Las Dos Iglesias
A lo largo de la historia, el Cristianismo se ha dividido de acuerdo a líneas doctrinales, teológicas, lingüísticas, culturales y políticas. Tras la legalización de la religión cristiana por Constantino el Grande, y su subsecuente oficialización por Teodosio, comenzó a marcarse una primacía en los obispos de Roma frente a las otras sedes, al menos así sucedía en Occidente. La autoridad suprema del Papa estaba legitimada a través de la herencia del apóstol San Pedro, la donación de Roma por parte de Constantino, y el mandato del propio Jesucristo, ya que era quien recibía la responsabilidad de ”guiar a los corderos”, lo que se traducía en poder jurisdiccional sobre los Estados. Por otro lado se encontraba el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, quien residía en la nueva capital del imperio, cuya autoridad era validada a través de la herencia del apóstol San Andrés (primer obispo de Bizancio, hermano mayor de San Pedro y conocido entre los griegos como Protoclitos: el Primer Llamado). Del mismo modo, los patriarcas lideraban a su Iglesia desde la Nueva Roma; es decir, Constantinopla, capital del Imperio Romano, posteriormente conocido como el Imperio Bizantino. El patriarca era una autoridad política y eclesiástica sobre los cristianos griegos de Oriente, y además se le consideraba la posición de primus inter pares por varias sedes episcopales orientales, como las de Antioquía, Jerusalén y Alejandría.
Tras la división del Imperio Romano en Oriente y Occidente, las distinciones entre el Cristianismo griego y el latino se acentuaron. En sus inicios ambas iglesias sufrieron enfrentamientos y controversias, como la expansión del Arrianismo (doctrina herética), la deposición del patriarca Juan Crisóstomo, o la propagación de las doctrinas monofisitas (doctrina que establecía que Jesucristo solo poseía una naturaleza, la divina, mientras que la Iglesia sostenía que eran dos naturalezas, la divina y la humana). En el año 476 cayó el Imperio Romano de Occidente tras casi un siglo de imparables invasiones bárbaras. Los nuevos reinos germánicos que se instalaron en Occidente se vieron obligados a adoptar el latín como lengua y el Cristianismo latino como religión. Sin embargo, el superviviente Imperio Romano de Oriente aún se consideraba a sí mismo como el heredero legítimo de la tradición romana.

El Papado se convirtió en una institución muy influyente en la Alta Edad Media, ya que sostenía una relativa autoridad sobre los reyes y la toma de decisiones en el mundo cristiano de Occidente, a través de su sólida jerarquía eclesiástica. Sin embargo, en Oriente la figura del patriarca estaba subordinada a la autoridad política del emperador bizantino, el cual podía deponer e instalar patriarcas a voluntad (o al menos así sucedía en la práctica). Una de las principales controversias que distanció a ambas iglesias fue la Querella Iconoclasta. Este movimiento surgió en el Imperio Bizantino en el año 726, cuando el emperador León III el Isaurio prohibió la adoración a imágenes y fomentó la destrucción de los íconos religiosos, ya que los consideraba un acto idólatra. Este acto llevó al Papado, no solo a distanciarse de los bizantinos y su iglesia, sino a encontrar a los francos como nuevos benefactores.
Es conocida la coronación del rey franco Carlomagno como emperador de los romanos (Imperator Romanorum) por el propio pontífice, acto que fue considerado como un desafío abierto contra Bizancio, quien – recordemos – se consideraba el legítimo heredero del viejo Imperio Romano. Tanto el patriarca como el emperador oriental protestaron, y la amarga rivalidad se volvió más profunda. Una vez más, el mundo cristiano estaba ante dos individuos que se coronaban con el prestigioso título: los emperadores bizantinos y los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico (imperio fundado por los sucesores de Carlomagno).
