El Emirato de Córdoba: Al Ándalus

En el verano del año 711, fuerzas árabes y bereberes desembarcaron en Tarifa y se movilizaron hacia Guadalete con un ejército de 15 000 hombres. Esta expedición estaba liderada por el general magrebí Tariq Ibn Ziyad, quien respondía ante la autoridad suprema del Islam con cede en Damasco. En Guadalete, ocurrió una trascendental batalla que enfrentó Tariq a Rodrigo, último de los monarcas visigodos. La victoria musulmana fue total, y como consecuencia se efectuó una invasión rápida y sin oposición en la península Ibérica. Durante la siguiente década, los ejércitos del Magreb sometieron toda Hispania, y en el 720 lograron acabar la conquista del último reducto hispanogodo en la Septimania (Galia Narbonense). Estas nuevas tierras conquistadas serían anexionadas al Califato Omeya, y serán llamadas Al Ándalus.

El Valiato

Tras la caída del Reino Visigodo de Toledo, gracias a la invasión musulmana, se dio inició al primer periodo de la historia de la España musulmana: el Valiato; en la cual Al Ándalus fue una provincia dependiente del Califato. Varios nobles hispanogodos pactaron con los árabes para conservar su fe y sus propiedades con la condición de que se sometieran al patronato islámico. Los invasores musulmanes también encontraron apoyo de la minoría judía, ya que habían sido sufrido persecuciones a manos de los últimos monarcas godos. A diferencia de los visigodos, los musulmanes aplicaron políticas de tolerancia religiosa, ya que consideraban al Judaísmo y al Cristianismo como religiones próceres del Islam.

No obstante, varios cristianos hispanogodos huyeron al norte y encontraron refugio en las montañas asturianas y cántabras. Un viejo miembro de la guardia real de Rodrigo llamado Don Pelayo, logró liderar un contingente de soldados, nobles y ciudadanos visigodos en la región de Asturias. El valí noroccidental de Al Ándalus, Munuza, encabezó un ejército para apaciguar esta creciente amenaza, pero fue en el año 722 donde Pelayo y sus hombres asturianos lograron establecer una sólida resistencia y derrotar a los musulmanes en la Batalla de Covadonga. El resultado de esta victoria cristiana fue la consolidación de Pelayo como rey de Asturias.

El rey Don Pelayo en Covadonga, de Luis de Madrazo

Al Ándalus se dividió en torno a una serie de gobernadores provinciales llamados valíes, quienes estaban en un constante estado de pugna interna. En esta época también existía también el cargo de emir, aunque este estaba relacionado a aspectos militares. Sin embargo, quien ejercía el control en la península de iure era el califa Omeya; no de facto, ya que Al Ándalus estaba plagado por las luchas de poder entre la aristocracia árabe y los bereberes, lo cual hacía imposible cualquier proyecto de centralismo político interno. Es conocida la sublevación de los bereberes, ocurrida poco tiempo después de la consolidación de la presencia musulmana en Hispania, donde estas gentes del Magreb se rebelaron contra los mandamases musulmanes debido a la discriminación étnica y cultural.

La rebelión de los bereberes no impidió que la presencia musulmana atravesara los Pirineos y llegara a someter la Galia Narbonense en el año 720; esta conquista llevó a los andalusíes a chocar de bruces contra un poderoso reino de la Galia: el Reino de los Francos, regentado por Carlos Martel. Fue Carlos Martel quien detuvo los avances árabes en la Europa cristiana al derrotarlos en la Batalla de Poitiers del año 732. Tras el conflicto, los francos lograron expulsar al invasor árabe de la Europa suprapirenaica, anexionaron la Galia Narbonense, y establecieron la frontera natural en torno a los Pirineos.

Dieciocho años después de la derrota en Poitiers, en 750, estalló un tumulto que sacudió a todo el mundo islámico. La familia califal Omeya fue eliminada sanguinariamente durante un banqueta a manos de los abasíes, liderados por Abu al Abbas; quien se proclamó califa. Los abasíes establecieron la ciudad de Bagdad como nueva capital, y proclamaron el Califato Abasí.

