El Colapso de la Tetrarquía
En el año 305 tanto Diocleciano como Maximiano abdicaron, tal como dictaminaba el funcionamiento de la tetrarquía. En tal sentido, los césares Galerio y Constancio Cloro fueron ascendidos a augustos; y a su vez nombraron nuevos césares: Maximino II Daya en Oriente y Severo II en Occidente – ambos por influencia de Galerio.
Severo II sirvió como títere de Galerio en Occidente, haciendo que, de facto, Galerio controlase las tres cuartas parte del Imperio Romano. El problema era que Severo II (quien gobernaba desde Milán) no gozaba del apoyo y prestigio dentro de los legionarios y pretorianos; ya que quienes sí tenían estos apoyos eran Majencio y Constantino, respectivos hijos de Maximiano y Constancio.



Sin embargo, Constancio Cloro cayó enfermo repentinamente durante una expedición contra los pictos en Caledonia, y terminó falleciendo el 25 de Julio del 306 en la ciudad britana de York (en aquel entonces llamado Eboracum). Su hijo Constantino se encontraba con él en Britania, y al morir su padre, su ejército lo proclamó augusto. Galerio consideró el acto de Constantino como una usurpación, y le exigió que derogase el nombramiento de augusto en beneficio de Severo II. Constantino terminó aceptando el dictamen del augusto oriental, pero Galerio accedió en otorgarle el título de césar de Occidente.
Cuando la situación parecía volverse estable ocurrió un golpe de estado en Roma. En otoño del año 306, Majencio (hijo de Maximiano) invadió Italia y tomó Roma. Las rigurosas políticas fiscales de Galerio en Roma facilitaron el hecho de la aclamación de Majencio como emperador, por parte de tanto la plebe como de los pretorianos – cuya relevancia se vio mermada durante la tetrarquía. Galerio ordenó a Severo II, quien se encontraba refugiado en su palacio en Milán, viajar a Roma y derrocar al usurpador. Pero el ejército de Severo era el mismo que había servido tiempo atrás a Maximiano, y, cuando llegaron a las murallas de Roma, estos le abandonaron. En ese sentido, Severo quedó a merced de Maximiano y Majencio, quienes lo ejecutaron en Rávena en el 307.
Un año después se celebró la Conferencia de Carnunto, en la que se buscaba traer una solución a la desastrosa situación, inclusive Galerio mandó a llamar a Diocleciano – quien estaba retirado – para que sirviera de moderador. La idea era rectificar el pacto tetrárquico, pero la conferencia no hizo más que agravar las tensiones ya existentes. Al final Galerio apuntó a su allegado íntimo, Licinio, como augusto de Occidente (de iure ya que gobernó desde Panonia) mientras que Constantino permanecía como su césar.
El acuerdo en Carnunto apenas duró, ya que todos pretendían nombrarse augustos. Constantino rechazó el título de césar ya que afirmaba que tras el asesinato de Severo le correspondía a él ascender a augusto. Por otro lado Maximiano se autonombró con el curioso título de bis augustus, en conjunto con su hijo Majencio. Y para empeorar las cosas, en el 309, el vicario de la diócesis de África, Domicio Alejandro, se coronó augusto en Cartago.

La situación del Imperio Romano para el año 310 era sumamente confusa e irremediable: una tetrarquía con siete emperadores. Majencio actuó rápidamente en contra de la sublevación de Domicio Alejandro, y sofocó la revuelta de África. Pero esta victoria vino a un costo, Italia había quedado desprovista del grano africano, y el hambre hizo estragos en la ciudad de Roma. Estos factores decidieron la revuelta de la plebe del 309, la cual acabó con 6000 muertos: la popularidad de Majencio se esfumaba.
Ese mismo año, Maximiano traicionó a su viejo aliado Constantino, e invadió la Galia. Los ejércitos de Constantino y Maximiano se encontraron en Massalia (Marsella), encontronazo en la que Constantino salió como vencedor y Maximiano acabó siendo inducido al suicidio. Tras su victoria en Massalia, Constantino se desvinculó del pacto tetrárquico y se autodenominó Emperador de Occidente. Galerio no tuvo otra opción más que reconocer su nombramiento, y terminó muriendo poco después, dejando el título de augusto de Oriente a Maximino Daya, y su territorio a Licinio.
En el 312, Constantino marchó rumbo a Roma para terminar con la usurpación de Majencio. Fue en la Batalla del Puente Milvio, situado no muy lejos de las murallas de la vieja capital, en la que Majencio encontró su final, dejando a Constantino vía libre hacia Roma. Fue ahí donde se le condecoró como Emperador del Imperio Romano de Occidente, oficializando su poder. Tras la derrota de Majencio, se selló una alianza entre Constantino y Licinio, alianza que terminó sentenciando a Maximino Daya, quien se suicidó en el 313, tras ser vencido por Licinio en la Batalla de Tzirallum.

