El Judaísmo en la Edad Media

Contexto

En el año 63 a.C., las fuerzas romanas entraron en Jerusalén lideradas por Pompeyo, famoso general romano conocido por sus hazañas militares en Asia. El reino macabeo de Israel pasó a ser un Estado satélite del emergente Imperio Romano. Pompeyo repartió el territorio judío en varias regiones (Samaria, Galilea, Perea, Decápolis, Idumea, Batanea y Judea), todas ellas conformaban la Provincia de Judea, la cual estaba bajo jurisdicción del Sanedrín; concilio religioso presidido por un sumo sacerdote, el cual respondía directamente ante los procuradores romanos, y era nombrado por estos. A su vez, el Sanedrín estaba sujeto al poder de la monarquía israelita, la cual no era más que otro títere en el inmenso teatro geopolítico romano.

Uno de estos reyes fue Herodes el Grande, conocido por su participación en eventos bíblicos. Este monarca fue quien presenció las guerras civiles romanas y la transición de república a imperio. Tras la muerte de Herodes, la provincia romana de Judea se repartió entre sus hijos, Herodes Antipas y Herodes Agripa, mientras que la ciudad de Jerusalén y las poblaciones circunvecinas eran administradas por el archiconocido Poncio Pilato.

En el Siglo I, los judíos se rebelaron contra el régimen romano en una serie de conflictos bélicos, referida por los historiadores como Guerras Judeo-Romanas, la Revuelta de Judea, o Revueltas Judías. En total se tienen constancia de tres conflictos: la Primera Guerra Judeo-Romana, la Segunda Guerra Judeo-Romana (también llamada Revuelta de Kitos), y la Tercera Guerra Judeo-Romana (también conocida como Rebelión de Bar Kobja). Como resultado de estas rebeliones, los romanos se encomendaron la tarea de desmantelar la identidad cultural y nacional judía. En el año 70, el emperador Vespasiano destruyó el Templo de Salomón, y ordenó el asesinato y la esclavización de una parte de la población judía.

A partir de este momento se dará lugar la llamada diáspora, en la cual varias comunidades judías abandonaron Jerusalén y el Levante Mediterráneo huyendo de las persecuciones. La mayoría llegó a Hispania, a Grecia y a la Provenza. Cabe destacar, que en su cruzada antijudía, los romanos renombraron la Provincia de Judea, la cual – alrededor del año 135 – pasó a llamarse Palestina (en referencia a los filisteos, los enemigos históricos de los judíos).

La Diáspora

Como consecuencia de la diáspora; es decir, de la dispersión de las comunidades judías a lo largo del Mediterráneo, se configuró el llamado paradigma rabínico-sinagogal. En el cual la identidad cultural judía pasaba a estar basada esencialmente en la homogeneidad de las prácticas religiosas realizadas en sinagogas de la mano de rabinos, desplazando a la autoridad política y religiosa de los sacerdotes del templo. De esta forma, los judíos fueron adaptándose a un contexto político distinto al que experimentaron en el Levante.

Durante el Siglo II, el Cristianismo consiguió un expansión sin precedentes a lo largo del Imperio Romano, desde Lyon hasta Éfeso. Y para el Siglo IV, gracias a los aportes de los emperadores Constantino y Teodosio, el Cristianismo logró consolidar su posición en las bases de poder del imperio. El asenso al poder de la religión de Cristo vino acompañado de mayores restricciones y abusos hacia las comunidades judías.

Persecuciones e Intolerancia en un Escenario Cristiano

Como mencioné previamente, el judío medieval tendrá como elementos fundamentales al rabino y a la sinagoga, símbolos de una fe edificada en las escrituras (concretamente en el Talmud y en el Tanaj) y en la conservada tradición hebrea, que permitirán la supervivencia de esta cultura en exilio. Si bien es cierto que los judíos se habían esparcido a lo largo del Imperio Romano, estos lograron mantener una unidad ideológica. Fue gracias a que los eruditos judíos lograron salvaguardar los textos hebreos de la Antigüedad, que los judíos medievales experimentaron un desarrollo semi uniforme, al menos en términos súper estructurales.

Tras la cristianización del Imperio Romano, se convirtió en política de Estado convertir, perseguir, y castigar a los herejes, término donde también figuraban los judíos. El mayor golpe para esta minoría fueron las políticas de intolerancia del emperador oriental Teodosio. Este emperador eliminó el Sanedrín, y prohibió a los judíos la posesión de esclavos, contraer matrimonio con cristianos, construir sinagogas nuevas, acceder a cargos públicos, e incluso se persiguió a aquellos cristianos que optaban por convertirse al Judaísmo.

