La Dinastía Hohenstaufen fue una dinastía alemana que gobernó el Sacro Imperio Romano Germánico desde 1138 hasta 1254. Esta casa tuvo su origen en Suabia, siendo su fundador el duque Federico I, señor del castillo de Waiblingen (de ahí la palabra gibelino). El emperador Enrique IV de la Dinastía Salia (dinastía anterior a la Hohenstaufen) recompensó al duque de Suabia con un matrimonio con la hija. De esta relación, Federico tuvo dos hijos: Federico II de Suabia, y Conrado, quienes tenían derechos en la sucesión al trono alemán por vía materna.
De esta forma, cuando Enrique V, el último de los emperadores salios, falleció sin herederos en 1125, estalló una guerra por la corona imperial entre los hermanos Hohenstaufen y el duque de Sajonia Lotario II, quien era apoyado por su yerno, el duque de Baviera Enrique X el Orgulloso (de la Casa Güelfa o Welfen). Tras el reinado de Lotario II, entre 1125 y 1138, Conrado de Hohenstaufen se convirtió en rey de Italia, rey de romanos, y subsecuentemente en monarca del Sacro Imperio como Conrado III.
Conrado III
El primer exponente de la Dinastía Hohenstaufen en el trono del Sacro Imperio fue Conrado III, aunque cabe aclarar que él nunca fue coronado formalmente como emperador, puesto que su título oficial era ”rey de romanos” (rex romanorum). Aún así siguió ejerciendo funciones prácticamente idénticas a las de cualquier otro soberano coetáneo del Sacro Imperio.
Previamente, Conrado había recibido el Ducado de Franconia en 1115, mientras que su hermano Federico II heredó de su padre el Ducado de Suabia. Sin embargo, el duque más poderoso del imperio era el güelfo Enrique X, quien además de dominar Baviera, controlaba el Ducado de Sajonia que heredó del difunto Lotario II. Para poder compensar el poder de los güelfos, Conrado emitió un decreto que prohibía que dos ducados estén bajo el cetro de un mismo príncipe.


Enrique X protestó, y se negó a prestarle juramento a su nuevo soberano. Como castigo, Conrado lo privó de sus dos ducados. El monarca logró expulsar a los güelfos de Baviera (la cual posteriormente sería entregada al margrave Babenberg Leopoldo IV de Austria), pero falló en conseguir Sajonia. De esta forma estalló oficialmente el conflicto entre los güelfos y los gibelinos. En 1142, tras la muerte de Enrique X, Sajonia sería heredada por su hijo Enrique el León.
En 1147, Conrado III partió a Tierra Santa a participar en la segunda cruzada. El rey alemán viajó por vía terrestre y cruzó la frontera con el Reino de Hungría, donde enfrentó ciertas controversias diplomáticas; luego continuó con su viaje atravesando el Imperio Bizantino, para finalmente llegar a la Anatolia de los selyúcidas. Desafortunadamente, Conrado acabó herido durante los enfrentamientos iniciales en Anatolia, y sus tropas lo llevaron a Constantinopla. Tras su recuperación continuó con la expedición, y se reunió con los demás monarcas y caballeros cruzados en Acre. Una vez convocado, el ejército cruzado emprendió una campaña contra Damasco, la cual fue un fracaso absoluto. Después de participar en la cruzada, Conrado volvió al Sacro Imperio, para finalmente morir en 1152.
Federico I Barbarroja
Federico I Hohenstaufen, llamado Barbarroja por el color de su barba (Rotbard en alemán o Barbarossa en italiano), fue el hijo de Federico II de Suabia y la güelfa Judith de Baviera, hermana de Enrique X. Por lo tanto era primo de Enrique el León, y sobrino de Conrado III. Este parentesco convertía a Barbarroja en el heredero de las dos dinastías rivales del imperio. Su reinado representó el máximo apogeo del Sacro Imperio Romano Germánico en la Edad Media, es más, se cree que fue él quien introdujo por primera vez el controversial nombre.