Controversia Filioque
Desde los orígenes de la mismísima Cristiandad, el debate teológico y trinitario sobre la emanación y procedencia del Espíritu Santo era recurrente. Buscando unificar los dogmas, en el año 325, el emperador romano Constantino convocó el I Concilio Ecuménico de Nicea, donde – entre muchas cosas – se estableció que el Espíritu Santo emanaba únicamente del Padre, más no del Hijo. Esta visión sería ratificada en el II Concilio Ecuménico de Constantinopla, convocado por el emperador Teodosio en el 381.
- Καὶ εἰς τὸ Πνεῦμα τὸ Ἅγιον, τὸ κύριον, τὸ ζωοποιόν, τὸ ἐκ τοῦ Πατρὸς ἐκπορευόμενο
- Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre (Traducción)
Se cree que esta visión sufrió un cambio cuando la palabra Filioque (del latín y del Hijo) fue insertada en el credo niceno-constantinopolitano durante el III Concilio de Toledo, celebrado en el 589, cuando tuvo lugar la solemne conversión de los visigodos al Catolicismo. Al parecer se produjo la añadidura de la palabra Filioque, por lo que el credo sufrió una alteración ya que pasaba a declarar que el Espíritu Santo procedía tanto del Padre como del Hijo.
- et in Spiritum Sanctum, Dóminum et vivificántem, qui ex Patre Filioque procedit
- Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo (Traducción)

Desde el Siglo VI, la cláusula Filioque comenzó a estar presente en las liturgias europeas, y especialmente en la liturgia carolingia del Siglo IX. Esta no fue incluida oficialmente en la liturgia romana hasta 1014, año de la coronación de Enrique II como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Sucedió que el monarca alemán solicitó al Papa Benedicto VIII la recitación del credo utilizando el Filioque, y el pontífice accedió para conseguir el apoyo militar del emperador alemán.
Cisma de Focio
Otro evento que contribuyó a abonar el terreno para que se diera la división definitiva entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa fue el Cisma de Focio. Corría el año 858, la sede romana era regida por el Papa Nicolás I, y la sede de Constantinopla era ocupada por el Patriarca San Ignacio. Sucedió que San Ignacio se había enemistado con el emperador Miguel III el Beodo, ya que se negó a darle la comunión a uno de sus tíos bajo acusaciones de poligamia. El emperador no toleró tal deshonra, y junto a su ministro Bardas, depusieron al patriarca.
El nuevo patriarca que nombraron Miguel y Bardas fue un erudito laico, oficial mayor de la guardia imperial: Focio. En Roma, el Papa fue puesto al corriente de los escándalos en la corte política imperial bizantina, y rechazó la deposición de San Ignacio y la elevación de un laico al rango de patriarca ortodoxo. Y más aún, rechazaba la forma como el emperador bizantino actuaba por encima de la autoridad patriarcal. El pontífice Nicolás actuó, y envió legados a Constantinopla con instrucciones de deponer al Patriarca Focio y restituir a San Ignacio.
Sin embargo, Focio logró convencer a los legados de unirse a su causa, a tal punto que lo reconocieron como patriarca legítimo en un sínodo en el año 861. El Papa Nicolás I excomulgó a los legados, al patriarca de discutida legitimidad y al propio emperador Miguel III. Consecuentemente, Focio rompió relaciones con el Papa, rechazó la supremacía espiritual del pontífice, y hasta llegó a excomulgarlo. Al mismo tiempo, los bizantinos proclamaron a Focio como patriarca universal.

De esta forma se desató el Cisma de Focio, el cual llegó a su punto más álgido cuando el Patriarca de Constantinopla emitió una encíclica en la que convocaba a todos los patriarcas orientales a un concilio en la capital imperial bizantina. En este concilio, Focio acusó a la Iglesia occidental de herejía, entre muchas cuestiones, debido a que se habían desalineado con el credo niceno-constantinopolitano, y al uso de la cláusula Filioque en las liturgias de Occidente. Asimismo, los patriarcas orientales declararon un anatema (maldición o condena) contra Nicolás I y teóricamente lo excomulgaron y depusieron (aunque en la práctica Nicolás siguió rigiendo).