Durante la era bizantina también se restringieron varios derechos y libertades a la comunidad judía. Fue en el reinado de Justiniano el Grande donde se amenazaron los privilegios religiosos que gozaba el Judaísmo; es más, este emperador interfirió en las prácticas religiosas, prohibiendo el uso de la lengua hebrea a la hora de adorar a Yahvé.

Máxima Extensión del Imperio Romano de Oriente (Imperio Bizantino)

Una región romana, que particularmente recibió a un gran número de judíos exiliados, fue Hispania. Cuando se da el colapso del Imperio Romano de Occidente en el 476, las comunidades judías en Hispania eran significativamente numerosas, y fueron respetadas por el pueblo visigodo – pueblo germánico que invadió la península Ibérica. Los visigodos eran mucho más tolerantes hacia los judíos que sus predecesores romanos; al menos mientras los godos eran arrianos (fe cristiana herética), ya que apenas acogieron los dogmas católicos (en el 586) la persecución religiosa se reanudó.

Como relataba, en el año 586 los visigodos acogieron el Catolicismo, gracias al rey Recaredo y al posterior III Concilio de Toledo. La conversión del Reino Visigodo al credo católico fue totalmente perjudicial para los judíos, ya que estos vieron su situación empeorada. Las persecuciones llegaron a tal extremo que los judíos vieron peligrar su propia prosperidad en Hispania. Sin embargo, ellos lograron sobrellevar las crueles medidas, las cuales fueron promulgadas para promover su conversión forzosa, así como la de los fieles a credos cristianos disidentes al Catolicismo, como arrianos o donatistas.

Recaredo, monarca visigodo, durante el III CONCILIO DE TOLEDO

Un motivo que favoreció la supervivencia del Judaísmo en la Hispania visigoda, fue el hecho del constante enfrenamiento entre la propia sociedad. En el Siglo VII, el Reino Visigodo era una nación socialmente inestable y con escasa cohesión política, particularmente gracias a la acentuación de los conflictos identitarios y de los conflictos religiosos: visigodos contra hispanorromanos, católicos contra arrianos, cristianos contra judíos, etc.

Para inicios del Siglo VIII, la nación visigoda atravesaba una palpable y desgarradora decadencia; la fragilidad de la monarquía y la ambigüedad de la línea de sucesión llevó a Hispania a una guerra civil que enfrentaba a dos pretendientes al trono del difunto rey Witiza: Agila y Rodrigo. Esta coyuntura fue aprovechada por el expansionista Califato Omeya, el cual había conquistado Egipto y se había extendido por todo el Magreb (norte de África) llegando a la actual Marruecos. En el 711, el Islam, aprovechando la guerra civil, cruzó el Estrecho de Gibraltar y avanzó ininterrumpidamente a lo largo de la península Ibérica.

El Judaísmo y la Expansión del Islam

Para tratar este segmento con mayor precisión es imprescindible hacer un recuento histórico del Islam y su expansión (abordado superficialmente en el párrafo anterior). El Islam fue una religión monoteísta surgida en las primeras décadas del Siglo VII en la península arábiga, bajo la mano de las predicciones del profeta Mahoma, natural de La Meca. Los fieles al Islam sostenían que su religión era la continuación de la obra de Abraham y Jesucristo, por lo cual acogieron al Judaísmo y al Cristianismo como una suerte de credos predecesores. Sin embargo, cristianos y judíos rechazaron esta tesis.

El nacimiento del Islam fue seguido por una serie de conquistas árabes, en buscas de expandir la fe de Allah a lo largo y ancho del mundo conocido. En tan solo dos años de ininterrumpidas campañas, los musulmanes lograron dominar la península arábiga en su totalidad. Aplastando las quebradizas y endebles resistencias que opusieron las fragmentadas tribus árabes. En su guerra santa, los musulmanes fijaron su vista en territorios persas y bizantinos: a los primeros los absorbieron, y a los segundos les arrebataron varias provincias, tales como Siria, Palestina, Egipto y África.

Esperando obtener mejores condiciones y un cese a las persecuciones por parte de los bizantinos, los judíos apoyaron la expansión del Islam por el Levante, e incluso apoyaron a los ejércitos musulmanes que invadieron Hispania en el 711. Aún tras consolidarse el dominio musulmán sobre Jerusalén y Palestina, los judíos controlaron una importante parte del comercio. Las nuevas autoridades árabes permitieron las prosperidad de los judíos en tierras islámicas, concediéndoles el rango de dimmíes”. Aun así, los judíos siguieron siendo considerados ciudadanos de segunda categoría y no gozaban de igualdad frente a la ley, ya que se les imponían una carga tributaria especial: la Yizia (la cual aplicaba para todo no musulmán). Como dato curioso, los musulmanes levantaron el famoso Domo de la Roca sobre las ruinas del viejo templo, de esta forma, la ciudad de Jerusalén fue, y es, una ciudad sagrada para las tres religiones monoteístas.