Sin embargo, solo un Omeya logró evadir la catástrofe. Este fue Abderramán (Abd al Rahman), quien huyó de Damasco rumbo al Magreb, y llegó hasta Ceuta con escaza compañía. Establecido en el norte de África, Abderramán se vio atraído por la prometedora provincia de Al Ándalus, la cual se encontraba sumida en luchas de poder entre los nobles árabes. El príncipe Omeya logró reclutar leales a la vieja dinastía, y con ellos desembarcó en Almuñécar en el 755. Fue en la Batalla de Alameda, donde Abderramán consiguió derrotar a las fuerzas andalusíes leales al Califato Abasí; tras su victoria, se proclamó emir, y formó el Emirato Independiente de Córdoba.

El Emirato Independiente de Córdoba

Abderramán I, emir de Al Ándalus

La llegada de Abderramán I al poder significó tanto la ruptura política de Al Ándalus con el Califato Abasí, como la consolidación del Islam en la península ibérica. Su primer acto como emir de Córdoba, fue crear una guardia personal compuesta por mercenarios bereberes e hispanogodos, y esclavos. Su ejército fue crucial para establecer el orden en la península, ya que su reinado estuvo plagado de conspiraciones a manos de valíes recelosos del nuevo régimen, revueltas y expediciones militares por parte de bereberes, francos y asturianos. Para organizar de una forma efectiva a las tropas, y para ejercer una defensa eficaz de las fronteras emirales, Abderramán dividió Al Ándalus en tres marcas defensivas: superior (con base en Zaragoza), media (con base en Toledo), e inferior (con base en Mérida).

Abderramán nunca perdió una batalla y obtuvo grandes éxitos militares, especialmente contra los cristianos de Fruela I de Asturias, puesto que los derrotó en Pontuvio y Álava, y a toda costa, evitó que los asturianos avanzaran más allá del río Duero. Las campañas habituales eran las aceifas o razzias: expediciones sorpresa de saqueo para hacerse de botines y rehenes. Tras sus victorias contra los asturianos, Abderramán estableció la paz con el hermanastro de Fruela, Mauregato, quien debía pagar al emir cien doncellas anuales con tal de evitar las incursiones musulmanas. Por otro lado, el emir también se dedicó a las artes y a la arquitectura: destaca la archiconocida Mezquita de Córdoba, edificada sobre lo que una vez fue la basílica visigoda de San Vicente Mártir.

Interior, Mezquita de Córdoba

Abderramán I fue sucedido por su vástago, Hisham I, en el 788. El nuevo emir tuvo un reinado bastante pacífico en lo que se refiere a política interna, lo que le permitió concentrarse en el combate contra los asturianos de Bermudo I mediante escaramuzas en Álava y Galicia, puesto que rompieron el tributo de las cien doncellas. El reinado de Hisham I fue relativamente efímero, ya que falleció abruptamente en el 796, y delegó el emirato a su hijo Al-Hákam I. Durante su reinado, se aplicaron una serie de medidas represivas para tratar la inestabilidad interna en Al Ándalus, lo que se tradujo en un auténtico reino del terror.

Su crueldad se volvió tangible cuando ciudades como Zaragoza, Mérida o Toledo, se sublevaron debido a las fuertes presiones fiscales. Como consecuencia, Al-Hákam I arrasó con barrios enteros, masacró a los disidentes, y crucificó a sus líderes en las llamadas Noches Toledanas. En esa misma ciudad, ocurrió la Jornada del Foso, donde el emir envió a asesinar a las figuras hispanogodas más influyentes de Toledo. Se estima que se ejecutaron 5300 en tan solo una tarde.

Durante este tiempo se gestó un reinado de medio siglo en Asturias, se trataba de Alfonso II, quien derrotó a las fuerzas musulmanas de Al-Hákam I en Álava; tras la cual ambos bandos establecieron una frontera estable en torno al desierto del Duero.

Alrededor del año 800, los francos del emperador Carlomagno cruzaron los Pirineos y se hicieron con todo territorio que abarcase desde Barcelona hasta Pamplona (vieja ciudad romana de Pompaelo, fundada por Pompeyo). Ahí, los carolingios crearon la Marca Hispánica o Marca Gothia – territorio defensivo dirigido por un marqués, que delimitaba al Imperio Carolingio con Al Ándalus.