El desgarrador cisma no concluyó hasta que se derrocó al emperador Miguel III a manos de Basilio I el Macedonio, ya que este depuso a Focio y restituyó a San Ignacio como patriarca. Este acto llevó a un efímero acercamiento entre ambas Iglesias, pero el daño ya se había provocado. Acto seguido, Basilio I, en compañía del nuevo pontífice Adriano II, convocó el Concilio de Constantinopla IV en el año 869, en el cual se condenaron los actos de Focio y se anuló el concilio que él presidió en esa misma ciudad. Sin embargo, a la muerte de San Ignacio en el 877, Focio volvió a ser nombrado patriarca, pero en esta ocasión moderó sus políticas, aunque siguió esforzándose por separar a ambas Iglesias. El sucesor del emperador Basilio, León VI, depuso a Focio nuevamente, quien finalmente murió en el 886. A pesar de la muerte de Focio, las tensiones ya estaban servidas sobre la mesa.
El Rompimiento Definitivo
Las divisiones que ya separaban a católicos de ortodoxos, llevaron a la Cristiandad a afrontar el cisma definitivo en el 1054. Estas diferencias partían desde la concepción trinitaria, hasta el tipo de pan que se debía utilizar en la Eucaristía (los occidentales utilizaban pan sin levadura, mientras que sus primos orientales utilizaban pan con levadura). Además, en Oriente era norma llevar a cabo las liturgias en griego, mientras que en Occidente sucedía lo mismo pero en latín.
A mediados del Siglo XI se produjo la invasión normanda en la Italia meridional, la cual estaba disputada entre lombardos, bizantinos y árabes sicilianos. El emperador bizantino Constantino IX Monomaco (quien en la práctica era un marioneta de su mujer Teodora Porfirogeneta) y el Papa León IX mantenían una relación estable y pacífica gracias a las oportunas mediaciones de Argiro, catapán bizantino del sur de Italia. Cuando se produjo la invasión normanda, el pontífice unió fuerzas con Argiro para detener a los normandos; aunque las rivalidades que surgieron en la toma de decisiones durante la campaña comenzaron a enfrentar a los estrategos del Imperio Bizantino y de los Estados Pontificios.

Los normandos practicaban las liturgias católicas de Occidente, y al avanzar sobre los dominios bizantinos en el sur de Italia, forzaron a varias parroquias ortodoxas a practicar las costumbres occidentales (incluyendo el hecho de utilizar pan sin levadura en la Eucaristía). El Papa León IX apoyó la conversión de las iglesias griegas en el sur de Italia, e incluso amenazó que de que en caso se negaran a la conversión, estas serían obligadas a cerrar. El patriarca de Constantinopla era el ambicioso Miguel I Cerulario, quien se tomó mal los agravios y amenazas de los occidentales. La respuesta de los bizantinos fue obligar a las iglesias latinas en Constantinopla a adoptar las tradiciones orientales, y varias al negarse, se cerraron forzosamente.
Luego, Miguel Cerulario hizo que el obispo ortodoxo búlgaro, León de Ocrida, enviase una carta al obispo lombardo católico Juán de Trani, en donde se criticó a las liturgias occidentales señalándolas despectivamente de seguir un camino progresivo de ”judaización”. La carta se volvió un escándalo en todo Occidente, y el cardenal francés Humberto da Silva la tradujo al latín y se la presentó al Papa. El pontífice León IX ordenó actuar rápido para así asegurar la supremacía del papado romano sobre la Cristiandad.
Quien jugó un importante papel fue Argiro, catapán bizantino de Italia, quien amenazado por el imparable avance de los normandos, se vio obligado a atrincherarse en la ciudad de Vieste (dejando vulnerable a Bari, capital del catapanato). Argiro convenció al cardenal Humberto da Silva de que el patriarca Miguel Cerulario estaba detrás de la carta de León de Ocrida, y que había sido el popio patriarca ortodoxo quien envió a cerrar las iglesias latinas en Constantinopla. Por lo tanto, las represalias que tomaría el Papa debían recaer tanto sobre Cerulario como del obispo de Ocrida. En su respuesta, el Papa León IX intentó entramar un proceso penal contra ambos por osarse a criticar de forma peyorativa las tradiciones litúrgicas de la Iglesia de Roma, y además, el Papa atacó a los ortodoxos con el hecho de poseer ”más de noventa herejías” en sus tradiciones. El motivo de delatar a Cerulario: Argiro estaba enemistado con el patriarca, y además, el catapán era indiferente a las querellas religiosas, y esperaba que la crisis se resolviera lo antes posible para que italianos y bizantinos, unidos, pudieran apoyarle en el contraataque a los normandos.