Expansión del Islam (Siglos VII y VIII)

El motivo por el cual los judíos no experimentaron persecución cuando vivían bajo dominación musulmana- o al menos no de la forma que lo vivieron bajo yugo cristiano – era porque estos eran considerados ”gente del Libro”, y además porque no constituían una verdadera amenaza política, y por ende el ejercicio y profesión del Judaísmo era tolerado hasta cierto punto. Es más, los judíos llegaron a adoptar el idioma árabe y se adaptaron satisfactoriamente a la cultura islámica. Hacia el Siglo XI, el 80% de la población judía o hebrea vivía en territorios musulmanes, mientras que un reducido porcentaje residía en el Imperio Bizantino.

Las Juderías y las Comunidades Hispanas durante la Reconquista

Durante la Edad Media, Al Ándalus – el territorio hispánico dominado por musulmanes – se convirtió en una de la regiones con mayor número de judíos en toda Europa. Justamente fue durante los Siglos IX y XI donde los judíos andalusíes experimentaron su Edad de Oro. En este periodo, Al Ándalus llegó a acoger judíos del Magreb, y se les permitió instalarse en ciudades del sur peninsular como Granada, Córdoba, Málaga, Algeciras, y, especialmente, en Lucena (también conocida como la ciudad judía). Durante el apogeo del Califato de Córdoba los judíos se fueron ”arabizando” culturalmente, y como mencioné previamente, se les concedió libertad religiosa a cambio de un impuesto adicional: la Yizia.

Cada comunidad judía solía denominar un jefe (el nasi) para establecer las relaciones con el poder central, de forma similar, los mozárabes (cristianos que vivían bajo dominación musulmana) solían elegir a un comes. Dada a las buenas condiciones de vida que ofrecía Al Ándalus, varios eruditos judíos emigraron ahí para desarrollar su carrera intelectual y académica; de esta forma se fomentó el desarrollo cultural y espiritual hebreo. Se potenció la poesía, la gramática, los estudios bíblicos, los estudios talmúdicos, las ciencias, el derecho, la literatura, la filosofía, etc. Es más, varias ciudades de Al Ándalus como Córdoba, Zaragoza, Granada, Lucena o Sevilla, se convirtieron en importantes bastiones de la cultura judía en Europa, y gracias a las favorables condiciones que ofrecía el Califato de Córdoba, floreció y prosperó el pensamiento judío medieval.

Moisés Maimónides, Médico y Estudioso Judío de Córdoba (Siglo XII)

Era común ver en las principales ciudades hispanas (tanto cristianas como islámicas) un barrio de viviendas judío, segregado y marginal, bautizado como judería. Algunas de las juderías más importantes eran las de Toledo, Zaragoza, Barcelona, Cuenca, Lucena, Córdoba, Tudela, Mallorca, Sevilla, y Granada. Cada judería contaba entre dos mil a tres mil habitantes, lo que vendría a representar entre un 8% o un 10% de la población urbana.

Tras la caída definitiva del Califato de Córdoba en el año 1031, Al Ándalus se dividió en varios reinos de taifas, los cuales fueron presa fácil para la expansionista Dinastía Almorávide de Marruecos. Los almorávides eran musulmanes fanáticos, y fueron recordados por sus crueles persecuciones religiosas, particularmente contra judíos y mozárabes. Varias propiedades judías fueron expropiadas por decreto de las autoridades almorávides y, peor aún, varios judíos fueron vendidos como esclavos. Estos acontecimientos, evidentemente, marcaron el fin de la Edad de Oro judía, ya que la mayoría de los hebreos andalusíes optaron por huir al Magreb o a los reinos cristianos del norte, concretamente en los preponderantes reinos de Castilla y Aragón.

Por otro lado, las relaciones de los judíos con los reinos cristianos peninsulares tuvo sus altos y bajos. Tras la captura cristiana de Toledo, y el avance aragonés por la zona del Ebro, las comunidades judías en el norte se volvieron cada vez más numerosas. En los Siglos XII y XIII, estos judíos recibieron privilegios por parte de los reyes peninsulares – y en algunas oportunidades tuvieron la distinción de ser protegidos de la corona – ya que estos les prestaron sus servicios a los reyes en la administración y en el gobierno; por ejemplo destaca el papel de los judíos en las tareas repobladoras. Resalto a Alfonso X de Castilla y a Jaime I de Aragón, ya que en sus respectivos reinados los judíos jugaron papeles de mayor protagonismo en la administración pública. Lamentablemente, estas relaciones de mutuo beneficio entre los monarcas y las comunidades judías, chocaba con el sentimiento antijudío de la Iglesia (institución de gran relevancia en el acontecer medieval), especialmente después de las acusaciones de blasfemia al Talmud.