Al morir su padre en 1147, Barbarroja se convirtió en duque de Suabia con el nombre de Federico III; y tras la súbita muerte de Conrado, Barbarroja fue electo rey de romanos, y en 1155 fue coronado emperador en Roma por el Papa Adriano IV. Sus primeras acciones se concentraron en pacificar el imperio y en establecer alianzas con los nobles más poderosos, por ello convocó una serie de dietas imperiales durante los primeros años de su reinado, como las de Dortmund, Merseburg o Ratisbona, a las cuales asistieron diversos nobles como Enrique el León (Sajonia), Alberto el Oso (Brandemburgo), y Güelfo VI (Toscana).
A diferencia de sus respectivos padre y tío, Enrique el León y Barbarroja mantuvieron una relación más amena, incluso el emperador le regresó a su primo el Ducado de Baviera (el cual estaba en manos de los Babenberg, encabezados por Enrique II de Austria, y para compensarles, Barbarroja elevó el Margraviato de Austria a la categoría de ducado). Enrique el León, ahora Enrique XII de Baviera, apoyó en el proceso de urbanización del territorio bávaro, es más, fue él quien inició la construcción de la ciudad de Múnich.


Además, para compensar la lealtad de nobles fieles, Barbarroja entregó territorios y elevó títulos. Por ejemplo, al duque de Bohemia Ladislao II lo elevó a la categoría de rey en 1158. Del mismo modo, a su tío Güelfo VI cedió el Marquesado de la Toscana y el Ducado de Spoleto. Barbarroja tampoco era ingenuo, y sabía que si incrementaba el poder de sus subordinados, él constantemente debía incrementar su propio poder; es por ello que contrajo matrimonio con la menor Beatriz de Borgoña, heredera del poderoso Condado de Borgoña (hoy Franco Condado).
Federico también es reconocido por realizar importantes cambios estructurales en todo su imperio, así como considerables modificaciones señoriales, especialmente en Italia. El Sacro Imperio no era un territorio unificado, y con cada dinastía que pasaba, el imperio se iba disgregando, a tal punto que no tenía capital fija, ni tampoco residencia oficial. Como mencioné en mi artículo de la Querella de las Investiduras, el Sacro Imperio Romano Germánico no era un Estado centralizado, como bien podría ser Bizancio, sino que estaba fragmentado en ducados, condados, margraviatos, marquesados y señoríos eclesiásticos, donde el rey de romanos funcionaba como árbitro.
El cargo de rey de romanos era electo a través de una asamblea de príncipes electores, donde se encontraban los duques laicos de Alta y Baja Lotaringia, Suabia, Sajonia, Baviera y Franconia (aunque esta última ya estaba dividida para el reinado de Barbarroja), así como los obispos de Maguncia, Tréveris y Colonia. Periódicamente se realizaban congresos llamados Hoftags (predecesor del futuro Reichstag), donde los nobles acudían al monarca para notificarle sus quejas y reclamos. Una vez que el rey era electo, este usualmente viajaba a Roma para que el papa le coronase emperador (Imperator Romanorum). Cuando el rey era coronado emperador, los nobles italianos debían aportar un impuesto especial, el fodrum, pero Barbarroja lo modificó por uno regular.

Durante el reinado de Barbarroja, varias ciudades comenzaron a adentrarse en economías monetarias, y muchas se enriquecieron gracias al comercio, debido a las actividades de la incipiente clase de la burguesía. Estos cambios fueron mucho más notables en Italia, mientras que en Alemania solo surgieron contadas ciudades imperiales libres, administradas por burgueses, como Aquisgrán, Hamburgo, Estrasburgo o Worms.