Península Ibérica, circa 800

En el año 822 ascendió al trono cordobés Abderramán II, hijo del cruel Al-Hákam I. El nuevo emir heredó de su padre un reino pacificado y dócil, lo que le dio la oportunidad perfecta para introducir reformas administrativas y fiscales a través de políticas de centralización estatal. Durante su reinado apareció la figura del diván o hayib, quien vendría a ser el equivalente al primer ministro; subordinados al hayib estaban los visires, divididos concretamente en dos secciones: la cancillería (dedicada a asuntos burocráticos) y la hacienda (relacionada a la limosna y la recaudación de impuestos).

Abderramán II amplió la Mezquita de Córdoba, y mandó a construir una monumental biblioteca en la capital, donde se recogía todas las obras del saber de la época, desde grecolatinas hasta árabes. Córdoba se convirtió en uno de los principales centros culturales del mundo medieval, y logró compararse con la mismísima Constantinopla. Durante esta época también fueron introducidas en Hispania ciertas innovaciones, tales como los números arábigos o el papel.

La marca superior estaba dominada por la poderosa familia nobiliaria Banu Qasi, en su día fueron una familia visigoda del linaje Casio, pero tras la invasión musulmana se convirtieron al Islam y aceptaron someterse a la autoridad del emir; esta familia gozaba de una notable autonomía, y vencieron a los ejércitos asturianos y pamploneses en repetidas ocasiones.

Se cuenta que en el 844, los asturianos del rey Ramiro I se atrincheraron en el Castillo de Clavijo, en La Rioja, mientras eran sitiados por las fuerzas andalusíes de Abderramán II. La derrota cristiana se veía inevitable, pero cerca del final de la batalla hizo su aparición el apóstol Santiago, montado a caballo blanco, quien rescató la victoria de las fauces de la derrota. Curiosamente, el folklore medieval le acuñó el apodo de Santiago Matamoros.

Santiago Matamoros, cuadro de Francisco Camilo

Sin duda alguna, la mayor amenaza durante el reinado de Abderramán II fueron los asaltos y saqueos de unos fieros guerreros provenientes de tierras escandinavas: los vikingos. Tripulados en sus navíos drakkars, asaltaron primero el Reino de Asturias de Ramiro I, y saquearon ciudades en Galicia y Cantabria, tales como Gijón. Afortunadamente fueron detenidos por las fuerzas asturianas, por lo cual se vieron obligados a redirigirse hacia el sur. Los vikingos llegaron a Lisboa y luego a Cádiz, donde recorrieron todo el río Guadalquivir hasta llegar a Sevilla.

Aún así, los musulmanes lograron derrotar a los vikingos en la Batalla de Tablada. La inseguridad generada obligó al emir Abderramán II, y a su sucesor Mohammed I, a construir fortalezas y a amurallar las ciudades costeras, así como construir un astillero en Sevilla, donde se levantó una poderosa flota. Los vikingos volvieron diez años después, quienes liderados por Björn Ragnarsson, lograron tomar Algeciras, las islas Baleares, y recorrieron el río Ebro hasta llegar a Pamplona, donde apresaron al rey García Íñiguez.

Mohammed I llegó al poder de Al Ándalus en el 852, quien continuó con los proyectos de su padre, pero también se vio obligado a lidiar con sublevaciones internas, una crisis económica, e inestabilidad política dentro del emirato. Durante este periodo ocurrieron todo de tropelías: una rebelión de los vasallos Banu Qasi, una sublevación en la ciudad de Badajoz, e incluso una insurrección de mozárabes en Toledo (cristianos que vivían bajo el régimen musulmán). La fragilidad geopolítica del emirato incluso permitió que el rey Alfonso III de Asturias realice expediciones en territorio andalusí hasta llegar a Sierra Morena, y volver a Asturias con cuantiosos botines.

La crisis empeoró con la llegada al poder de Al-Mundir en el 886, hijo de Mohammed I, quien en su corto reinado de dos años enfrentó una rebelión sanguinaria liderada por Umar Ibn Hafsún la cual duraría 48 años. El rebelde recibió apoyo de Alfonso III, se convirtió al Cristianismo – bautizándose con el nombre de Samuel – , y se atrincheró en el Castillo de Bobastro, en Málaga. Tanto Al-Mundir como su hermano Abd Allah I, no lograron sostener el devastador escenario que azotaba al emirato, y delegaron todas las amenazas al nieto de este último, Abderramán III.

