Basilio II Bulgaroktonos

La Dinastía Macedónica

A partir el Siglo VII, el Imperio Romano de Oriente enfrentó una desgarradora decadencia tras un siglo de apogeo de la mano del gran basileus (”emperador” en griego) Justiniano I. La llegada de distintos enemigos a las fronteras imperiales, como eslavos, lombardos, árabes, o búlgaros, causaron una fragilidad fronteriza que se tradujo en inestabilidad interna. A estas invasiones se le sumaron los conflictos religiosos constantes entre el Papado y con el Patriarcado, disputas geopolíticas sobre la supremacía regional en los Balcanes, y las interminables luchas de poder entre distintas dinastías competidoras.

Sin embargo, fue en este agobiante escenario cuando se alzó una nueva dinastía: la Dinastía Macedónica. Esta dinastía, bautizada en honor a su provincia de origen, logró concederle a Bizancio un nuevo auge tras varios siglos de decadencia continua. El año 867 marcó el inicio del periodo macedónico cuando ascendió al trono un militar conocido como Basilio I el Grande, quien derrocó a la dinastía anterior, y marcó los precedentes para una nueva gloria.

En aquellos años, el Cristianismo vivía una época de expansión. Tras las grandes invasiones bárbaras, varios pueblos finalmente se asentaron y levantaron sus propias naciones, lo que permitió que el Cristianismo penetre en su tejido social. Este fue el caso de los vikingos, magiares, y eslavos. Los búlgaros no fueron la excepción: en Bulgaria llegó un kahn llamado Boris I, que se convirtió al Cristianismo Ortodoxo en el 864. No obstante, los búlgaros fueron un paso más allá, puesto que el sucesor del mencionado kahn Boris de Bulgaria fue su hijo Simeón I, quien dejó atrás el título de kahn para adoptar el título de zar (derivado de ”césar”). Como era de esperar, el hecho de adoptar este nuevo título fue en desafío abierto contra la autoridad del emperador bizantino.

El Zar Búlgaro Simeón, la ”Estella de la mañana de la literatura eslava”. (1923). Obra de Alfons Mucha, Praga.

En el Siglo X, los búlgaros se convirtieron en los principales rivales de los bizantinos. Estos guerreros eran conocidos entre el ejército romano por su desempeño como jinetes, talento heredado por su lejano pasado nómada en las estepas de Asia Central. Con la llegada de Simeón I al trono búlgaro, este emergente imperio se convirtió en una amenaza para Bizancio. En el 917, los búlgaros derrotaron a los bizantinos en la Batalla de Anqueloo y penetraron en Grecia, lo cual obligó a los bizantinos a replegarse al Peloponeso, Tracia meridional y a la ciudad de Tesalónica. Esta significativa pérdida territorial dejó a Constantinopla en una preocupante situación de vulnerabilidad.

Desde esta estratégica posición, los búlgaros lanzaron múltiples incursiones en territorio bizantino, e incluso marcharon rumbo a la capital bizantina en seis ocasiones distintas, aunque en ninguna lograron capturar la ciudad de Constantino.

Los Balcanes, Siglo X

Muerte de Romano II y Regencia de Nicéforo II y Juán I

Corría el año 958, el príncipe bizantino – y futuro emperador – Romano II, exponente de la Dinastía Macedónica, vio nacer a su hijo y heredero Basilio, a quien tuvo con la princesa de baja nobleza Teofano Anastaso. El padre de Romano era el emperador Constantino VII Porfirogeneta, quien carecía de cualquier autoridad real, y durante sus cuarenta y seis años de reinado había sido un títere de su madre y de un usurpador.

En el año 959 falleció el emperador Constantino VII, por lo cual el trono fue heredado por su hijo y heredero Romano II. Si bien es cierto que el reinado de Romano fue próspero, este emperador usualmente prefirió la extravagancia y los lujos a la administración y a las campañas militares. Inesperadamente, este nuevo emperador falleció tras cuatro escasos años de reinado (963) cuando su hijo Basilio tenía apenas cinco años. La inesperada muerte de Romano II dejó a la dinastía en una situación precaria, ya que apareció repentinamente un vacío de poder que debía ser rellenado si es que el Imperio Bizantino buscaba la estabilidad.