Italia era de particular interés para el nuevo emperador, ya que al estar protegida por los Alpes, el emperador no terminaba de ejercer su autoridad. Es por ello que realizó una serie de campañas para restablecer el poder imperial sobre las ciudades-estado italianas. Esta expedición alemana coincidía con la muerte del Papa Adriano IV, y con la llegada al pontificado de Alejandro III, quien era apoyado por los italianos. Barbarroja aprovechó la transición de poder para apoyar a sucesivos antipapas: Víctor IV (1159), Pascual III (1164) y Calixto III (1168).
Las ciudades italianas resistieron, y formaron la coalición conocida como la Liga Lombarda, integrada por treinta ciudades autónomas: Venecia, Milán, Parma, Mantua, Bolonia, Verona, Génova, etc. Aún así, Barbarroja logró llegar a Roma, donde se proclamó heredero de los césares romanos y carolingios, y al igual que Carlomagno, se propuso la idea de revivir al extinto Imperio Romano. Pero las pestes obligaron a Barbarroja a emprender la retirada, aunque volvió tiempo después, pero solo para recibir una humillante derrota a manos italianas en la Batalla de Legnano de 1176. Esta derrota posiblemente se debió a que Enrique el León, duque de Baviera y Sajonia, se negó a asistir a su señor; alegando que su ausencia se debía a las pugnas que llevaba a cabo contra tribus paganas de la Pomerania.

El conflicto entre la Casa Güelfa y la Casa Hohenstaufen, que se llevaba a cabo en Alemania, también se reflejó en Italia, donde aparecieron dos partidos: los güelfos, quienes apoyaban la autonomía, al poder papal y al burgués; y los gibelinos, quienes se inclinaban hacia el poder imperial y solían ser ciudades rurales. El conflicto entre Barbarroja y la Liga Lombarda se resolvió con dos acuerdos de paz: la Paz de Venecia (1177) y la Paz de Constanza (1183). En esos acuerdos se decretó que las ciudades italianas pasaban a manos del emperador, pero este se comprometía a respetar su autonomía y libertades comunales; al mismo tiempo, se obligó a Barbarroja a reconocer a Alejandro III como legítimo papa y se acordó su inmediata reinstalación en la Santa Sede.
Barbarroja aún tenía asuntos inconclusos con su primo Enrique el León, quien se negó a enviarle tropas durante la última expedición en Italia. Es por ello que el emperador sometió a su primo a diversas audiencias, donde se le acusaba de haber incumplido sus deberes feudales. Al no acudir a las audiencias a las que fue citado, Enrique recibió una serie de advertencias que finalmente terminaron con él siendo desposeído de sus dos ducados. Sajonia fue fragmentada en varios ducados y arzobispados, como Westfalia, Münster, Ravensberg, Oldemburgo, Brunswick (que siguió en poder de los Güelfos), Holstein, la ciudad imperial de Lübeck, o Sajonia Oriental, mientras que Baviera fue cedida a Otón I de Wittelsbach.
En 1189 Barbarroja, al igual que su tío Conrado, partió rumbo a una cruzada, la tercera. Junto al emperador viajaron Felipe II de Francia y Ricardo I de Inglaterra. Como era costumbre, los cruzados alemanes se detuvieron en Hungría, donde reclutaron algunos refuerzos. Luego cruzaron territorio bizantino, para después adentrarse en tierras sarracenas. Barbarroja había escuchado la noticia de que el sultán ayyubí Saladino había logrado tomar Jerusalén, y el emperador estaba entusiasmado de enfrentarle. Pero dicho enfrentamiento nunca ocurrió, ya que Barbarroja acabó ahogado en un río en Anatolia tras la Batalla de Iconio en 1190.