Constantino y el Cristianismo
La trascendencia histórica del gobierno de Constantino también procede de sus políticas religiosas y su conversión al Cristianismo. De acuerdo al historiador Eusebio de Cesarea, poco antes de la Batalla del Puente Milvio, Constantino tuvo una visión en donde Jesucristo se le aparecía en sueños con una señal: una P atravesada con una X, el Crismón. Jesucristo le indicó que usara ese símbolo como protección contra sus enemigos, como consecuencia, Constantino ordenó que se pintara el Crismón en los escudos de su ejército.
Hasta ese entonces Constantino había sido pagano, ya que se le inculcó en el culto al Deus Sol Invictus desde pequeño. Pero se tiene constancia que su madre, Santa Helena, era cristiana y realizó numerosas peregrinaciones a Jerusalén. Se cree en uno de estos viajes a Tierra Santa, Helena llevó a cabo una búsqueda de la Vera Cruz y del Relicario de los Reyes Magos.
Hay varios motivos que llevaron a la legalización del cristianismo. Se puede afirmar que dado al fracaso de las persecuciones de emperadores anteriores, al creciente poder, relevancia y popularidad de esta religión, y en buscas de reunificar al imperio bajo un mismo emblema, Constantino legalizó el Cristianismo a través del Edicto de Milán en el año 313, el cual fue promulgado en conjunto con Licinio, emperador de Oriente.

El Edicto de Milán marcó un punto de inflexión en la historia, ya que acabó con el culto estatal romano al helenismo, además prohibió cualquier tipo de persecución a la Iglesia, y decretó la devolución de todos los bienes expropiados a los cristianos. Le concedió importantes privilegios a la Iglesia, e instauró el Obispado de Roma; es decir, el Papado. Por otro lado, la intolerancia religiosa fue desviada hacia otras comunidades, como por sería el caso de la comunidad judía.
Constantino envió a construir la Basílica de San Juán de Letrán, la cual vendría a ser la residencia del papa Silvestre I. Poco después fue levantada la Basílica de San Pedro sobre la Colina del Vaticano, justo en el mismo lugar en el que este apóstol fue crucificado.

Temeroso de que las disputas teológicas entre los cristianos tras el Cisma Arriano pusiera en jaque la unidad política de Occidente, puso en poder de los jerarca eclesiásticos la disposición de combatir doctrinas heréticas. Constantino comenzó a concederle a su reinado el carácter teocrático (proceso que ya venía gestándose desde la época de Diocleciano), y sintió que era su deber como emperador calmar los desórdenes religiosos. Para ello, convocó el Primer Concilio Ecuménico Universal en la ciudad de Nicea, en el año 325, el cual fue imprescindible para la futura expansión del Cristianismo.
En él se logro reunir a los cabecillas cristianos para unificar los dogmas eclesiásticos y sentar las bases del credo oficial: el llamado credo niceno. Resulta curioso que el papa Silvestre I no asistió al concilio, y en su lugar envió al obispo Osio de Córdoba; no obstante se convirtió en uno de los principales devotos y valedores al credo niceno. Además se condenaron diversas herejías que llevaban tiempo circulando entre las comunidades cristianas, tales como el arrianismo o el donatismo, y se prohibió la veneración a varios dioses paganos. Aún así, resulta irónico que Constantino fuese bautizado por Eusebio de Nicomedia, un obispo arriano.

Gobierno en Solitario y la Fundación de Constantinopla
Mientras Constantino acogía al Cristianismo, el emperador de Oriente, Licinio, no se mostraba muy afable con la Iglesia. Fue en el año 324, en donde Licinio inició una persecución contra las comunidades cristianas de Grecia, Anatolia, Oriente, y Egipto. La reanudación de la violencia contra la Iglesia fue seguida de una declaración de guerra de Constantino hacia Licinio.
Constantino, y su hijo Crispo, vencieron a Licinio en la Batalla de Adrianópolis; sin embargo, Licinio logró huir a Bizancio, donde estableció una guarnición, la cual defendería la ciudad ante la inevitable llegada del ejército constantiniano. Aún así, Licinio sufriría catastróficas derrotas en las batallas del Helesponto y Crisópolis. Tras su sumisión ante Constantino, Licinio fue capturado y posteriormente sería ejecutado en Tesalónica.