Miniatura donde se representa el funeral del basileus Romano II de la Dinastía Macedónica

La situación se estabilizó cuando el general más popular de Bizancio, Nicéforo Focas (quien además era un poderoso propietario y poseedor de varios latifundios en Capadocia), desposó a la viuda Teofano y asumió el cargo de ”emperador asociado” bajo el título de Nicéforo II. Asimismo, juró proteger los derechos dinásticos de Basilio y de su hermano Constantino, de cinco y tres años respectivamente.

Nicéforo fue un guerrero, y en sus seis años de regencia, dirigió grandes y exitosas campañas contra los musulmanes, aprovechando la fragmentación política en el mundo árabe. Venció a los árabes en Creta en el 965, y luego dirigió sus esfuerzos contra los árabes hamdánidas que gobernaban en Siria. El emperador asociado recuperó Cilicia, Chipre, y Antioquía, y además logró imponer vasallaje al Reino Hamdánida de Alepo, aunque por poco tiempo.

Las campañas de Nicéforo II sentaron las bases para una posible futura expedición militar sobre el Levante y Mesopotamia. Sin embargo, Nicéforo fue depuesto y asesinado en el 969 por el conspirador Juan Tzimiscés, por lo cual estas aspiraciones expansionistas nunca se concretaron en el corto plazo. El usurpador desposó a la nuevamente viuda Teofano; y al igual que su predecesor, garantizó los derechos dinásticos de los jóvenes Basilio y Constantino.

El nuevo emperador reinó bajo el nombre de Juan I, y siguiendo los pasos de Nicéforo II, también continuó con las campañas militares, aunque en otros frentes. En el año 971, Juan derrotó al ejército ruso del príncipe Sviatoslav I de Kiev en la Batalla de Dorostolón, y a finales de ese mismo año logró recuperar Adrianópolis y Tracia de los búlgaros, capturando al zar búlgaro Boris II en el proceso. Por otro lado, Juan Tzimiscés tuvo grandes victorias contra los musulmanes: ocupó temporalmente Damasco (en poder del Califato Fatimí), Acre y Nazaret. En el año 976, Juán I falleció mientras regresaba a Constantinopla tras recorrer todo el territorio imperial, dejando el trono oficialmente a Basilio II, de dieciocho años.

El Ascenso de Basilio II

En el 976 Basilio II se postró como basileus del Imperio Romano de Oriente, al reclamar los derechos dinásticos que heredó de su padre, el ya fallecido Romano II. Aunque debido a la edad del emperador, y a su relativa falta de experiencia, la administración fue ejercida por el cortesano eunuco Basilio Lecapeno. Desde su juventud, Basilio II había mostrado interés por los asuntos militares del imperio – a diferencia de su hermano Constantino quien le dio más importancia a las frivolidades.

Como jefe de gobierno bizantino, Basilio Lecapeno, reorganizó el ejército y buscó la forma de eliminar las disidencias para así lograr mantener a Basilio II a salvo de posibles golpes de Estado. Uno de los generales depuestos por Lecapeno fue Bardas Skleros, comandante a cargo de los ejércitos en la frontera oriental. Bardas Skleros no tardó en autoproclamarse emperador y aspirar a suceder al fallecido Juán Tzimiscés.

La rebelión de Skleros desató un estado de anarquía a lo largo de Anatolia, la cual se profundizaba a medida que su ejército avanzaba imparablemente e implacablemente hacia las importantes ciudades de Nicea y Constantinopla. En tal contexto, Basilio II y Lecapeno acudieron a uno de los grandes generales en la historia reciente de Bizancio, Bardas Focas, quien había sido encerrado en un monasterio por una rebelión que desató en años anteriores. Los ejércitos de Bardas Focas (leal a Basilio) y Bardas Skleros (rebelde usurpador) se encontraron en la Batalla de Pankalia en el 979, en la cual el ejército leal se alzó con la victoria y el usurpador se vio obligado a pedir asilo político a los persas búyidas en Bagdad.

Ante un panorama político pacificado, y ansioso de mayor independencia política, Basilio II despidió a Lecapeno y asumió el poder de facto en el imperio. Del mismo modo, Basilio encontraba en Bardas Focas un posible enemigo a futuro, así que con el objetivo de reducir la popularidad de Focas, el emperador anheló logros militares propios para enaltecer su figura como conquistador.