Enrique VI
Tras la muerte de Federico I Barbarroja en Anatolia durante la tercera cruzada, el trono recayó sobre el hijo que tuvo con Beatriz de Borgoña, Enrique VI, quien gobernaría escasos siete años (desde 1190 hasta 1197). Él previamente había sido electo rey de romanos en Aquisgrán, cuando su padre aún estaba vivo; ya que así se aseguraba que el trono estaría en manos de su descendencia. Además, Barbarroja había hecho que su hijo Enrique contrajera matrimonio con Constanza de Sicilia, tía del rey Guillermo II de Sicilia, quien no terminaba de engendrar herederos para el trono siciliano. El objetivo de este casamiento se basaba en la esperanza que el rey de Sicilia no llegue a tener ningún heredero, para que Constanza (y por ende Enrique VI) puedan reclamar sus derechos dinásticos.
En 1190, cuando su padre partió rumbo a la tercera cruzada, Enrique VI asumió como regente del Sacro Imperio. En este periodo de regencia, Enrique el León regresó de su exilio en Inglaterra e inició un levantamiento en el norte con el objetivo de recuperar Sajonia. Pero ambos tuvieron que firmar una tregua al enterarse que Tancredo de Sicilia, primo de Guillermo II, había usurpado el trono que el correspondía a Constanza.

Enrique envió ejércitos al sur de Italia para reclamar Sicilia, pero todos fueron repelidos gracias al gran apoyo que contaba Tancredo. Tras la fracasada campaña en Italia, Enrique el León volvió a sublevarse entre 1192 y 1193, esta vez con el apoyo de Ricardo I Corazón de León, rey de Inglaterra. Enrique VI logró imponerse ante los sublevados y firmó una última tregua con el duque renegado, quien fallecería en 1194.
La suerte le sonrió a Enrique cuando su enemigo, Ricardo Corazón de León, fue capturado en Austria mientras atravesaba el Sacro Imperio tras su retorno de la tercera cruzada. El emperador demandó una cuantiosa suma por la liberación del rey inglés. Este acto fue repudiado por el Papa Celestino III, ya que Enrique había hacho prisionero a un héroe cruzado, lo que finalmente le valió un excomunión. Igualmente el rescate se pagó, y se selló una reconciliación entre Inglaterra y el Sacro Imperio.
La situación en el sur de Italia también era favorable, ya que a la muerte de Tancredo en 1194, el trono siciliano fue heredado por su hijo de nueve años Guillermo III. Aprovechando semejante oportunidad, Enrique atravesó la península italiana, ocupó Nápoles, entró en Palermo, y, junto a su esposa, se coronó rey de Sicilia. Tras liquidar todo tipo de resistencia, el Reino Normando de Sicilia fue anexado al Sacro Imperio, y Enrique se convirtió en el hombre más poderoso de Europa. Gracias al inmenso poder que acumuló Enrique VI, hubo una importante oposición por parte del papa, especialmente después de que el emperador manifestara sus deseos de convertir al Sacro Imperio en una monarquía hereditaria. Sin embargo, el proyecto de la monarquía hereditaria no se pudo concretar al fallecer Enrique de malaria pocos años después. Su muerte dejó el imperio en un estado de cierta complejidad, ya que su heredero Federico apenas tenía tres años.
Felipe de Suabia
Felipe de Suabia fue el quinto y último hijo de Federico Barbarroja, fue príncipe de la Casa Hohenstaufen, duque de Suabia desde 1196, y rey titular de romanos tras la muerte de su hermano mayor Enrique VI. Felipe fue de gran confianza para su hermano, incluso llegó a designarlo tutor de su joven hijo Federico, quien estaba siendo protegido en Palermo. Cuando falleció inesperadamente el emperador Enrique VI, se desató un gran caos en todo el imperio.
La prioridad de Felipe era proteger los derechos dinásticos de su sobrino Federico, pero los príncipes alemanes se mostraban hostiles ante el potencial gobierno de un niño, y buscando mantener a flote al Sacro Imperio, consintió ser electo rey de romanos. Pero varios nobles no acataron al nombramiento de Felipe, y en su lugar apoyaron al Güelfo Otón de Brunswick, hijo de Enrique el León, quien había sido coronado por el arzobispo de Colonia en 1198.