La situación de los judíos fue deteriorándose con el pasar de las décadas a medida que se acrecentaba el antisemitismo en Hispania. Por ejemplo, en 1283, Pedro III de Aragón prohibió a los judíos el ejercicio de cargos públicos. Además, durante esa misma época, la segregación material y demográfica se hizo más notoria en territorio cristiano, se les llegó a prohibir llevar armas, usar determinados vestidos, o asistir a ceremonias cristianas como bautizos, bodas o entierros.

Para el Siglo XIV, el antisemitismo se convirtió, prácticamente, en un chivo expiatorio para cualquier eventualidad negativa, como por ejemplo la Peste Negra. Esta serie de acontecimientos llevaron a la revuelta antijudía de 1391 en Castilla, y un siglo más tarde (tras la toma de Granada y el fin de la Reconquista) a la famosa expulsión de los judíos por orden de los Reyes Católicos.

Comerciantes, Propietarios y Acumuladores de Riqueza

A través de la historia, los judíos han tenido que soportar diversos estereotipos de índole peyorativo, y a veces de naturaleza antisemita. Aquí podemos encontrar banalidades como el hecho de la creencia generalizada de que los judíos tienen narices grandes y son pelirrojos – comúnmente atribuidas para caricaturizar al mencionado colectivo. En el caso que nos compete, los judíos a menudo son estereotipados como codiciosos y avaros, dedicados a la banca usurera, a la recolección de impuestos, al comercio y al gestión administrativa de la tierra.

Esto se origina en la Edad Media, cuando la Iglesia prohibía a los cristianos el préstamo de dinero con intereses, por lo tanto los judíos se encargaron de suplir esta demanda, y a partir de entonces se los asoció con la usura y con la actividad crediticia. Aún así, en términos generales, tanto judíos como cristianos se dedicaron a similares ocupaciones, tanto rurales como urbanas. Si bien es cierto que en Europa Occidental, sobre todo en Castilla y Aragón, se ha detectado la presencia de judíos dedicados a las prácticas agrícolas, no es habitual que figuren como campesinos, si no más bien como patrones (sin que las propiedades constituyeran latifundios o señoríos feudales). Normalmente estas tierras eran adquiridas a través de la compra/venta o a través de ejecuciones hipotecarias.

Cabe resaltar que los judíos a veces sirvieron de comerciantes individuales que lograron conectar, a través de sus actividades económicas, a dos sociedades intrínsecamente enemistadas: la cristiana y la musulmana. Estas relaciones fueron un factor que permitieron el establecimiento gradual de los judíos a los largo de Europa Occidental

Además de la agricultura y la banca, algunas juderías poseyeron un número importante (aunque variable) de cabezas de ganado. Cuya carne era destinada para el consumo doméstico, y además el ganado era necesario para realizar los sacrificios correspondientes – de acuerdo a las leyes talmúdicas. Por otro lado, la actividad artesanal también destacó entre los talleres suburbanos de las juderías, y entre las profesiones más comunes encontramos sastres, zapateros, jubeteros, pellejeros, curtidores etc.

Conclusiones

Este artículo sirve como continuación al artículo elaborado hacia un año titulado Hebreos: Pueblo de Profetas; donde relaté la historia del pueblo hebreo durante la Edad Antigua, basándome en los acontecimientos del Antiguo Testamento. Evidentemente, el pueblo judío ha sufrido difíciles momentos a lo largo de su historia: persecución, abusos, condiciones de desigualdad frente a la ley, odio colectivo y sistemático, etc.

Sin embargo podemos rastrear componentes culturales y elementos de la idiosincrasia judía desde aquellos tiempos inmemoriales, preservados a través de la herencia y la transmisión oral. Exponiendo al mismo tiempo como una religión se vio obligada a evolucionar al pasar de los años debido a ciertas circunstancias históricas, al mismo tiempo que se procuraba mantener vivas sus tradiciones. De esta forma se forjó una identidad que siguió sobrellevando situaciones horrorosas (dígase el holocausto nazi), que logró reformarse hasta llegar a nuestros tiempos.

Referencias Bibliográficas

Hinojosa Montalvo, J (s.f.). Los judíos en la España medieval: de la tolerancia a la expulsión, Universidad de Alicante, España. [Archivo PDF]. Recuperado el 28 de Julio de 2021 en https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/13209/1/Hinojosa_Judios_Espa%C3%B1a.pdf

Tolentino, JA (Diciembre, 2015). La influencia de la época medieval sobre el judaísmo actual, Universidad Iberoamericana, México. Cuadernos Judaicos, ISSN: 0718-8749, N°32. [Archivo PDF]. Recuperado el 28 de Julio de 2021 en file:///C:/Users/Dell/Downloads/38099-1-131362-1-10-20151229%20(2).pdf

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