En Constantinopla, el emperador Constantino IX, al percatarse del complot de Argiro – y con la presión de Cerulario – hizo llamar al catapán devuelta a la capital para evitar que siga perjudicando las relaciones diplomáticas. De repente una alianza contra un invasor se había transformado en una crisis diplomática que envolvía a toda la Europa cristiana. Sin embargo, las derrotas constantes de Argiro llevaron al Papado y al Patriarcado a tener un objetivo en común, y decidieron enmendar sus diferencias.


El Papa León IX y el cardenal Humberto da Silva convocaron una delegación a la capital bizantina para restablecer el diálogo ameno con los orientales. Con Humberto a la cabeza iban los arzobispos Federico de Lorena y Pedro de Amalfi, los cuales llegaron a Constantinopla en Abril del año 1054. La delegación fue acogida con pompa por el emperador Constantino IX – lamentablemente no podemos decir lo mismo del patriarca.
Durante las audiencias la tensión se hacía notar, los enviados se rehusaban a referirse a Cerulario como ”patriarca ecuménico”, y para empeorar la situación, los legados publicaron la carta del Papa, traducida al griego por da Silva para que así pudiera ser leída por el medio millón de habitantes de Constantinopla. Por tal humillación, el patriarca desconoció la autoridad de la embajada. El 19 de Abril de ese mismo año falleció el Papa León IX, por lo cual la autoridad legal de los enviados expiraba. Las continuas negativas del patriarca ortodoxo a encarar el diálogo con Occidente llevaron a los tres enviados a ir al extremo antes de partir rumbo a Roma: el 16 de Julio los legados depositaron una bula papal de excomunión contra Miguel Cerulario y sus allegados en el altar de Hagia Sofia. Ello podía ser la peor humillación contra la Iglesia Ortodoxa.
Los legados se despidieron amigablemente del emperador Constantino IX (quien no conocía sobre la excomunión). Poco después se enteró el monarca bizantino de lo sucedido, e hizo volver a los legados para así discutir las cuestiones pertinentes. Establecer diálogos con Occidente no agradaba al patriarca en absoluto y movilizó al pueblo constantinopolitano a su favor y contra las intenciones de Constantino (tanto por apoyar a los legados como a Argiro, quien a estas alturas era considerado un conspirador ”propapa” y hasta habían hecho encarcelar a su familia). Como acto desafiante, el patriarca quemó la bula papal de excomunión, y además condenó los actos de los enviados, y los excomulgó bajo la autoridad de la Iglesia Ortodoxa. De esta forma se produjo el Gran Cisma: ortodoxos y católicos se habían dividido.

Referencias Bibliográficas
Álavarez Gómez, J. (2001). HISTORIA DE LA IGLESIA. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Kings and Generals [Kings and Generals]. (s.f.). El Gran cisma: la amarga rivalidad entre el cristianismo griego y el latino. [Archivo de Video]. Recuperador el 3 de Agosto de 2021 en https://www.youtube.com/watch?v=a6rWf0k8d78
Garrido, A [Pero eso es otra Historia]. (s.f.). IMPERIO BIZANTINO 3: Basilio II, el Cisma de Oriente y la irrupción de los Selyúcidas (Historia). [Archivo de Video]. Recuperado el 3 de Agosto de 2021 en https://www.youtube.com/watch?v=tzysci4eVVU
Anónimo (s.f.). El cisma de Oriente, Artehistoria. Recuperador el 3 de Agosto en https://www.artehistoria.com/es/contexto/el-cisma-de-oriente