Esta doble elección de monarcas propició una guerra entre el partido gibelino y el güelfo, mientras Federico fue puesto bajo la tutela de su madre Constanza I de Sicilia, y del Papa Inocencio III. Felipe encontró apoyo en el sur del imperio, donde reunió un considerable ejército, con aportes de Baviera, Suabia o Austria. Mientras que Otón, el rey rival, fue apoyado en Sajonia y en varios territorios del norte imperial, como Bohemia o Turingia.
La guerra perduró hasta 1208, cuando Felipe fue asesinado tras un fallido matrimonio político. Al quedar como rey legítimo, Otón obtuvo el favor del Papa Inocencio III, quien lo coronó emperador como Otón IV, llegando a ser el primer y único emperador Güelfo. El nuevo emperador gobernó hasta 1215. Sucedió que Otón prestó ayuda a los ingleses en su guerra contra los franceses, y el tiro le salió por la culata cuando fue fulminantemente derrotado por el rey de Francia en la Batalla de Bouvines de 1214. Gracias a la aplastante derrota de Otón IV, los nobles alemanes apoyaron a Federico, quien ya era rey de Sicilia; y tras un golpe de Estado lograron la abdicación del Güelfo y el retorno de los Hohenstaufen al trono.
Federico II
En 1215, Federico Hohenstaufen (llamado stupor mundi o asombro del mundo), hijo del emperador Enrique VI y Constanza I de Sicilia, fue electo rey de romanos de forma unánime; siendo Aquisgrán el lugar donde recibió la corona y las insignias imperiales romano-germánicas. En 1220, una vez fallecido Otón IV, Federico II viajó a Roma y fue coronado emperador por el Papa Honorio III. Sin embargo, la coronación se efectuó tras largas negociaciones entre el sacro emperador y el papado, las cuales se sellaron con un acuerdo en donde Federico debía comprometerse con una serie de cuestiones, como embarcarse en una nueva cruzada y socorrer al Imperio Latino de Constantinopla.

Federico pasó la mayor parte de su reinado en Sicilia, territorio donde creció. Es por ello que muchas fuentes cuestionan constantemente su autoridad en Alemania. El Reino de Sicilia era un territorio de buen clima, y era el punto de donde convergían las culturas normanda, italiana, germánica, bizantina y árabe. Fue ahí donde llevó a cabo grandes e innovadores programas de reforma. Reformó varias leyes feudales, promulgó una serie de decretos que fortalecían el poder de la corona, y suprimió los ”juicios de Dios” (institución jurídica medieval donde para identificar al culpable se llevaban a cabo los procesos más bizarros, como anclar a un hombre al fondo de un río, u obligar al acusado a poner las manos en el fuego para probar su inocencia).
Además, promovió la fundación de varias casas de estudio, como lo fue la Universidad de Nápoles (hoy en día llamada Universidad Federico II en su honor). Su apodo ”stupor mundi”, hace referencia a su carácter excéntrico y heterodoxo. Se sabe que era una persona bastante inteligente, ya que llegó a hablar en nueve idiomas (incluyendo el griego, latín, alemán, francés, y árabe), y escribir en siete, a diferencia de la mayoría de monarcas de su época. Además, protegió a artistas e intelectuales, fundo la Escuela Poética Siciliana, favoreció a la Escuela Médica de Palermo, y llenó su corte de grandes especialistas en varias ramas de las ciencias, entre ellos destaca Fibonacci.

Sin embargo, las puyas con el papado seguían vigentes, especialmente por la jurisdicción del norte de Italia; y se intensificaron con el creciente pretexto de una nueva cruzada a Tierra Santa. En 1225, Federico II enviudó de su primera esposa, la infanta Constanza de Aragón. Por influencia de Honorio III, su nueva esposa sería Yolanda de Jerusalén, hija del rey de Jerusalén Juan I de Brienne. Promover esta unión significaría obligar al emperador a participar de la prometida cruzada. Sin embargo, el emperador continuó posponiendo su expedición y demorando su partida, lo que le valió una excomunión en 1227.