Abderramán III y el Califato de Córdoba

En el año 912 Abderramán III fue proclamado emir de Córdoba, este monarca se propondrá restablecer la unidad a Al Ándalus, y devolverle al emirato la gloria vista en los primeros Omeyas. Su primer objetivo fue emprender campañas contra el líder rebelde Ibn Hafsún, quien se había hecho con toda la marca inferior. Una a una, cayeron las fortalezas rebeldes del sur ante el imponente ejército de este joven emir.

Con sus ingeniosas tácticas militares, y sus excepcionales dotes para la diplomacia, logró tomar las diversas ciudades aliadas del linaje de Hafsún; tales como Sevilla, Jaén, Málaga, Granada, Murcia, Valencia, y en el 928, Bobastro. Buscando enfatizar en su victoria sobre los rebeldes, Abderramán III envió a desenterrar el cadáver de Ibn Hafsún para crucificarlo en las puertas de Córdoba.

Tras pacificar el sur, Abderramán III emprendió campañas contra los reinos cristianos de León (el sucesor de Asturias) y Pamplona, los cuales habían expandido sus dominios durante la crisis de Al Ándalus. El emir logró obtener una victoria en la Batalla de Valdejunquera contra los ejércitos combinados de Ordoño II de León y Sancho Garcés I de Navarra; tras la cual llegó hasta la ciudad Pamplona en el año 924, y la destruyó hasta sus cimientos.

Abderramán III, califa de Al Ándalus

En el año 929, Abderramán III se proclamó príncipe de los creyentes, amir al muslimin, o califa, por lo cual apareció el Califato Omeya de Córdoba en sustitución del Emirato Independiente de Córdoba. Bajo su mando, Al Ándalus alcanzó su máximo esplendor, consiguiendo un gran desarrollo religioso, económico, y cultural.

Inició una política activa en el Mediterráneo, favoreció el comercio andalusí en vistas de competir contra los fatimíes del Magreb; además creó una auténtica marina de guerra para hacer frente a las incursiones de vikingos y bereberes. Incluso, llegó a recuperar las islas Baleares, las cuales Mohammed I perdió ante los normandos. Aunque también tuvo tropiezos, por ejemplo se encuentra la Batalla de Simancas contra el rey de León, Ramiro II el Grande, ocurrida en el 939.

Península Ibérica, circa 950

Abderramán fomentó el desarrollo de la civilización hispanoárabe, reorganizó la administración, y creó el contexto adecuado para un florecimiento cultural. Deslindó con las políticas fundamentalistas en el ámbito religioso, propias de sus predecesores, ya que permitió a cristianos y judíos entrar al funcionariado, para así ganarse su apoyo. Embelleció la capital del califato: ”amplió la Mezquita de Córdoba, construyó un gran centro de estudios y una escuela de medicina, así como varias bibliotecas”. Gracias al califa, Córdoba se convirtió en un centro urbano y espiritual de tanto el mundo islámico, como de Europa Occidental. Asimismo, modeló un estado centralizado (a diferencia de los reinos cristianos), donde adaptó la estructura administrativa a las distintas coyunturas; por lo cual cobró más relevancia la figura del hayib en asuntos políticos, jurisprudenciales y militares.

El funcionariado se amplió incorporando nuevos cargos; apareció la secretaría califal, la zalmedina (la regencia del califato cuando el gobernante ausentaba) y los jueces (quienes ejercían sus funciones desde una perspectiva teocrática, y de acuerdo con la doctrina malikí).

El califa llevó una vida de lujos y extravagancia, como se puede evidenciar en la Medina Azahara, construida no muy lejos de Córdoba por Abderramán III, la cual se convertiría en la residencia de los califas Omeya a partir del 936. En la cúspide se encontraba el alcázar, donde el califa tenía una visión ideal de sus hermosos y opulentos jardines y piscinas. El complejo también estaba equipado con la Terraza Áurica – donde se llevaban a cabo las grandes embajadas -, tres mezquitas, una fábrica de monedas, y una gran cocina.