En tal sentido, Basilio II se embarcó en una campaña contra los búlgaros – los temibles enemigos históricos de los romanos – con el objetivo de tomar la capital búlgara de Sofía, donde reinaba el zar Román. El ejército bizantino se abrió paso en territorio búlgaro y asedió la capital, sin embargo, la falta de suministros obligó a Basilio a emprender la retirada. La falta de precauciones en el viaje de regreso llevó al ejército imperial a sufrir una devastadora emboscada en las Puertas de Trajano, en la cual Basilio apenas pudo escapar con vida.

Derrota Bizantina en la Batalla de las Puertas de Trajano (985)

El fracaso de Basilio II contra los búlgaros desencadenó una guerra civil en el imperio que casi llega a costarle la corona al emperador. Resulta que quienes una vez fueron acérrimos rivales, Bardas Skleros y Bardas Focas, habían unido fuerzas contra Basilio. No obstante, Focas traicionó y aprisionó a Skleros, y aprovechando la falta de autoridad de Basilio II en Anatolia, marchó con sus ejércitos hacia Constantinopla.

A pesar de la precaria situación, Basilio II jugó una de sus últimas cartas con precisión e inteligencia: los matrimonios políticos. Sacando provecho de la reciente conversión de los rusos al Cristianismo Ortodoxo, Basilio decidió aproximarse diplomáticamente al príncipe Vladimir de Kiev y le entregó a su hermana Ana Porfirogeneta como esposa en el 989. Como contraprestación, el príncipe ruso le entregó 6 000 fieros guerreros varegos, leales únicamente al emperador de Constantinopla. Esta guardia imperial vendría a conformar la temida Guardia Varega.

Ilustración de Basilio II en Constantinopla

Con los nuevos refuerzos, Basilio enfrentó y derrotó a uno de los generales de Focas en la Batalla de Crisópolis, luego el propio traidor en la Batalla de Abydos, la cual acabó con la vida de Bardas y con ello se dio un fin a la rebelión. Para enaltecer su victoria y mitigar futuras disidencias, el emperador hizo desfilar la cabeza del usurpador a través del imperio, horrorizando a sus simpatizantes restantes. Tras su victoria, Basilio II se postró como el gobernador supremo e indisputable del Imperio Romano de Oriente.

Las Campañas contra los Búlgaros

Fue en el 991 cuando Basilio II decidió reanudar los asuntos militares en el exterior, especialmente contra quienes reinaban en el Danubio: los búlgaros. En los primeros años de campaña, el ejército bizantino no mantuvo una guerra a larga escala contra Bulgaria, y más bien, Basilio se limitó a pequeños golpes, escaramuzas e incursiones. No obstante, estas expediciones no fueron infructuosas, puesto que en el primer año de campaña los bizantinos lograron capturar al zar Román. No fue hasta la muerte de Román en cautiverio, en el 997, que se nombró a un sucesor en el trono búlgaro: Samuel.

Sin embargo, Basilio debía atender un asunto de gran urgencia antes de proseguir con su gran hazaña en los Balcanes: asegurar la debilitada frontera de Oriente, menoscabada por las recientes guerras civiles. Buscando no descuidar la situación en los Balcanes, Basilio II se vio obligado a forjar alianzas para la defensa de sus territorios y la ofensa en territorio enemigo. Uno de estos aliado fue la ciudad mercantil de Venecia, la cual hasta hace siglo y medio pertenecía a los bizantinos. Basilio prometió a los venecianos, como contraprestación, todas las islas y posesiones que dominaba Bizancio en el Mar Adriático.

En el 995, asegurando sus fronteras, Basilio II lanzó una campaña contra los árabes fatimíes encabezando un ejército de 40 000 hombres. El emperador derrotó a los musulmanes en Siria, recuperó Alepo, y arrebató al Califato Fatimí las ciudades de Emesa y Trípoli. Si bien es cierto que Basilio no contaba con los recursos necesarios para dar un golpe en el Levante meridional y alcanzar Jerusalén, sus conquistas permitieron asegurar la posición del Imperio Bizantino en Oriente. Ello fortaleció el dominio bizantino sobre ciertas ciudades que eran consideradas valiosas por los romanos, como lo es Antioquía. Además, Basilio creó una serie de provincias militares para reforzar las defensas fronterizas, como el Catapanato de Italia (dirigida por un catapán, término para referirse a un oficial de alto rango bizantino) o los ducados de Antioquía, Mesopotamia, Baspracamia, o Caldia.