El nuevo pontífice, Gregorio IX, presionó a Federico con la idea de la cruzada; y al ver que este intentaba esquivar su voto de cruzado, el papa calificó al emperador de Anticristo. En 1228, un Federico enfurecido zarpó con sus tropas rumbo a Tierra Santa sin la bendición papal para llevar a cabo la dichosa cruzada. En esta sexta cruzada, Federico logró reconquistar Chipre y desembarcar en el puerto de San Juan de Acre. El emperador hizo valer los derechos dinásticos de su esposa Yolanda, y se proclamó rey de Jerusalén. Resulta que unos meses atrás había fallecido la reina Yolanda poco después de haber dado a luz al hijo que ella tuvo con Federico: Conrado IV. En tal sentido, el legítimo rey de Jerusalén era el recién nacido.
Con un panorama complicado en Tierra Santa, Federico entabló negociaciones con el sultán ayyubí Al-Kamil, el sobrino de Saladino. Con el debido asesoramiento del maestre de la Orden Teutónica, el emperador selló una tregua de diez años con el sultán egipcio. A través de la diplomacia, Federico consiguió que Al-Kamil le devuelva la posesión de los Santos Lugares, como Jerusalén, Nazaret y Belén. Una vez en la Iglesia del Santo Sepulcro, Federico realizó su oficial coronación como rey de Jerusalén. El Papa Gregorio IX consideró las acciones de Federico II un insultó, desde partir a Tierra Santa sin su bendición, hasta negociar con musulmanes, y por ende le excomulgó por segunda vez.


En 1229, Federico II recibió la noticia que el Papa Gregorio IX, junto a la Liga Lombarda, planeaban invadir el Reino de Sicilia; incluso lograron reclutar para la causa al duque Enrique II de Suabia, hijo del emperador, a quien coronaron rey de romanos, y ahora reclamaba los territorios de su padre. Viendo semejante sublevación en su contra, Federico abandonó Tierra Santa y partió rumbo a Italia. El emperador desembarcó en Brindisi, y tras rechazar a las tropas pontificias y lombardas, se firmó el Tratado de San Germano de 1230. En dicho tratado se estipulaba que el emperador no intervendría en los Estados Pontificios, a cambio de que Gregorio IX le revoque la excomunión. Además, reprendió a su hijo traidor Enrique, a quien mantuvo en cautiverio y despojó de sus derechos dinásticos.
Tras los distintos conflictos con el papado y los güelfos, Federico aprovechó para redactar las Liber Agustalis o Constituciones de Melfi, las cuales servirían como una ley única que rigiera en toda Italia. Estas leyes (las cuales dicho sea de paso estaban inspiradas en el Derecho Canónico y en el Código Justiniano), incluían cuestiones como la centralización de la monarquía, mayor eficiencia en los tribunales, establecimiento de pesos y medidas, racionalización de los procesos civiles, promoción del regadío, etc.

En 1237, el emperador consiguió una de sus mayores victorias al derrotar a la Liga Lombarda en la Batalla de Cortenuova. Tras este éxito, toda Italia cayó fácticamente en manos imperiales, lo que provocó una nueva ruptura con Gregorio IX, quien volvió a excomulgar a Federico por enésima vez. El pontífice planeó convocar un concilio en Roma para asegurar la deposición y sustitución del Hohenstaufen. El emperador no tuvo más remedio que ordenar la detención de todo clérigo que viajase a Roma. Llegó a encarcelar a más de cien miembros del clero, lo que terminó boicoteando el concilio romano.