Restos del barrio de Medina Azahara

Sociedad Andalusí: Árabes, Muladíes y Mozárabes

La sociedad andalusí estaba organizada de forma compleja conjugando elementos tales como la raza, la religión y la condición sociopolítica. En la cúspide de la pirámide social estaban los árabes; quienes llegaron a Hispania tras la invasión del 711 y se hicieron con grandes tierras en la nueva provincia, se dividieron en clanes que constantemente luchaban por poder, especialmente durante el periodo del Valiato. Estos eran seguidos por los bereberes, quienes no gozaban de las mismas condiciones legales que los árabes debido a su procedencia étnica. Estos, a su vez, eran seguidos por los muladíes; es decir hispanogodos cristianos dominados por musulmanes que acogieron el Islam, para así poder eludir el impuesto que pagaban los no musulmanes, entre los muladíes destacan los Banu Qasi. Los cristianos del norte se referían a los musulmanes de Al Ándalus de forma genérica como moros o sarracenos.

Los hispanogodos cristianos dominados por musulmanes eran los mozárabes, quienes eran objeto de presión fiscal adicional y discriminación legal. Durante el reinado de Abderramán II, se intentó convertir a la fuerza a todo aquel que no profesara la religión de Allah. Alrededor del año 850, fueron asesinados cuarenta y ocho mozárabes al rebelarse contra estas nuevas medidas; estos no conversos fueron llamados los Mártires de Córdoba, ya que encontraron la muerte de forma horrible desde la hoguera hasta la decapitación.

Palacio de la Aljafería, Zaragoza. Actuales Cortes de Aragón

Los andalusíes también edificaron grandes complejos arquitectónicos, tales como la Mezquita de Córdoba, la Alcazaba de Mérida, el Alcázar de Toledo o el Palacio de la Aljafería, en Zaragoza. Las ciudades estaban organizadas en torno al zoco, ”un laberinto de callejuelas llenas de tiendas, donde tenían lugar las actividades comerciales”. El alcázar era el punto más alto y divisible de la ciudad, donde residía el gobernante y los militares. Algunas urbes contaban con alhóndigas; es decir, almacenes de mercancías, donde además se alojaba a los viajeros o mercaderes. A las afueras de la muralla de la ciudad estaban localizadas las almunias, los arrabales y las juderías.

La Gran Fitna y el Colapso del Califato

Abderramán III falleció en el 961, siendo sucedido por su hijo Al-Hákam II. Este califa fue uno de los dirigentes más pacíficos en la historia de Al Ándalus, estableciendo una tregua sólida con Sancho I de León, y continuó con la dirigencia esplendorosa que inició su padre. Otorgó mayores responsabilidades al hayib, y creó un estado mucho más igualitario, lo que dejó descontentos a los malikíes, los musulmanes radicales.

El próspero reinado de Al-Hákam II acabó con su muerte en el 976, y fue sucedido por su hijo menor de edad Hishám II, cuyo reinado inició la decadencia del dominio Omeya de Al Ándalus. Dado a su corta edad, la regencia fue cubierta por su chambelán Al-Mansur, mejor conocido como Almanzor, quien acabó con todos sus rivales políticos y se hizo con el puesto de hayib, iniciando así la Dictadura Amirí alrededor del 977.

Almanzor, hayib del califa Hishám II

Almanzor inició una yihad, o guerra santa, contra los reinos cristianos de Bermudo II de León y Sancho Garcés II de Pamplona. Este caudillo llevó a cabo campañas muy exitosas, ya que conquistó Zamora, Segovia y Salamanca, así como todo territorio al sur del Duero. Aunque sufrió un duro revés en la Batalla de Calatañazor, en el 1002, en la cual Almanzor sobrevivió de milagro, pero falleció poco tiempo después.

Tras la muerte de Almanzor, Hishám II continuó reinando hasta que fue depuesto en el 1009. La deposición del califa fue seguida de años de una fuerte inestabilidad política que llevaron al califato a la caótica Gran Fitna, en la que varios gobernadores y familias nobiliarias andalusíes proclamaron su independencia del poder Omeya, para así desvincularse de los impuestos y poder administrar sus territorios sin la intervención del gobierno cordobés.

En los próximos treinta años llegaron a formarse poco menos de tres docenas de reinos de taifas. Los señoríos de taifas más importantes fueron Toledo, Badajoz, Zaragoza, Sevilla (gobernada por la familia de los abadíes) y Valencia; algunos bereberes del sur peninsular incluso llegaron a proclamar sus propios reinos, tales como Granada o Algeciras. Los Omeya aún gobernaron poco más que Córdoba, hasta que el último califa, Hishám III fue obligado a abdicar en el año 1031, acabando con tres siglos de dominio Omeya en Al Ándalus.

Referencias Bibliográficas

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