Catafractos bizantinos contra árabes en el Siglo X

Fue en el año 1000 que Basilio II pudo reanudar la ambiciosa guerra contra los búlgaros tras asegurar la paz con el Califato Fatimí. Ansioso de poder administrar su campaña en Bulgaria personalmente, el emperador fijó su centro de operaciones en la ciudad griega de Filipópolis (llamada Plovdiv por los eslavos y búlgaros). En los años siguiente, Basilio aseguró los territorios circundantes y tomó la fortaleza búlgara de Sredets, gracias a ello dividió al Imperio Búlgaro en dos. Al mismo tiempo, el zar Samuel lanzó una ofensiva en Grecia: tomó Larisa, Tebas y amenazó Atenas. Como respuesta, el emperador bizantino se abalanzó sobre las ciudades de Kolindros, Beroia, Servia, Nis y Vidin, lo que consiguió mitigar la ofensiva búlgara en Grecia y llevar al enemigo a la defensiva.

Una de las principales victorias de Basilio sobre Samuel fue en Skopie, sucedida en el 1004; lo que le permitió recuperar Macedonia y Tesalia. Desde entonces, los bizantinos realizaron invasiones anuales en el menguante imperio de los búlgaros, casi siempre en primavera. Con el pasar de los años, esta guerra a larga escala se fue traduciendo en guerras de guerrillas, con un zar búlgaro con cada vez menos poder, y con un basileus cada vez más empoderado.

Una batalla decisiva que definió el devenir de los acontecimientos fue la Batalla de Kleidion, donde el debilitado monarca búlgaro intentó dar cara a la incursión anual de Basilio II del 1014. Tras una serie de ataques y contraataques a las fortalezas búlgaras, los bizantinos lanzaron un ataque frontal acompañada de una maniobra ”envolvente” en la retaguardia enemiga, lo que le otorgó su victoria. A pesar de que varios oficiales búlgaros, incluyendo a Samuel, habían emprendido la retirada en desbandada, Basilio logró tomar como prisioneros de guerra a 14 000 búlgaros.

Batalla de Kleidion (1014). El ejército de Basilio II atrapa a los búlgaros en el paso y los derrota, obtiene 14.000 prisioneros y manda cegar 99 de cada 100, dejando uno tuerto para conducir al resto. Autor Georgio Albertini

Como represalia, Basilio ordenó aplicar un castigo – cuya aplicación era costumbre en los traidores y rebeldes: el cegamiento. Todos los prisioneros búlgaros fueron cegados de ambos ojos con un ”hierro al rojo vivo”, mientras que a 150 se les cegó solo de un ojo para que sirvieran de guías al resto. Al cabo de un tiempo, este tétrico y macabro cortejo llegó a Sofia, lo cual dejó totalmente perplejo al zar búlgaro, al punto que llegó a sufrir un ataque (y se teoriza que haya muerto por ello). A partir de este vil acto, Basilio II se ganó el apodo de Bulgaróctono, el matador de los búlgaros.

Tras Kleidion, cualquier oportunidad búlgara de oponer una defensa organizada contra la invasión bizantina se desvaneció. Sin embargo, los bizantinos tardaron cuatro años más en terminar de sofocar la rebelión búlgara. Mientras el ejército imperial se dedicaba a atacar los puntos de mayor resistencia, Basilio enviaba embajadas diplomáticas para forzar la redición de nobles y generales enemigos. Fue en 1018, cuando el último de los generales búlgaros, Iván Vladislav, se rindió en Dirraquio, que el remanente de Bulgaria entendió que no había ninguna posibilidad de contraataque alguno. Poco después el propio Basilio II marchó victorioso en Sofia (Sérdica), la capital de lo que alguna vez fue el Imperio Búlgaro. Tras consolidar su dominio en sus nuevos territorios, el emperador viajó a Atenas donde agradeció a Dios en el Partenón, convertido en una iglesia ortodoxa. Luego regresó a Constantinopla, y entró triunfalmente tras su gran victoria.

