa por los sarracenos), cuyas murallas protegían a las huestes musulmanas. El conquistador tomó la ciudad y masacró sin piedad o contemplación a su población. Aquellos pobladores musulmanes que no huyeron al Magreb terminaron siendo esclavizados. No obstante, las pilas de cadáveres que se amontonaron en la ciudad – como consecuencia de la matanza – terminaron causando epidemias dentro de las filas de Jaime I, lo que entorpeció los esfuerzos de ocupación de Mallorca. Del mismo modo, los nobles catalanes intentaron apropiarse del botín obtenido, por lo que provocaron una revuelta que también terminó dificultando las acciones del rey.

Pintura mural gótica que muestra el campamento de Jaime I de Aragón durante la campaña en Mallorca

En Mallorca y sus territorios adyacentes – Menorca, Ibiza y Formentera – se constituyó el Reino de Mallorca (1230), como una entidad perteneciente a la Corona de Aragón. A rasgos amplios, el dominio aragonés sobre las Baleares facilitó enormemente la comunicación entre los musulmanes del norte de África con el Principado de Catalunya, y dio un impulso al comercio mediterráneo (hasta ahora obstruido por las intercepciones de piratas mallorquines).

Finalizada la campaña en Mallorca, la opción lógica era continuar la expansión por Valencia, propuesta que fue recibida con entusiasmo por parte de la nobleza aragonesa, puesto que aspiraban aumentar sus posesiones en tierra y conseguir puertos de cara al Mar Mediterráneo. Tras reunir un potente ejército, Jaime el Conquistador dio inicio a la conquista del reino taifa de Valencia en 1232 (en aquel entonces, Valencia estaba dominada por el sarraceno Zayyan ibn Mardanish, quien recuperó las tierras de su familia de los almohades).

El primer movimiento lo realizó Blasco de Aragón tomando enclaves montañosos como Morella. En 1233, Jaime I ocupó Burriana, Peñíscola y Castellón, para luego vencer a los moros en la Batalla del Puig de Santa María (1237). Estas victorias permitieron al rey plantarse frente a las murallas de la ciudad de Valencia con sus intimidantes torres de asedio. El atemorizado Zayyan no tuvo más remedio que rendir la ciudad en 1238 a cambio de que se protegiera a aquellos musulmanes que decidieran permanecer ahí.

Entrada triunfal del rey Jaime I en la ciudad de Valencia, pintura histórica de Fernando Richart Montesinos en Museo de Bellas Artes de Castellón (1884)

El expansionismo de Jaime el Conquistador no se detuvo con la toma de Valencia, sino que penetró hacia el sur levantino incorporando a Denia, Játiva y Biar entre sus dominios. Del mismo modo, los ejércitos de Fernando III de Castilla también aprovecharon la debilidad musulmana para expandirse hacia el sur; fue gracias a un siglo de tratados que la geopolítica de Castilla y Aragón se pudo definir de forma parcialmente estable. Particularmente, Murcia fue un territorio que se mantuvo en disputa por varias décadas, puesto que en algunas ocasiones no se respetaron los tratados previos (Tudilén y Cazola). Debido a la disputa fronteriza y a las constantes rebeliones de mudéjares en Murcia, se tuvo que firmar un nuevo tratado, el de Almizra, el cual completó el establecimiento de los límites territoriales que tenía cada monarca derecho a expansión.

Tras conquistar Valencia y los territorios levantinos, Jaime I temía el poder que podría acumular la nobleza en los nuevos territorios anexionados, por lo cual concedió a Valencia la personalidad jurídica de reino dentro de la Corona de Aragón. Esta jugada permitió frenar las ilusiones de la nobleza, y poder compensar el precario balance de poder entre los distintos estamentos de la corona. Asimismo, el rey instituyó las cortes valencias a través de una serie de leyes llamados fueros, y también les permitió acuñar su propia moneda. De este modo, Valencia se integró al modelo pactista de la Corona de Aragón junto a Barcelona, Aragón y Mallorca.

Si bien es cierto que Jaime I expulsó a gran parte de la población musulmana de su reino, él permitió al mismo tiempo que algunos mudéjares vivieran en las morerías (barrios exclusivos para musulmanes que vivían bajo yugo cristiano). La conquista de Valencia también significó una oportunidad de repoblación, por lo que se persuadió a varios colonos catalanes y aragoneses a emigrar a estar tierras, con el paso de los años terminó surgiendo un dialecto catalán en estas provincias: el valenciano.

El rey también llevó a cabo reformas administrativas en los otros territorios de la corona. Por ejemplo, en 1249 el rey instauró en Barcelona el Consell de Cent, un consejo consultivo con amplia representación social que pronto se tradujo en un autogobierno municipal. Con el paso de las décadas esta estructura municipal se fue consolidando, y para el Siglo XV el consell tendría jurisdicción sobre todo el Principado de Catalunya. Dos años atrás, en 1247, Jaime I decretó los fueros de Aragón, lo cual permitió crear cierto contrapeso entre los recurrentes choques entre monarquía y nobleza. La primera compilación del Fuero de Aragón fue el Vidal Mayor, redactada por Vidal de Canellas, obispo de Huesca, el cual funcionó como la ley unificada de todo Aragón.

Vidal Mayor (Siglo XIII), versión romance del Fuero de Aragón

Jaime I gobernó un total de sesenta y tres años, el reinado más largo de toda la historia española. El conquistador terminó falleciendo en 1276 en Alcira, Valencia, y antes de morir, pidió ser amortajado con hábitos cistercienses. Su testamento dictaminaba un reparto de sus dominios entre dos de sus hijos: Pedro III, quien heredó Aragón, Barcelona y Valencia, y Jaime II, quien heredó Mallorca, Rosellón, Cerdaña y Montpellier. Aunque dividida, la Corona de Aragón expandiría sus dominios e influencia por todo el Mediterráneo, haciéndose con un poder comercial envidiable.

Bibliografía

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