Tras la muerte de Gregorio en 1243, el nuevo papa electo fue Inocencio IV, cuyo nombramiento agudizó las confrontaciones. Es en este periodo donde se llevó a cabo una gran campaña de desprestigio contra el emperador, donde se le atacó de tener simpatías por el mundo musulmán, de ateo, de Anticristo, y de confabularse con los sultanes de Egipto y Túnez. Inocencio IV se mostró a la historia como el mayor enemigo del Sacro Imperio, incluso llegó a abandonar Roma y gobernar desde Lyon bajo la protección del rey de Francia.
En 1245, Inocencio convocó el Concilio de Lyon, donde despojó a Federico de todas sus dignidades imperiales y se convocó una cruzada contra el emperador. Apoyó a varios príncipes alemanes como reyes de romanos; y además alentó a varias ciudades italianas a alzarse contra el emperador. Federico, no obstante, logró obtener una importante victoria contra las tropas pontificales en la Batalla de Parma de 1248.
Federico II terminó falleciendo a los 56 años, totalmente abatido por una vida llena de intrigas y traiciones, en el Castel Fiorentino de Apulia. El emperador delegaba las coronas del Sacro Imperio, de Sicilia y de Jerusalén, al hijo que tuvo con Yolanda: Conrado IV. Mientras los gibelinos lamentaban su muerte, el Papa Inocencio IV ”exhortó a los cielos a sumarse a su alegría”.
Los Últimos Hohenstaufen y el Destino de Sicilia
La muerte de Federico II supuso el inicio del fin del imperio dinástico de los Hohenstaufen, y la inminente victoria papal. El nuevo monarca era Conrado IV, quien además de recibir el Sacro Imperio, heredaba Sicilia y Jerusalén. Fue Conrado quien presenció con ojos llorosos como el legado de su padre se desmoronaba durante sus cuatro años de reinado (1250-1254).
Durante su breve reinado, tuvo que hacer frente a todos los príncipes alemanes que Inocencio IV levantó en su contra, primero a Enrique Raspe, Landgrave de Turingia, y luego a Guillermo II, conde de Holanda. Al mismo tiempo, tenía que viajar a Italia para mantener esos territorios también bajo su control. Y al igual que su padre, Conrado fue excomulgado por el papa en 1254, solo para morir poco después por fiebres.
Dada a la situación, cuatro de los siete príncipes electores, eligieron al inglés Ricardo de Cornualles como nuevo rey; mientras que los otros tres apoyaron el nombramiento de Alfonso X de Castilla, quien era hijo de una princesa Hohenstaufen. Sin embargo, ninguno de los dos candidatos estuvo mucho tiempo por el Sacro Imperio, y esta época se caracterizó por un fuerte vacío de poder.

Sin embargo, el Reino de Sicilia siguió en poder de los Hohenstaufen bajo la cabeza de Manfredo I, hijo de Federico II. No obstante, el control de Manfredo terminó cuando el Papa Urbano IV (buscado desarraigar toda base de poder de los Hohenstaufen) le ofreció Sicilia a Carlos de Anjou, hermano del rey francés; quien derrotó a los Hohenstaufen en la Batalla de Benevento de 1266. Los gibelinos buscaron el apoyo de la nueva cabeza del linaje Hohenstaufen, Conradino de Suabia – el hijo de 16 años del difunto Conrado IV.
Varios sicilianos se le unieron en contra de Carlos de Anjou, pero en la Batalla de Tagliacozzo (1268) Conradino fue derrotado y hecho prisionero por los franceses. Su destino era la decapitación pública, pero antes de morir, cedió sus derechos en Sicilia a su prima Constanza (hija de Manfredo), esposa de Pedro III de Aragón. Con la ejecución de Conradino, el linaje Hohenstaufen desapareció, y el Ducado de Suabia terminó desintegrándose. Tras el fin de esta poderosa dinastía, el Sacro Imperio entraría en una espiral de decadencia conocida como el Gran Interregno, de la cual costaría mucho recuperarse.
Referencias Bibliográficas
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