Un Nuevo Auge y una Nueva Decadencia

Uno pensaría que el despiadado emperador Bulgaróctono sería cruel con sus nuevos súbditos, pues no fue así. Basilio buscó integrar a los viejos generales de Samuel al ejército bizantino, y a varios de ellos les dio tierras en Anatolia. Además, a los búlgaros se les otorgó cierta igualdad ante la ley, se les fijó impuestos reducidos, se les concedió una capital administrativa (Skopie), e incluso se le otorgó total autonomía a la Iglesia Ortodoxa Búlgara – aunque en la práctica esta debía estar subordinada a la sede patriarcal de Constantinopla (bajo la lógica de primus inter pares).

Siendo fiel a la configuración administrativa del Imperio Bizantino, se dividió el territorio de Bulgaria en themas (provincias defensivas y administrativas). Por otro lado, la supremacía regional que Basilio consiguió en los Balcanes llevó a las naciones de Croacia y Serbia a rendir vasallaje a Constantinopla. De acuerdo con el cronista Miguel Pselo, la campaña en Bulgaria dejó las arcas del Estado en superávit: ”la riqueza de las naciones bárbaras que nos circundaban, todo esto lo reunió en un mismo sitio y lo depositó en las cámaras del fisco imperial. […] Y no sólo no gastó nada de lo depositado, sino que multiplicó las reservas”. 

Extensión territorial del Imperio Bizantino en el 1025

Basilio también legisló duramente en contra de la aristocracia terrateniente, obligó a varios propietarios a pagar las deudas de sus siervos, y en varias oportunidades llegó a confiscar propiedades. Todo ello con el fin de obtener mayor popularidad entre la población. Además, fue conocido por los apegos y protecciones que le daba al soldado promedio; se hizo cargo de los huérfanos de sus oficiales, dándoles hogar, alimento y educación. Este era un plan a largo plazo, ya que muchos de estos niños fueron sus oficiales y soldados de mayor lealtad, pues lo veían como un padre. En el frente de batalla, Basilio esperaba que sus soldados lo vieran como un igual para conseguir mayor lealtad y respeto entre ellos, llegando a comer en el mismo rancho que cualquier otro miembro del ejército.

Tras su campaña contra los búlgaros, Basilio llevó a cabo acciones militares contra los reinos de Georgia y Armenia. Es conocida su victoria en la Batalla de Shirimini – sucedida en el 1021 – contra el rey Jorge I de Georgia, lo que le permitió extender sus dominios hasta el Lago Van. En el 1025, Basilio planeaba una última gran campaña en Sicilia, tomada por los árabes. Lamentablemente, nunca logró llevar a cabo su guerra en Sicilia ya que falleció justo antes de la expedición. Su última voluntad fue ser enterrado en el campo de entrenamiento de su caballería en lugar de las criptas reservadas para los emperadores. Basilio II dejó un imperio más grande del que se encontró, y llenó las arcas del Estado con los tesoros que obtuvo de sus conquistas.

Lamentablemente el trono bizantino cayó en las manos de su hermano, Constantino VIII, de sesenta y cinco años. Este emperador gobernó por tres años, en los cuales despilfarró gran parte de las riquezas que acumuló su difunto hermano. Además, Constantino se mostró poco preocupado por gobernar, y delegó las funciones administrativas a sus consejeros, mientras él se limitó a dedicarse a las embajadas y a las audiencias. Cuando Constantino VIII murió en el 1028, su hija Zoé asumió la difícil responsabilidad detrás de una serie de incompetentes maridos que ella misma colocaba y reemplazaba en el trono.

Si bien es cierto que Basilio el Bulgaróctono fue recordado como uno de los más grandes emperadores bizantinos, la prosperidad de Bizancio murió con él. Durante los años subsiguientes la inestabilidad política, rebeliones, invasiones enemigas y querellas religiosas se normalizaron nuevamente. Tan solo cincuenta años después del gran éxito contra Bulgaria, el Imperio Bizantino enfrentó una de sus más devastadoras derrotas en Mantzikert contra un nuevo enemigo: los turcos.

Referencias Bibliográficas

Historia de Bizancio. Juan Luis Posadas. Alderabán, Madrid. 2002.

Vidas de los emperadores de Bizancio. Miguel Pselo. Gredos, Madrid, 2002.

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