Tras su victoria, el Imperio Romano volvió a estar unificado bajo un mismo emperador. Constantino quedó encantado con Bizancio, ya que tenía varias ventajas desaprovechas en relación con su posición geográfica. La modernizo, la remodeló y la amplió: construyó un palacio, un foro, un hipódromo y una basílica – la Basílica de los Santos Apóstoles. La que una vez fue la vetusta polis griega de Bizancio, es ahora la nueva capital del Imperio Romano, (marginando a Roma, símbolo del paganismo del Imperio Romano de antaño). Constantino llegó a renombrar la ciudad, otorgándole el nombre de Nueva Roma, pero que la posteridad la terminaría bautizando como Constantinopla, la ciudad de Constantino.
Constantino también introdujo una serie de reformas en ámbitos políticos y económicos, por ejemplo creó una nueva moneda, el sólido de oro, gracias a la cual Roma logró recuperarse de la crisis económica. Por otro lado, estableció un segundo senado en Constantinopla, pero al igual que el senado de Roma, tenía funciones meramente municipales. También llegó a promulgar reformas militares, en las que reducía las legiones a solo mil hombres. Constantino necesitaba que el ejército esté en toda su capacidad de actuación, ya que los Francos y Alamanes pretendían cruzar el Rin, mientras que Godos, Gépidos y Sármatas, el Danubio. Por otro lado también se presentaba la guerra en el este, ya que Constantino enfrentó una contienda contra Sapor II del Imperio Sasánida, quien había iniciado una persecución contra los cristianos árabes.

Las ciudades más importantes del imperio, Roma, Antioquía, Alejandría, Jerusalén y Constantinopla, comenzarían a convertirse en los centros de la cristiandad, cuyos obispos pasarían a llamarse patriarcas (en el caso de las ciudades orientales) o papas (como es el caso de Roma). Uno de los patriarcas más influyentes de Constantinopla fue San Juán Crisóstomo, quien denunció abusos de poder y lujo excesivo por parte del clero y de los emperadores romanos. Todos los patriarcas conservaban su respectiva autonomía, pero el patriarcado hegemónico era el de Constantinopla, el cual será conocido como el Patriarcado de la Iglesia Ortodoxa.
Por otro lado, el emperador también fue conocido por su carencia de piedad con sus afines y parientes. Por ejemplo se encuentra la ejecución del exemperador de Oriente, Licinio, a quien Constantino, previamente, había prometido benevolencia a cambio de un rendición absoluta. También llegó a ejecutar a su hijo Crispo, y a su mujer Fausta, debido a la sospecha de una posible relación madrastra-hijastro. Aunque otras fuentes relatan una versión distinta, ya que señalan que Fausta – envidiosa de su hijastro – había extendido rumores de una posible traición de Crispo a Constantino. Fuera cual fuere la versión veraz, Constantino vivió atormentado por haber ejecutado a su propio hijo, y no fue hasta su bautismo que pudo vivir en paz consigo mismo, ya que se le prometió el perdón de sus pecados.

Constantino terminó falleciendo en el verano del año 337. Fue sucedido por los tres hijos que tuvo con Fausta: Constancio II, Constantino II, y Constante I. Además nombró como césares a sus sobrinos, Dalmacio y Anibaliano. El proyecto de dividir al imperio tras su muerte, era esencialmente administrativo, y estableció una relación de subordinación hacia Constantino II, quien mantendría a sus dos hermanos supeditados a su voluntad. Aunque como era de esperarse el reparto apenas duró, desatándose ásperas disputas sucesorias.
Referencias Bibliográficas
Garrido, A [Pero eso es otra Historia]. (2017, Abril 6). ANTIGUA ROMA 7: La Crisis del Siglo III y el Imperio cristiano de Constantino I el Grande (Historia) [Archivo de Video]. Recuperado el 4 de Marzo de 2021 en https://www.youtube.com/watch?v=iKAUEfhHOmM
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Artehistoria (2017). Tetrarquía sin Diocleciano. Recuperado el 4 de Marzo de 2021 en https://www.artehistoria.com/es/contexto/tetrarqu%C3%ADa-sin-diocleciano